Diré de inicio que no es lo más sano para la democracia: ver a las Fuerzas Armadas intervenir en el proceso político civil, ni siquiera para sugerir “amablemente”, dejar un poder ocupado ilegalmente.
Aunque también debo reconocer que tras contrastar la situación de Bolivia y de Venezuela, parece no haber opción: sin un compromiso decidido de las Fuerzas Armadas en favor de la democracia y del Estado de Derecho, no es posible deshacerse de un tirano y prevenir mayores males. Dicho compromiso evita, precisamente, calificar como “Golpe de Estado” a lo sucedido en Bolivia, donde además, Evo Morales renunció al cargo presionado pero voluntariamente, y junto con él las tres personas que seguían en la línea de sucesión, sin un solo disparo, sin una sola ocupación militar de ningún edificio o cargo público. En cualquier caso, si hubiera un golpe militar, fue un golpe contra un golpista.
La situación no debiera evitar, empero, que el nuevo Ejecutivo boliviano convoque a nuevas elecciones presidenciales en un plazo prudente. Hacerlo es una medida indispensable para restablecer el orden constitucional que violó Morales. Igualmente, debe existir un respeto estricto a los Derechos Humanos de los opositores en esta transición y no tratar de imponer sus valores religiosos. No hacerlo, acerca al nuevo Ejecutivo a las prácticas del propio Evo Morales. Y si fuera así, ¿cuál es el cambio para bien del pueblo boliviano?
Dicho esto, debemos asumir que lo sucedido en Bolivia y el destino de Evo Morales, brinda valiosas lecciones para muchos países y gobiernos de América Latina, empezando por México y el gobierno de López Obrador.
Una primera lección es que jugar y pasarse por alto las constituciones y las reglas legales conduce inevitablemente, tarde o temprano, al autoritarismo.
Los gobiernos de Venezuela, Nicaragua, el de Evo Morales en Bolivia y otros más, han venido creando un presidencialismo indistingible ya del autoritarismo, que sentó un precedente preocupante para América Latina. En prácticamente todos los casos, durante sus violaciones legales, hubo silencio casi absoluto de los organismos internacionales y de otros gobiernos. El nuevo activismo y atento seguimiento de la OEA y de sus organismos en casos como los de Venezuela y Bolivia debe ser un incentivo para no seguir permitiendo esto: el silencio es cómplice y aliciente de tiranos en vías de serlo. Y casi siempre terminan siéndolo.
Una segunda lección: es peligroso ir a elecciones con un dictador como candidato, sin un árbitro electoral imparcial.
Por ello el ofrecimiento de Evo Morales de realizar nuevas elecciones, no solo fue tardío, sino también falto de credibilidad. Recordemos que Evo ganó su primera elección presidencial en 2005, y desde el poder no solo se dedicó a controlar todos los órganos de gobierno y a agredir violentamente a la oposición, sino además escribió y promulgó una nueva Constitución, en 2009, que solo le permitía una nueva reelección (la cual ganó en 2009, con un órgano electoral ya bajo su poder). Empero, en 2014, se volvió a presentar como candidato presidencial, con una lectura mañosa de la Constitución y sin ningún contrapoder que se lo impidiera, y volvió a ganar. Aun así y en vista de la ya inescapable prohibición constitucional, en 2016 organizó un referéndum para reformar la Constitución y permitirse una reelección más, por cuarta vez consecutiva, el cual perdió. Sin aceptar su derrota, acudió al Tribunal Constitucional Plurinacional, controlado por él, para que le permitiera participar de nuevo en 2019. Como era de esperarse, el Tribunal le aprobó, unánimemente, presentarse, por cuarta vez consecutiva.
Morales se robó las elecciones del pasado 20 de octubre, tal como lo confirmaron los observadores electorales extranjeros invitados por su gobierno, y la propia empresa contratada por su régimen para auditar los resultados electorales. Morales nuevamente como candidato y con los mismos órganos jurisdiccionales, solo habrían repetido el mismo robo. Por eso su salida fue el mejor procedimiento posible y que no se presentara a la nueva elección debiera ser un requisito repetido en países como Venezuela o Nicaragua o Cuba, si alguna vez hay posibilidades de elecciones libres y justas en esos países, con órganos electorales independientes y neutrales.
Tercera lección: Abusar del poder termina por cansar a los agredidos, los cuales se rebelarán en algún momento, apelando al Ejército.
Evo se creyó el Salvador, por lo que cambió las reglas, una y otra vez, a su antojo, para mantenerse el poder durante 14 años ininterrumpidos, y asumió el control de todas las instituciones. Desde el poder atacó a políticos, empresarios, al Ejército, a comunidades indígenas opositoras, a la iglesia católica, a periodistas, los persiguió judicialmente, los agredió violentamente, expropió injustamente empresas y tierras, inventó atentados contra su vida. Ahora, tras casi tres lustros de agresiones y violaciones, los agredidos se rebelan, pero en lugar de aceptar sus errores, ¡Evo denuncia golpe de Estado!
La falta de equilibrios y contrapesos exacerba a la sociedad y aumenta la polarización. La inexistencia de instituciones que sirvan de equilibrio para contribuir a una salida política y constitucional al problema mayor de una democracia, quién debe mandar, obligaron a la ominosa (pero necesaria) intervención de las Fuerzas Armadas. Los Ejércitos muestran que son las únicas instituciones que pueden detener a los tiranos populistas, hambrientos de poder, que empiezan con un discurso de amor al pueblo, para enseguida despedazar leyes, constituciones e instituciones. Si no se quiere esa salida (natural), debe empezarse por no abusar del poder.
Una cuarta lección es asumir que coptar y arrasar con las instituciones de control (electorales, financieras, de derechos humanos y demás), a la larga va contra el propio gobierno.
Un gobierno que arrasa con la independencia de todas las instituciones públicas, cava su propia tumba, a la larga. Termina sin un interruptor o cortafuego que evite que todos los problemas lleguen al Ejecutivo, y se le contabilicen en contra, por lo que acaba sin credibilidad, peleado con todos. En Bolivia, todas las instituciones estaban anuladas como intermediarias y contrapesos al haberse puesto al servicio de Morales, y quienes estaban al frente de esas instituciones, se volvieron meros subordinados de Evo. Bolivia muestra que los equilibrios son importantes y la actuación de los contrapesos es fundamental, si no se quiere generar una situación de ingobernabilidad.
Y finalmente, la quinta lección: el sometimiento de todas las instituciones del Estado al poder presidencial y de sus cercanos, en lugar de fortalecer su autonomía y profesionalismo, impide las condiciones para asegurar y dar permanencia al cambio político, económico y social.
Aquellos que apuestan por el aniquilamiento de las instituciones, para supuestamente fortalecer y concentrar su poder, en realidad construyen su paso efímero por él: al final, no habrá instituciones sobre las cuales construir un nuevo país y su poder durará tanto como la existencia biológica del dictador. Coptar y destruir las instituciones va en contra de cualquier proyecto de cambio permanente. Lo grave es que del paso efímero de un líder carismático a la intervención militar, para evitar mayor caos, no hay más que un paso. Es lo que hoy vemos en Bolivia.
Bolivia es un buen ejemplo sobre el que el gobierno de México y de otros países deben reflexionar, para evitar caminar por el mismo camino que recorrió Evo Morales (que fue el de la servidumbre, la ilegalidad, el abuso, la polarización, la destrucción institucional) para evitar terminar como él y como Bolivia.