EnglishGeorge Ciccariello-Maher ha salido a defender el régimen de Venezuela.
Ciccariello-Maher, profesor adjunto de ciencias políticas en la Universidad de Drexler en Philadelphia y autor de “Nosotros Creamos a Chávez: Una Historia Popular sobre la Revolución Venezolana” (We Created Chávez: A People’s History of the Venezuelan Revolution), recientemente publicó un artículo en The Nation criticando ferozmente las protestas en Venezuela, calificándolas como un intento de “devolver el poder a las élites políticas y económicas”.
Lamentablemente, aún si esto fuese cierto, su argumento ya no es válido: no hay excusa para que protestas pacíficas sean reprimidas con violencia — sea directamente por las fuerzas del Estado de Venezuela o tercerizada por grupos paramilitares.
En The Nation así como en una entrevista previa en Democracy Now, Ciccariello-Maher asume la posición del “idiota útil“, el intelectual extranjero aparentemente con buenas intenciones, que ofrece buena publicidad a malos gobernantes. El no es el único en el mundo que hace este papel, pero su alto perfil entre todos los otros expertos en contra de las protestas, así como su insistencia en que Venezuela sigue siendo “el país más democrático del hemisferio occidental”, exige una respuesta más detallada.
Ciccariello-Maher acepta que la volatilidad económica y la inseguridad social — dos de los temas centrales para los manifestantes — son preocupaciones “muy reales”. A pesar de que se ha posicionado a sí mismo como experto sobre la Venezuela contemporánea, de manera estratégica Ciccariello-Maher evade cualquier discusión sobre el por qué, después de quince años de progreso revolucionario, la escasez de productos básicos en Venezuela está empeorando y la cantidad de homicidios están más altos que nunca.
Utilizando este estatus académico para deslegitimar las protestas, en lugar de analizar sus causas, Ciccariello-Maher le es bastante útil al régimen venezolano. El experto ha llamado la atención sobre las “inyecciones de financiamiento de subordinados del gobierno estadounidense” a partidos de oposición en Venezuela. Pero ignora los miles de cubanos que han sido enviados a Venezuela para respaldar un gobierno cada vez más represivo, y a cambio, asegurar que los cargamentos de petróleo venezolano altamente subsidiado sigan llegando a Cuba.
El servicio cubano de alistamiento militar obligatorio implica que estos individuos que llegan a Venezuela como doctores, trabajadores sociales y maestros, tienen un entrenamiento sólido de la estructura de orden de combate — un recurso clave para los fieles al gobierno, de los cuales algunos describen el actual escenario como una “guerra civil”.
Uno podría estar en desacuerdo con el financiamiento y el apoyo del exterior a la oposición venezolana y/o con el rol del aparato militar cubano en Venezuela. Pero es ilógico insinuar, como lo hace Ciccariello-Maher, que el primero es un ejemplo de “intervención extranjera” mientras que el último no. Tal y como nos recuerda Moisés Naím, Cuba tiene “una larga historia interviniendo países latinoamericanos, y manipulando políticamente y ‘neutralizando’ física o moralmente a sus oponentes”.
Por supuesto, Ciccariello-Maher tiene razones para minimizar el rol del Estado cubano en la organización y sistematización de la estructura cívico-militar de Venezuela. Su propio libro parte de la premisa que la revolución bolivariana de Venezuela es un fenómeno orgánico, de abajo hacia arriba, anterior a la llegada de Chávez. Él establece los inicios del movimiento revolucionario en Venezuela en el Caracazo de 1989, cuando el Estado colapsó en medio de protestas y saqueos como consecuencia de políticas estructurales de ajuste, dejando a cientos (algunos dicen miles) de fallecidos.
Ciccariello-Maher no se equivoca en atraer la atención al Caracazo y sus secuelas. Los reportajes de las protestas de antes y ahora muestran una fuerte acusación a los status-quo, tanto al de antes, como al de después de Chávez.
