Recientemente alguien me hacía la pregunta del título, inquiriendo sobre cómo recordaría la posteridad a Andrés Manuel López Obrador, cotejando entre la fama pública que (quizá sin bases) se creó contra el expresidente Felipe Calderón y tantos de sus dislates.
Es una pregunta prematura, sin duda, dado que apenas este domingo el presidente López Obrador rindió su primer informe de Gobierno. Pero tiene lo suyo, como mero ejercicio de prospectiva y viendo precisamente los resultados de su primera etapa de mandato, así que no seré aguafiestas y trataré de responder.
El primer informe de Gobierno resultó un documento meramente burocrático, casi ritual, sin ánimo siquiera para invitar a movilizar al país ni a sus seguidores, hacia algún objetivo concreto, que nunca se enunció. Prácticamente su único momento brillante del evento fue cuando se burló de sus opositores y los llamó “moralmente derrotados”: de ese tamaño su incapacidad de hablar en positivo sobre logros propios, reales.
Pero lo grave y sustancial fueron las numerosas afirmaciones sin sustento y las cifras sin contexto ni capacidad de comprensión. Por ejemplo, habló de la creación de 300 000 empleos durante su gobierno, lo cual es una cifra que suena importante, pero que palidece hasta la extenuación frente al millón y medio de nuevos empleos que necesita la economía mexicana cada año, y que, además, resulta falsa, ante la destrucción de puestos de trabajo, que arroja que durante su gobierno en realidad se han perdido casi 73 000 empleos formales. O su afirmación de que aunque no haya crecimiento económico, en México ya hay más desarrollo y bienestar, pero sin ofrecer un solo dato o alguna fuente que la verifique.
En general, los logros de López Obrador son inexistentes y meras fantasías de su mente: en unos cuantos meses, su gobierno abatió el crecimiento de la economía a cero, ha sido incapaz de detener la espiral de violencia y muerte que se ensaña con el país, contabilizando ya casi 23 000 homicidios dolosos durante sus 9 meses de administración, muchos más que al inicio de sus antecesores, ha sido incapaz de detener el robo de combustibles y se ha desplomado la incautación de drogas. Además, la situación financiera de PEMEX sigue siendo incierta y con ella, la viabilidad del país. Aunque asegura que impulsará una política redistributiva, como era de esperar, hasta ahora lo único que ha logrado redistribuir es pobreza. Convirtió al país y a sus instituciones en el muro de Donald Trump, sin obtener a cambio siquiera la aprobación del nuevo TLC. Su única política claramente identificable en su informe fue el reparto clientelar de recursos, sin supervisión, control ni medición de resultados, pasto seguro para la corrupción.
Al final, lo más lamentable del primer informe es cuando López Obrador terminó su lectura, a diferencia de sus adictos (muchos ciertamente), los hechos reales no aplaudieron.
Con las muchas mentiras e inexactitudes dichas en su informe, es posible que López Obrador siga engañando a sus seguidores. Pero cada mentira le dice a él mismo: eres imbécil al creer que los demás no lo notan.
La política es dura y tal vez ingrata, pero nadie les rogó a los políticos entrar a ella: lo hicieron solos, sabiendo de sus riesgos y exigencias. Por eso la fama de borracho de Felipe Calderón y la de corrupto de Enrique Peña Nieto, más que justas o injustas, son inherentes a esa actividad, y por tanto, normales. En tal sentido, es natural que López Obrador por ahora, tras 9 meses de gobierno, se debata entre la fama perdurable de mentiroso y la del imbécil que destruyó a un país con su megalomanía e incapacidad. Ojalá que en los años cinco años venideros pueda variar ese dictamen, por algo más positivo, aunque por cómo van las cosas, eso sería muy raro.