Todos queremos que el porvenir de Venezuela sea distinto a su tragedia actual. Ojalá que así sea.
La caída de Nicolás Maduro se ve cerca, por primera vez en mucho tiempo. No hay forma ni escenario en que Maduro sobreviva la actual crisis. Pero no debemos olvidar que, al final, la Fuerza Armada Nacional Bolivariana y los colectivos militarizados tendrán la última palabra. En tal sentido, la caída puede tardar unos días. O meses. Dependiendo de qué tan cara quieran vender su posición los militares.
¿Qué será de Venezuela tras la salida de Maduro? Cabe dejar clara una cosa, de inicio: la renuncia de Maduro será una salida al actual impasse político, pero no una solución per se.
Al respecto, por ejemplo, tomará años estabilizar la producción petrolera y más tiempo, mucho más aún, estabilizar y encarrilar a la propia economía venezolana. Incluso con una transición pacífica de gobierno, es poco probable que el proceso resulte en mejoras significativas para la población más vulnerable de manera inmediata.
No obstante, tal empresa no es imposible. Países como Ruanda y Sri Lanka han registrado, en los últimos diez años, aumentos en sus niveles de prosperidad tras crisis políticas, genocidios y guerras intestinas. Esto es posible también en Venezuela, porque su tragedia ha sido política y económica, y por lo tanto, plenamente rectificable y superable.
Lo terrible es que por ahora, todo el programa de la oposición a Maduro se limita a desalojarlo del poder. Quizá no podía ser distinto. Pero no hay un planteamiento serio de cómo reconstruir la economía y no volver a caer en la misma situación. No hay planes, no hay planteamientos, no hay soluciones distintas a las del chavismo.
Con un doble agravante: por un lado, muchísimos venezolanos (incluyendo parte de la oposición) quisieran una vuelta al chavismo, solo que sin Maduro, creyendo erróneamente que el fracaso generalizado de Venezuela, fue culpa de Maduro, y no de su antecesor, en la creencia de que “Chávez era Chávez”. Obviamente, se equivocan: el predecesor de Maduro instituyó una forma de robo generalizado (organizado por el gobierno y con apariencias de legalidad) que destruyó la economía venezolana. Su nombre es “socialismo”. Volverlo a instituir y legitimarlo es cavar más hondo el hoyo en que se encuentra el país.
En este escenario, expresiones políticas que uno creería irredimibles, como el llamado “chavismo democrático”, van tomando posiciones para insertarse en un hipotético futuro nuevo gobierno. En realidad, muchos de estos “chavistas democráticos” siguen aferrados a sus ideas sobre la economía y la sociedad, a pesar de la hecatombe económica y ética que causaron, porque creen que solo ellos son capaces de reunir empatía, bondad e inteligencia. En su buena fe, siguen pensando en llegar al poder mediante el voto (como Allende, como Chávez) para desde allí tomar el control total de la economía por parte del sistema político, y partir y repartir de acuerdo a su peculiar idea de superioridad moral.
El “chavismo democrático” (y tantos tránsfugas en el exilio) es el mismo de siempre. Algunos solo tuvieron la suerte de no estar en sus primeras filas e irse o encabezar instituciones “desde el exilio” antes de que los echaran (en esos periódicos ajustes de cuentas en el socialismo) o se documentaran suficientemente sus propias tropelías.
Ese “chavismo democrático” y muchos “opositores” en instituciones “desde el exilio”, son parte de los asesinos intelectuales de la economía venezolana, y de muchísimos venezolanos, triturados en las fauces de una ideología asesina.
Quizá sea inevitable contar con ellos en las tareas verdaderamente urgentes al expulsar a Maduro del poder, y de constituir después un gobierno mínimamente eficaz y representativo. Pero mal harían los venezolanos en olvidar y perdonar todos sus crímenes, y volverlos a encumbrar al poder.