A lo que se ha escrito desde ayer acerca de Juan Mario Laserna (1967-2016) — y el homenaje de La Silla Vacía, es excelente,— faltaría mencionar una rarísima virtud suya: me refiero a su entusiasmo por los jóvenes y su inmensa bondad hacia ellos.
Conocí a Juan Mario hacia mitad del 2013 gracias a Andrés Londoño Botero, entonces estudiante de economía en la Universidad de Los Andes (Juan Mario fue su supervisor de tesis). Andrés me invitó a un almuerzo entre semana en casa del entonces Senador (lo que un observador llamó “una amplia casa de La Candelaria -algo así como la Quinta de Bolívar, pero a escala republicana”). Cuando llegué, me impresionó encontrar a unos 10 jóvenes universitarios, la mayoría menores aún que Andrés Londoño, quienes podían expresarse con toda franqueza y debatir sin reservas con él. Solo tenían que evitar la embestida de Shirley, el dachshund que deambulaba ansiosamente por el patio.
Juan Mario conversaba con tanta fluidez acerca de la historia occidental como lo hacía acerca de la economía y la política colombiana. Conocía muy bien la Guerra de los Treinta Años y veía un claro paralelo entre la era del Bauernkrieg (1524-1526) en el suroriente alemán y la actual, dada la relación entre el avance tecnológico, la mayor fluidez de comunicación y las grandes turbulencias socio-políticas.
El día que lo conocí, Juan Mario pidió mi apreciación acerca del sitio de Alesia, conducido por Julio César en el año 52 a.C. La última vez que lo vi, hace alrededor de seis semanas, nos brindó a un pequeño grupo de amigos una magistral exposición, de improviso, acerca de la Casa de Wettin. Sobra decir que este no es el tipo de charlas a las que uno usualmente está expuesto al hablar con un congresista colombiano, quien quizá puede elaborar acerca de las virtudes de la Casa Olímpica.
De hecho, en medio de su erudita disertación, Juan Mario le preguntó a un amigo mío holandés que visitaba Bogotá: “¿ahora entiende por qué perdimos?”
Se refería, por supuesto, a la campaña al Congreso del 2014. A raíz de las reuniones de la “juventud lasernista”, tuve más conversaciones con Juan Mario —casi nunca acerca de política electoral (no era raro, de hecho, recibir un mensaje suyo pidiendo la traducción de alguna frase al latín) —, y él permitió que yo, un absoluto neófito político, fuera su “fórmula” a la Cámara de Representes por Bogotá cuando buscaba su reelección al Senado.
Tan poco tradicional era Juan Mario como político que, durante la campaña, escasamente discutimos una estrategia electoral. Él estaba concentrado en conservar sus votos en el Tolima y dejó a Francisco de Vengoechea, su gran amigo de la infancia, y a un grupo de jóvenes — Londoño, Juan Felipe Vallejo, Roberto Tinoco, Pedro Pablo Cadavid, entro otros—, a cargo de difundir su mensaje en Bogotá.
El único consejo que me dio provino de su experiencia al competir en lucha libre en Andover, su colegio, y Yale, su universidad: “le falta oler sudor”, me dijo un día por teléfono, sin duda con toda razón. Luego me envió a reunirme con unos líderes comunitarios que alguien del Partido Consvervador le había recomendado en el occidente de la ciudad. Cuando llegué, me encontré con dos pensionados que me dieron la bienvenida a la política colombiana al preguntarme cuánto dinero tenía para contratar a un conjunto de vallenato para una fiesta “juvenil”. De alguna manera, logré evadir la llave e invertir lo poco que tenía en publicidad de Facebook
Una tarde invité a Juan Mario a mi casa con el fin de discutir nuestra estrategia conjunta de comunicaciones para la campaña. Al llegar se percató de una copia de la Tabula Peutingeriana que cuelga de mi pared; inmediatamente inició una conversación de unas dos horas acerca del sistema militar del Imperio Romano, la cual concluyó cuando tenía que salir hacia una entrevista. Naturalmente, el tema de la estrategia conjunta de comunicaciones fue permanentemente archivado.
En otras ocasiones, cuando se organizaban tertulias (en plena campaña) en su sede de La Candelaria, surgían debates acérrimos, pero respetuosos, entre conservadores y libertarios acerca del papel del Estado en la sociedad, con citas de Edmund Burke o Friedrich von Hayek — y no pocas cantidades de alcohol—, lanzadas al aire hasta mucho después de la media noche.
Nada de lo anterior debe sugerir que Juan Mario no tomaba la política como tal en serio. Al contrario, pensaba estratégicamente y tomaba grandes riesgos profesionales para intentar salvar al país de los peligros que percibía a su alrededor. Convencido de que Colombia necesitaba un Partido Conservador moderno, independiente y fuerte (no confiaba en el caudillismo) para evitar el destino de la Venezuela chavista, país que visitó con frecuencia y cuya situación entendía como pocos políticos colombianos, Juan Mario se resistió a que el partido apoyara la reelección de Juan Manuel Santos y respaldó – como único Senador de bancada – la candidatura de Marta Lucía Ramírez.
El día de la convención conservadora, Juan Mario reunió a los jóvenes que lo apoyaban en su casa y citó el “discurso del día de San Crispín” que, según la obra de Shakespeare, pronunció Henrique V de Inglaterra ante sus tropas, muy inferiores en número comparadas al enemigo, antes de la Batalla de Azincourt de 1415:
Nosotros pocos, nosotros felizmente pocos, una banda de hermanos;
Porque el que hoy derrame su sangre conmigo
Será mi hermano, por vil que sea,
Este día ennoblecerá su condición…
La improbable victoria de Marta Lucía — y de Juan Mario, su eventual jefe de debate—, fue terriblemente emocionante para los que los apoyamos ese día. No obstante, terminó siendo una victoria pírrica; Marta Lucía no pasó a la segunda vuelta y Juan Mario mismo no logró su reelección al Senado pese a sus logros en el Congreso y a su gran prestigio. La pérdida de la política, sin embargo, fue una ganancia para el periodismo, pues Juan Mario pasó a dirigir la Revista Dinero, y a causarle más de un dolor de cabeza al gobierno.
Por las conversaciones posteriores que tuve con él, sé que no se arrepintió de la campaña, y relataba con orgullo cómo algunas de nuestras propuestas habían escandalizado a ciertos elementos del Partido Conservador. Como le dijo hace unos años a La Silla Vacía:
En cuanto a los derechos civiles, soy libertario, no creo que la gente se debe meter en los pantalones de uno.
Lo que hoy se conoce en Colombia como el movimiento Libertario, de hecho, se debe en gran parte al gran apoyo inicial que recibimos de Juan Mario Laserna. Este respaldo, aunque no lo podemos corresponder, no se debe olvidar.
Juan Mario me dijo que, tras perder su escaño en el Senado, se le acercaban personas en Bogotá y le expresaban su lástima como si fuera un sentido pésame. Él les respondía citando a Mark Twain: “las noticias de mi muerte han sido exageradas”. Y tenía razón: aunque Juan Mario estuviera temporalmente relegado al desierto político, su futuro en la política era aún extremadamente prometedor; a su misma edad, Churchill ni siquiera había entrado al desierto del poder del cual eventualmente salió triunfante, como Primer Ministro.
Los jóvenes (y otros, como yo, ya no tan jóvenes) a quienes Juan Mario tanto ayudó solo podríamos esperar en vano que la terrible noticia de ayer fuera una mera exageración. Perdemos a un amigo; el país pierde a una mente excepcional.