El hecho sustancial en 2019 fue la guerra comercial entre China y Estados Unidos en primer término, y enseguida, el desafío al poder dictatorial por parte de la población de Hong Kong. El primer hecho nos confirma que Estados Unidos y China han entrado claramente en una larga y desgastante competencia, cuyo resultado es difícil de prever. Por ahora, estamos volviendo a entrar en una especie de paisaje bipolar, similar a la Guerra Fría. Los poderes alternativos, como Rusia o la Unión Europea, realmente están muy lejos respecto al poderío de ambos actores.
Las manifestaciones en Hong Kong también nos indican que China se erige y se comporta, cada vez más, como un poder imperial. Un poder que no es ni benigno ni plural. Es duro, inmisericorde. Solo consideremos que en seis meses de protestas, las autoridades locales, súbditas de China, han apresado a 6 mil manifestantes honkoneses, los que pueden ser condenados a 10 años de prisión, solo por defender sus derechos; esto sin considerar a los manifestantes muertos. Este conflicto nos indica, comparativamente, que es mejor vivir bajo el “poder” de Estados Unidos y no de China, Rusia o cualquier satapría del Medio Oriente.
En los últimos días de 2019, finalmente EEUU y China llegaron a un acuerdo inicial para detener su guerra comercial, que ya había significado un enorme lastre para el comercio y el crecimiento mundiales, además de traer duros daños para ambas economías. Estaba en el interés de ambos países lograr un acuerdo.
Para China, la desaceleración brusca de su crecimiento de los últimos años, la deslocalización de producción a países como Vietnam, el elevado endeudamiento de sus empresas estatales y el frente abierto por las protestas en Hong Kong explican sus motivaciones para apaciguar el conflicto. Por parte de Estados Unidos, la cercanía de las elecciones presidenciales, el interés de Trump de encararlas con una economía pujante, así como de proteger sus clientelas electorales que China había atacado en su primera represalia a los aumentos arancelarios, explican también la motivación estadounidense para lograr un primer acuerdo.
En síntesis, el acuerdo se divide en dos etapas. La primera, que se suscribirá en unos días (si el gobierno chino no se echa para atrás en lo negociado y se niega a rubricarlo, posibilidad que existe), solo devolvería las cosas a la situación de hace unos meses, siendo lo sustancial la segunda etapa que comenzará a negociarse y que tentativamente se suscribiría en el segundo semestre del año.
El acuerdo de 86 páginas incluye detalles sobre la protección de propiedad intelectual, aborda de forma limitada la transferencia forzada de tecnología y también incluye asuntos como la manipulación de divisas. Así, en esta etapa, Washington retiraría parcialmente los aranceles añadidos desde marzo de 2018, mientras China se comprometería a aumentar las compras de manufacturas, productos agrícolas y energéticos estadounidenses, hasta por 200 mil millones de dólares durante los próximos dos años.
China también modificará su exigencia de transferencia de tecnología a las empresas que invierten allí. Pekín también se esforzará en proteger los derechos de propiedad intelectual, no devaluará el yuan y abrirá su sector financiero a empresas de EEUU.
Por su parte, la administración Trump no impondría aranceles del 15 % sobre 160 000 millones de exportaciones chinas de computadoras portátiles, teléfonos celulares, juguetes y ropa previstos para el pasado 15 de diciembre. Asimismo, reducirá del 15 % al 7,5 % los aranceles ya impuestos sobre 120 000 millones de exportaciones (televisores, altavoces), vigentes desde septiembre. Pero mantendrá el arancel del 15 % sobre 250 000 millones de exportaciones. En caso de incumplimiento, se prevén consultas y la imposición de aranceles en caso de desacuerdo. Se fijaron estadísticas sobre reservas, intervenciones en mercados de divisas y balanza de pago para mostrar si China cumple el acuerdo.
En la segunda fase los gobiernos deberán de ahondar en asuntos sensibles y políticamente importantes para Pekín, como las reformas estructurales chinas, los subsidios a las compañías estatales e, incluso, temas relacionados con la seguridad nacional y las prohibiciones impuestas a la empresa Huawei, aunque se ha buscado mantener este tema fuera de las conversaciones comerciales. Igualmente, EEUU desea que China rinda cuentas si no cumple con alguno de los compromisos pactados, que modifique sus leyes nacionales y abra su sector financiero y sus mercados “incondicionalmente”. Esto ha sido visto por las autoridades chinas como una intromisión en su soberanía, a lo que dice que no cederá.
Por ahora, los ganadores de este primer round son, claramente, EEUU y Trump, lo que permitirá a Trump ostentarse en la campaña presidencial como un auténtico líder victorioso, tras vencer comercialmente a China, a Corea (en una reciente disputa por acero y automóviles), y a México en el T-EMC. Pero la pelea tendrá al menos un segundo round, si no es que más.
El poderío de ambos países es fácil de constatar al ver cómo las recientes tensiones comerciales entre las dos mayores economías tuvieron profundas consecuencias mundiales, deteriorando la mayoría de los indicadores económicos. Es posible que tales tensiones continúen en los próximos meses, aunque muy atenuadas, si efectivamente se suscribe el acuerdo de inicio el próximo 15 de enero, como prevé el presidente Trump pero que no ha confirmado oficialmente el gobierno chino.
Al final, el acuerdo, de concretarse, será solo una etapa en una larga confrontación que se avisora entre ambas economías.