En menos de quince días se efectuará la ascensión al poder de Andrés Manuel López Obrador en México. Una ascensión meramente formal, ya que el poder lo viene ejerciendo, de una u otra forma (empezando por la defección informal del propio presidente Peña Nieto, buscando congraciarse con su sucesor y no ser perseguido judicialmente), desde un día después de que fue electo, el pasado 1 de julio.
Así, a partir del próximo sábado 1ero de diciembre, se develará el interrogante de qué tipo de Gobierno será el de López Obrador: uno pragmático, contenido, como prometen sus personeros y asesores, o más bien uno ideológico de izquierda, en su caso de la izquierda más intolerante, cercana al chavismo venezolano, como muchos lo señalaron en su reciente campaña electoral. Y en la de 2012. Y también en la de 2006.
Al respecto, muchos mexicanos esperamos, infructuosamente, durante su pasada campaña política, una condena en voz alta, clara y contundente a la barbarie del chavismo en contra de Venezuela: del desmantelamiento de las instituciones democráticas, la persecución ilegal, facciosa y sin piedad a la oposición y la destrucción sin contemplaciones de la economía de ese país, con el sufrimiento consiguiente de la población, como se atestigua todos los días. Nunca lo hizo, escudándose en la vieja doctrina antidemocrática del nacionalismo revolucionario mexicano, de no opinar sobre lo que pasa en otros países (y así evitar que opinen sobre México). Hoy, en lugar de eso, López Obrador da la orden de rendir honores de Estado a Nicolás Maduro, invitado confirmado a su toma de posesión.
Maduro es invitado sin importar los terribles y sangrientos resultados de su gestión: tres millones de venezolanos migrantes, que han escapado desde 2015 del derrumbe del país; una inflación, a pesar de las discrepancias sobre los números reales, que está a niveles estratosféricos, siendo la mayor del mundo en estos momentos, por mucho, muy por encima de Irán o Zimbabue; una crisis humanitaria de proporciones bíblicas, con aumentos sin freno en pobreza extrema, mal nutrición de la población y epidemia de muertes infantiles, y donde 9 de cada 10 venezolanos no ganan el dinero para comprar alimentos suficientes. Esto junto a la continua persecución, encarcelamiento, tortura a críticos y muerte a opositores.
El próximo 10 de enero Maduro iniciará un nuevo período de Gobierno en Venezuela, o seguirá usurpándolo, según se prefiera, ‘electo’ en las ilegítimas elecciones presidenciales de mayo pasado. Pasará entonces por encima de la Asamblea Nacional legítimamente electa, la Constitución promulgada por su mentor Hugo Chávez, las protestas de la oposición y el no reconocimiento de 51 Gobiernos y de organismos internacionales, como la OEA y la Unión Europea.
Con su invitación, López Obrador convalidará esa clara violación a toda legalidad. Y traicionando la tradición diplomática de México, que siempre ha dado resguardo y protección a los perseguidos, en este caso López Obrador y su diplomacia darán respaldo y cobijo a un criminal de lesa humanidad, que tarde o temprano deberá ser juzgado.
¿Qué llevó a López Obrador y a sus nuevos funcionarios a invitar a Maduro y, ahora, a no rogarle que se disculpe de asistir? Sería una afirmación aventurada decir que López Obrador y su partido, MORENA, deben favores al Gobierno venezolano, como se los deben partidos tales como Podemos de España o el FPV de los Kirchner en Argentina.
Quizá solo sea que, en el fondo, la izquierda mexicana alrededor de López Obrador admira genuinamente a Maduro y al chavismo. Y lo admira porque quiere imitar a la izquierda bolivariana; quiere tener su poder y su capacidad de torcer el rumbo del país con base en expropiaciones, mayor intervencionismo y la guía incontestable de un jefe máximo. Precisamente la receta que llevó a Venezuela a su actual catástrofe.
Instituciones débiles y sin oposición, y decisiones dejadas al arbitrio del jefe máximo, implican que cualquier cambio (para bien o generalmente para mal) es posible. Eso es precisamente lo que estamos a un tris de presenciar en México, con una mayoría incontestable del nuevo oficialismo en el Congreso y un presidente con un excesivo poder sin contrapesos, como para empujar reformas constitucionales impensables hoy en México, pero factibles, como una futura reelección continua del jefe del Ejecutivo. Ojalá que la presencia de Maduro no signifique un acicate en esa dirección, la que representaría una regresión de décadas.
Los izquierdistas, la izquierda en general, se toma muy en serio sus ideas, sus compromisos y sus alianzas, mucho más en serio que el respeto a los derechos y libertades de los demás. Es así porque quieren ser nuestros pastores y aspiran a obligarnos a ser sus ovejas. Aunque en realidad, gente como Maduro son lobos que roban y matan a la gente que dicen cuidar. En manos de ellos estamos.
Es una pena que, entre el flaco puñado de presidentes, vicepresidentes y reyes asistentes a la toma de posesión de López Obrador, el papel protagónico lo tomen políticos con ínfulas dictatoriales, tales como Evo Morales o Cristina Fernández de Kirchner. Pero nada tan vergonzoso, con mucho, como la asistencia de Maduro.
Por eso, diversas organizaciones libertarias y liberales en México (como México Libertario, Se Busca Gente Libre, Caminos de la Libertad, entre otras) hemos iniciado una campaña pidiendo la no presencia de Maduro, coincidente con similares reclamos de otros grupos y partidos. Ojalá el presidente López Obrador escuche nuestra protesta y, con ello, no deshonre aún más su inicio de Gobierno.