Cuando la izquierda no gana las elecciones, busca destruir al país. Eso sucede en Chile. Cuando las gana, lo destruye. Eso está pasando en México.
Así, es enorme el déficit en la gestión del presidente López Obrador. En solo un año de gobierno en México: un récord histórico de muertos y desaparecidos, producto de la narcoviolencia y la inseguridad pública; y a la vez, menor crecimiento económico, del 0 % en 2019 y, con suerte, del 1 % en 2020. Baja en la inversión, pública y privada, mientras aumenta la percepción de corrupción: el último informe de Transparencia Internacional coloca a México como el segundo país más corrupto del mundo, a despecho de la promesa de López Obrador de eliminar la corrupción desde el primer día de su gobierno.
Por otra parte, los datos oficiales evidencian una enorme destrucción de empleos y una menor generación, mientras el gobierno se empeña más bien en capturar, desacreditar y destruir a las instituciones del Estado. Por su parte, la política exterior es fuente de permanente descrédito: sirve solo para defender a sátrapas de izquierda y ser obsequiosos con Donald Trump, mientras después de muchísimo tiempo o nunca antes, se expulsa a un embajador mexicano por intentar violar el orden jurídico de un país anfitrión.
Y los déficit pueden extenderse sin fin: desabasto de combustible al inicio del gobierno y, a lo largo del año, un robo que no ha logrado detenerse, avance prácticamente nulo en los proyectos insignia del nuevo gobierno. El aeropuerto de Santa Lucía, la nueva refinería de Dos Bocas y el Tren Maya, entrega de la educación pública al hampa sindical (mientras se destruye al sector salud, con desabasto de medicamentos, falta de servicio en hospitales) y la cancelación del seguro popular sin haber construido ni dado opciones de cómo sustituirlo: una negligencia que está costando miles de vidas, muchas de ellas, de niños. En el sector energético, supuestamente la mayor prioridad de López Obrador, hay conflicto con gasoductos, certificados de energía limpia, subastas de adjudicación y farmouts, parálisis en proyectos, reversión de apertura y caída de inversiones.
En seguridad pública, el proceso de puesta en operación de la Guardia Nacional avanza con una lentitud incompatible con la urgencia del tema (hasta pareciera que el objetivo fuera proteger a los carteles del crimen organizado, no combatirlos), mientras amplios sectores del país (Guanajuato, Chihuahua, Guerrero, Tamaulipas) son paisajes de guerra, y las principales ciudades de las fronteras norte y sur se convierten en zonas de crisis humanitaria por la situación migratoria. Y para adelante, poco que rescatar: el gobierno deja ya de ver sus intenciones de reformar la legislación para eliminar más garantías individuales, acrecentar aún más su poder y apoderarse de la institución organizadora de todas las elecciones, federales y locales.
A López Obrador ya se le fue la quinta parte de su período de gobierno: un 20 % de su gestión se ha ido en nada y en ruinas. Si no es ahora, ¿cuándo comenzará a dar resultados, en positivo? Prometió renovarlo todo, mejorarlo todo, cambiarlo todo, y no ha hecho nada que justifique su llegada al poder. Ni la ilusión y las esperanzas que generó en millones de mexicanos.
Si hoy terminara su gobierno, López Obrador pasaría a la historia como un gobernante incompetente y criminal, no como el gran estadista que él supone ser. Lo trágico es que su frenesí destructivo y su manía autocelebratoria, desapegada de toda realidad, le están causando a México (especialmente a sus habitantes más pobres) un daño que tomará décadas reparar y superar.