Mucho se ha hablado en estos últimos días sobre la fortuna de María Gabriela Chávez, la hija del difunto expresidente de Venezuela, Hugo Chávez. La información actual, proporcionada por medios venezolanos, sugiere que la hija de Chávez posee US$4.197 millones en cuentas de Estados Unidos y Andorra, lo que podría transformarla en la persona más rica de Venezuela.
La crítica casi unánime consistió en señalar una supuesta inconsistencia: ¿cómo se puede defender la revolución bolivariana y, al mismo tiempo, gozar de semejante fortuna? Es una mala crítica, dado que concede demasiado: asume que la revolución bolivariana se hizo en defensa de los derechos y de la igualdad.
En países como Venezuela, la desigualdad entre sectores amigos del poder y los ciudadanos de a pie es notable. Los primeros disfrutan de considerables fortunas. Los segundos reman para no ahogarse en un mar de inflación, escasez y desempleo. Los primeros pueden viajar y acceder a productos extranjeros. Los segundos se conforman con entrar a supermercados prácticamente vacíos. Pero no se confunda, estimado lector.
No es que los primeros sean capitalistas encubiertos. Su fortuna no es consecuencia de haber sobresalido entre la competencia por haber ofrecido productos de calidad a precios accesibles. No es consecuencia de haber invertido y tomado riesgos. Es consecuencia de las prebendas y privilegios que recibieron del Estado, y que pagaron los ciudadanos de a pie. Allí está toda la movilidad social que puede apreciarse en el llamado socialismo del siglo XXI. No son capitalistas. Están cómodos con ese sistema socialista.
Cuando los defensores de la República abogan por la división de poderes, un Poder Judicial y un banco central independiente, instituciones firmes, el respeto a la libertad de expresión, la defensa de libertades civiles, políticas y económicas, y las limitaciones al poder coercitivo del Estado, no lo hacen por caprichosos, ni por querer introducir conceptos teóricos con poca relevancia.
Lo hacen, entre otras cosas, porque saben que ese es el camino a la prosperidad económica. Porque son conscientes de que, donde esos valores se respetan, las tasas de pobreza y desempleo son más bajas, la movilidad social es mayor y el potencial del individuo se desarrolla plenamente. Y son conscientes de que la tremenda concentración de poder en una sociedad, que tanto angustia a muchos, se da cuando esos valores son socavados.
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Los australianos, canadienses y suecos no son inherentemente mejores que quienes habitamos el suelo latinoamericano. No radica allí la clave de la riqueza de las naciones. Es simplemente una cuestión de marcos institucionales: elegir fomentar el comercio, la seguridad jurídica y los valores republicanos, y no entregarse a la voluntad de un líder que concentre todo el poder.
La defensa de la República y las libertades individuales no es la defensa de conceptos extraños, ajenos al ciudadano. Es la defensa del ciudadano mismo. Y las elites económicas de países como Venezuela lo saben. Por eso eligen depositar sus fortunas en países republicanos, donde saben que no habrá un líder autoritario que repentinamente les quite su riqueza.
Lo saben, pero no aplican ese conocimiento a los países latinoamericanos que los vieron crecer. Si así lo hiciesen, la economía se abriría, y ya no podrían vivir tan cómodos, pues tendrían que empezar a competir en un contexto de mercado. Pero no quieren hacerlo. No es porque piensen que el capitalismo sea inherentemente injusto, sino porque saben que es el único sistema que pondría a prueba su talento. Y le temen a eso.
La fortuna que los medios venezolanos le adjudican a la hija de Hugo Chávez, junto con demás desigualdades, no son pequeñas anomalías del sistema gubernamental venezolano. No es un socialismo mal aplicado. Son sus consecuencias inevitables. Y es precisamente lo contrario al sistema republicano, donde sería impensable que el Estado intervenga para oprimir a su población y beneficiar a empresarios amigos. Esa es una lección que los pueblos latinoamericanos tendrán que aprender.
Ezequiel Spector es Abogado, Doctorando en Filosofía del Derecho por la Universidad de Buenos Aires y Catedrático de la Escuela de Derecho de la Universidad Torcuato Di Tella, en Argentina. Fue investigador visitante en The University of Arizona, Estados Unidos, y en la Universidad Carlos III de Madrid. Síguelo en @ezspector.