Socialistas, socialdemócratas, comunistas, progresistas, chairos eligieron a López Obrador pensando que respondería a muchas de sus demandas de inclusión, supuesta tolerancia y apertura. En realidad, llevaron a la presidencia a un cerrado conservador que, por ejemplo, acaba de proponer el someter a una ilegal consulta popular la despenalización del aborto, sabiendo que dicha propuesta perdería. O que propuso al Congreso para ocupar un asiento en la Suprema Corte de Justicia a tres oportunistas militantes pro-vida. O que busca devolver, por vías del arreglo político ilegal y por mera orden presidencial, el registro a su partido aliado: el PES, de origen cristiano. En realidad, a López Obrador no le importan ni tus expectativas, ni tus propuestas, amigos socialistas, socialdemócratas, comunistas, progresistas, chairos: para él tienen el mismo valor que tres kilos de reata comprados en la tienda de la esquina.
Igual sucede con tantos sinceros militantes pro-estado, de fuerte ascendencia cepalina, que lo ven como instrumento para un país supuestamente más justo: el presidente López Obrador está decidido a desmontar mucho de ese estado “justiciero” a golpes de capricho y arbitrariedad, y en favor únicamente de un proyecto personal de control político. Lo ha dicho en todos los tonos y por todos los medios, desde la destrucción del Seguro Popular, las estancias infantiles y los albergues para mujeres maltratadas, hasta su nombramiento de un delegado plenipotenciario con todo su poder en cada estado del país, pasando por la desafortunada declaración de una de sus funcionarias de que “AMLO es el Estado”. No hay en él, amigos estatistas, burócratas, ningún proyecto de fortalecimiento del Estado, ni de respeto a los contrapesos institucionales que permiten un mejor gobierno, sino un simple afán personalista de control y centralización del poder por el poder mismo. A ustedes también los engañaron. O se dejaron engañar por simple ambición y codicia.
En realidad, el hoy presidente López Obrador ofreció fantasías y engaños a sus distintas clientelas: a los empresarios les ofreció no cancelar el nuevo aeropuerto de la Ciudad de México; a los consumidores de clase media, bajarles el precio de gasolinas y electricidad; a los mexicanos hartos de la inseguridad, la violencia y la corrupción sin freno del sexenio pasado, el regresar al Ejército a los cuarteles y castigar ejemplarmente la corrupción; a los artistas e intelectuales, el dar mayor apoyo presupuestal a la cultura. Y no sólo incumplió todas esas promesas y muchas más, sino que además, ya en el gobierno, hizo perder trabajo, sueldo, becas a muchos de los seguidores que lo apoyaron.
A todos esos militantes feministas, de izquierda, pro derechos LGBTI, pro-aborto y a favor del Estado laico, en pro de una auténtica democracia sindical, de los derechos de los migrantes, miembros de la comunidad artística e intelectual que lo apoyaron durante 18 años, en estos apenas cien días de gobierno, López Obrador les ha demostrado que no los quiere, que no le importan, que no los necesita ya, que están perdiendo su tiempo con él, que él está más a sus anchas con la derecha cristiana y que por ello, publica cartillas morales como nuevos catecismos republicanos y todos sus discursos y conferencias de prensa están salpicadas de prejuicios y referencias bíblicas. Y aún falta lo peor: que demuestre que puede conjurar la crisis o el freno económico al que nos empuja día con día, azuzado con soberbia e ineptitud la desconfianza de empresarios, consumidores y mercados.
Todo esto lo hizo apenas en los primeros 100 días de su gobierno, que se cumplieron este domingo. Y tristemente faltan aún 2,131 días más, en donde seguramente habrá nuevos decepcionados, quienes al fin se darán cuenta de que a Andrés Manuel no le importan ni le importaron, que solo le importa él mismo.