Si hay un país que ha ido en picada, es Chile. Desde que asumió la presidencia Michelle Bachelet, con su séquito de pensadores de izquierda que glorifican un modelo estatista, donde la desigualdad sea el problema a atacar y no la pobreza y el subdesarrollo, Chile ha pasado de ser un referente, un líder latinoamericano y en términos de libertad económica, una estrella mundial, a ser un país que vuelve al subdesarrollo más primitivo, sin gobernabilidad y con clamores populistas a la orden del día.
Hoy el tema, una vez que ha concluido el paro de funcionarios públicos, es ver qué conclusiones se pueden obtener, pues no es la primera vez que estos personajes salen a las calles a hacer gala de una miseria que los datos duros obviamente no pueden avalar.
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Los números dicen que los salarios de los funcionarios públicos son mayores que los del sector privado por las mismas funciones y sencillamente si alguien no logra desenvolverse bien con su salario, podemos culpar a terceros, incluso a la economía estancada del país, pero lo correcto sería la autocrítica financiera, ya que al parecer el resto de los chilenos deben lograr organizarse de igual manera con los salarios del mercado.
Lo que producen los paros de este tipo, que dicho sea de paso, son ilegales, son la prueba de si un gobierno tiene o no gobernabilidad, si tiene peso político para mantener o al menos restaurar rápidamente el orden social, y queda en evidencia que el gobierno izquierdista de Michelle Bachelet no tiene ni las competencias ni el carácter necesario para preservar márgenes aceptables de armonía social.
Podemos intentar excusar al gobierno aduciendo la inflexibilidad de los demandantes. Aunque este gobierno es sin duda alguna cerrado, inoperante e incompetente, sí podemos decir todas esas cosas, pero si el gobierno tiene dificultades con tender puentes y organizar los diálogos necesarios, ahí no está necesariamente su error, ya que es bastante difícil sentarse a negociar con alguien que te pide cosas imposibles como un reajuste que se sale de las posibilidades económicas del país, no es llegar y negociar con ese tipo de exigencias, pero su error no es ese.
El gran error del gobierno fue antes, al crear vientos de descontento, al sembrarlos y cosechar tempestades. ¿Cómo? En el plano doctrinario con el falso discurso de la equidad y la justicia social, en donde se definen estos términos equiparándolos con la igualdad material y no con la igualdad ante la ley.
Luego en el plano más concreto con la absoluta falta de sanciones cuando hay ruptura de la disciplina social, por ejemplo, cuando los empleados públicos hacen paros por semanas y se les sigue pagando el sueldo sin que trabajen, como unas vacaciones pagadas permanentes, dejando que usen a la ciudadanía de rehén y que no pase nada; luego con estudiantes que se toman los colegios y los saquean sin que haya ningún tipo de consecuencia. Estas situaciones fueron creando un clima en virtud del cual todo mundo comienza a salir a la calle y empiezan a pedir, vociferar y exigir cosas imposibles.
A estas alturas el gobierno ya no puede sentarse a dialogar con quienes piden lo imposible, cediendo a demandas que significarían sencillamente que clausuremos el país y lo vendamos al mejor postor. El error fue permitir que este tipo de clima escalara y esto lo hace siempre la izquierda, en Chile y en todo el mundo. Siembran vientos y cosechan tempestades.
La izquierda es especialista en crear este tipo de climas caóticos: excitan a la gente a pedir más, a sentirse con más derechos de los que tienen, a sentir que solo tienen derechos pero ningún deber y los animan a ver el mundo como un lugar donde todos les deben algo y donde han sido abusados toda la vida porque no nacieron millonarios, creándoles un sentido de injusticia injustificado.
La izquierda es especialista en avivar todas las peores y más tontas pasiones de las masas hasta que estas demandas explotan en sus propios gobiernos. Se dedican a sabotear las instituciones y luego se dan cuenta que han creado una terrible tempestad social. Estos gobiernos de izquierda tienden a darle cuerda a estos movimientos que demandan que el Estado los mantenga pero sin mejorar su productividad, que buscan vivir como adolescentes que son contestadores y voluntariosos pero desean ser mantenidos.
El falso empoderamiento fue sembrado por la izquierda. Está siendo cosechado por ellos mismos y ya no tienen cómo controlar o reprimir estos exabruptos pasionales de las masas como corresponde, pues ya no es una sociedad razonable donde las cosas se hacen conforme a la “razón”. Llega un momento en que el país ya no tiene solución y en esta etapa el país se ha quedado ya sin gobierno.
La ingobernabilidad es resultado de una irresponsabilidad doctrinaria crónica. La filosofía del derecho sin deber, la religión en que la libertad es un mal y el control del Estado es un bien, pues en el imaginario colectivo pareciera que el Estado es administrado por seres perfectos e incorruptibles y que los privados son el enemigo explotador.
Hoy por hoy, Chile no tiene gobierno. Salimos a la calle y vemos que las cosas se mueven, parecen funcionar, los autos avanzan, la gente sale a trabajar, los transeúntes aún se movilizan. Pero eso responde nada más que a una inercia social: el país se está parando ya que para ponerse al día con los servicios públicos estancados por días y días, la productividad tendría que ser histórica y sabemos que los empleados públicos no son tampoco ángeles que trabajan de manera altruista.
El peligro es que esto abre la puerta a todo tipo de populismos. Queda ver qué es lo que nos ofrece la carrera presidencial, pero así como están las cosas solo se avecina más demagogia y más caos, lo que es igual a menos libertad.