Todo parece indicar que el T-MEC (Tratado México–Estados Unidos-Canadá) se haya in articulo mortis. El T-MEC (o USMCA por sus siglas en inglés) es una renovación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, vigente desde 1994, y que fue renegociado y firmado por las tres naciones hace más de un año. Su aprobación por el Congreso estadounidense se ha venido complicando y difícilmente saldrá del hoyo donde se encuentra.
Tras su negociación, el gobierno López Obrador cedió a prácticamente todo lo que quiso Donald Trump en materia migratoria, a fin de lograr su respaldo para la aprobación legislativa. Pero ahora los Demócratas vienen también por lo suyo, ante la desesperación de López Obrador por conseguir la ratificación del Tratado y así, tener siquiera una buena noticia que dar, ante el desastre que ha significado su gestión económica.
De último momento, y tras de un año de haberse cerrado las negociaciones, los Demócratas exigieron que el T-MEC contemplara que hubiera visitas de inspección del gobierno de Estados Unidos, para asegurarse del cumplimiento de la legislación laboral y ambiental, especialmente por parte de México. De ese modo, el gobierno de Estados Unidos se convertiría de facto en el vigilante de la aplicación de la ley nacional por parte de sus otros socios, pasando por alto todo el sistema de resolución de controversias del tratado. Para satisfacer a los sindicatos, especialmente a la AFL-CIO, los Demócratas buscan que haya equipos de inspectores propios en las fábricas estadounidenses en México, así como prohibir las importaciones de fábricas que violen las disposiciones de derechos laborales, pedidos que Trump ha aprovechado también para buscar endurecer los requisitos de contenido de acero y aluminio en el sector automotriz.
Al respecto, la líder de los Demócratas en la Cámara de Representantes tiene que apoyar este pedido sindical, principal clientela electoral de su partido, ya que necesita el respaldo de los sindicatos a su partido en las próximas elecciones de 2020, y a ella en el crucial juicio político en contra del presidente Trump.
En los últimos días se ha reactivado las negociaciones entre los gobiernos y, aparentemente, hay posibilidad de un arreglo entre ellos. Pero nada se moverá si no quiere Nancy Pelosi, precandidata presidencial Demócrata y presidenta de la Cámara de Representantes. Para ella, la postura de los sindicatos estadounidenses es innegociable y no descansará hasta que ellos se sientan satisfechos. En tal sentido, podríamos irnos despidiendo de cualquier posibilidad de aprobación del T-MEC este año. El próximo año será muy difícil conseguir esa aprobación, ya que Republicanos y Demócratas no querrán dar un triunfo político a sus oponentes, en el contexto de la campaña presidencial norteamericana.
Tanto Trump como los Demócratas buscarán más y más la capitalización política de la aprobación del T-MEC. En ese sentido, podríamos irnos despidiendo de él, en espera de ver qué pasa en las elecciones de noviembre de 2020, y con la esperanza de no volver a negociar entonces el T-MEC con un nuevo presidente estadounidense.
Pero no olvidemos lo esencial: La débil posición negociadora del gobierno de México sería diferente si la economía mexicana estuviera creciendo y si la inversión privada no estuviera en caída libre. Así, las malas decisiones reiteradas de López Obrador tienen más y peores consecuencias.
Hoy el gobierno de López Obrador está urgido de la aprobación del T-MEC, cuando debió de haber actuado mucho antes, dando seguridades a la inversión y garantizando que la economía no se manejaría bajo el capricho presidencial, como sucede ahora.
Ante la debilidad económica del país, el gobierno mexicano ha hecho una gran apuesta de la ratificación del Tratado, algo que se ve como un importante detonador de inversiones y confianza. Pero no es así: los resultados del T-MEC se verán en el muy largo plazo y de ninguna manera será la tabla de salvación de López Obrador. En el corto plazo, poco puede variar el declive de la economía mexicana.
Así que más le convendría al gobierno mexicano, en lugar de esperar una cada vez más lejana aprobación, el ir generando más bien una narrativa que persuada a empresarios e inversionistas de que sea lo que pase con el T-MEC, el tratado que entró en vigor en 1994, sigue vigente y que por tanto, sus planes de inversiones están seguros. De lo contrario, los mexicanos sufriremos muy duras turbulencias económicas el año venidero, que en una de esas, se tornan inmanejables.