Sin embargo, al hablar del Caracazo como un reproche solamente dirigido hacia los políticos de oposición — y por lo tanto hacia los actuales manifestantes — Ciccariello-Maher simplemente refuerza sus servicios hacia el régimen de turno. Como Andrés Cañizález ha argumentado, el Caracazo demuestra aún más las contradicciones en el discurso de Derechos Humanos que el gobierno sostiene: “El chavismo, con 15 años de control sobre los poderes del Estado y con la capacidad institucional para buscar la justicia, usa el Caracazo como una herramienta política, y sólo cuando le conviene”.
Ciccariello-Maher sostiene que la memoria del Caracazo es un bastión en contra de la “fe ciega” en el Estado. Aún así, se basa en esta fe ciega para argumentar que las protestas en Venezuela están diseñadas para “devolver” el poder a las élites políticas y económicas, como si de alguna forma los oficiales de este régimen estuvieran exentos del estatus de élite.
Es difícil creer que Ciccariello-Maher no se da cuenta de la boliburguesía, la casta más alta de la clase bolivariana. Por servir a la causa proletaria, la boliburguesía es premiada con viajes pagados a Miami, donde pueden discutir la importancia de la lucha anti-capitalista mientras beben champaña, juegan partidos de polo, o salen a comprar iPads bañados en oro (ver aquí y aquí).
Ciccariello-Maher reconoce que Venezuela se encuentra en una encrucijada. Aunque hace un llamado a los chavistas para que presionen por una sociedad revolucionaria más “radical”, parece confundido al no definir qué es lo que esto realmente significa. Describe el proceso bolivariano como un “socialismo en una sociedad capital y una próspera democracia directa en un esqueleto liberal democrático”.
Esto puede ser mejor descrito en las palabras de Ludwig von Mises, como caos planificado.
Dentro de las sucesivas intervenciones en la economía, cada una evidencia el fracaso de la intervención anterior. Irónicamente, esto significa que la planificación central se expande en relación a su fracaso, no su éxito. Si la planificación central fuese sólo para replicar la voluntad de los individuos (y esto, uno asume, es lo que Ciccariello-Maher se refiere al hablar de democracia directa) sería redundante. El hecho de que la planificación central deniega la voluntad de los individuos significa que debe ser respaldada por la fuerza.
Los análisis que separan los factores económicos y políticos ignoran esta tensión, lo que explica el por qué Ciccariello-Maher fracasa en captar que la actual escasez y represión son atributos, no problemas, de las políticas escogidas por el régimen venezolano.
Modificar el precio de un producto a uno inferior al del mercado estimula a los productores marginales a reorientar su capital y trabajo a otros medios más rentables. Contrario al objetivo, esta medida disminuye la oferta del producto regulado. Al no derogar esta política, el Estado entonces debe modificar más y más precios (primero los precios de bienes terminados, luego los precios de los factores de producción de estos bienes), en un intento de paralizar la movilidad del capital y laboral.
En palabras de Mises: “el programa de este intervencionismo contradictorio de por sí es una dictadura, supuestamente para liberar a las personas”. Por lo tanto, obtenemos como resultado la absurda realidad de Venezuela, donde las fuerzas de seguridad del Estado son despachadas para proteger el abastecimiento de papel higiénico mientras cada veintiún minutos alguien es asesinado en la calle.
Los problemas de Venezuela son profundos, y no serán resueltos fácilmente. Pero éstos terminan siendo exacerbados, no mitigados, por apologistas de los abusos y la represión del Estado, quienes ignoran que los más pobres en las naciones económicamente más libres tienen el doble del ingreso promedio que aquellos en las naciones económicamente menos libres, donde Venezuela es el supremo ejemplo.
En definitiva, los esfuerzos para deslegitimar las protestas y excusar la escasez y la inseguridad en Venezuela no cambian este hecho fundamental.