
Hace poco escuché una entrevista a Claudio Sapelli, un investigador que ha trabajado el tema de la equidad en Chile por décadas, publicando hace poco la segunda edición de su libro Chile más equitativo.
Sapelli en su estudio, a diferencia de muchos sistemas de medición, toma una medida basada en análisis progresivos de cohortes que en el tiempo van evolucionando de generación en generación, lo cual le da una consistencia temporal y nos permite ver el progreso real.
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Si nos comparamos unos con otros, claro que habrá diferencias, algunas de ellas demasiado evidentes. Todo esto midiendo la igualdad con el coeficiente de Gini, que compara a las personas unas con otras y nos muestra qué tan desigual es un grupo de personas y lo hace midiendo sus ingresos en dinero.
El problema de medir personas en una misma generación, es que mide el indicador incorrecto, se basa en cuánto dinero ingresa a los bolsillos de las personas, pero se olvida de que la riqueza no es el dinero sino aquello que se puede intercambiar por dinero. Si no existieran los bienes y servicios, el dinero no tendría razón de ser. El segundo problema que enfrenta una medición como el Gini es que no refleja los avances que hace una cohorte a través del tiempo y por lo tanto es imposible decir con este coeficiente si una persona está mejor o peor, solo nos dice que hay o no hay desigualdad.
Sapelli revela que la generación de 1980, comparada con la de 1970, a sus 30 años de edad, es más equitativa pues pese a que se mantienen las desigualdades y hasta se profundizan, las nuevas generaciones tienen más y mejor acceso a bienes y servicios variando solo en la abundancia y calidad de ellos, pero con acceso igualmente, lo cual implica que todos son más ricos que la generación anterior.
Cuando medimos la desigualdad, lo que se mide es qué tanto acceso tiene una persona a un bien o servicio. En el siglo XIX no todos tenían acceso al agua potable, situación que cambió con el tiempo y permitió que con la competencia de servicios, la llegada de la modernidad y la liberalización así sea parcial del mercado, este servicio pudo llegar a las casas de las personas a costos más bajos hasta convertirse en gastos básicos del hogar. Por lo tanto, a pesar de que puede que el rico sea más rico aún que el pobre, ambos tendrán acceso a agua potable y eso acorta las brechas reales de pobreza y riqueza.
Chile es un país desigual en términos de ingresos, sí, pero más equitativo sin duda por acceso a bienes y servicios.
Entiéndase que la verdadera equidad es que exista la menor cantidad posible de barreras artificiales para que las personas persigan sus objetivos, y en este sentido es que el gobierno actual de Chile tiene un diagnóstico equivocadísimo de la realidad e identifica erróneamente el problema del país.
Sapelli midió la pobreza, la educación, el acceso y otros indicadores y todos muestran que la generación siguiente es más próspera que la anterior. Quiero insistir en que eso significa progreso y camino hacia el desarrollo, entonces vuelvo a plantear la pregunta, ¿por qué hay descontento?
Remontémonos a la revolución estudiantil del primer gobierno de Bachelet pues se pensó que no se veían los frutos a corto plazo de la inversión que significaba mandar a un hijo a la universidad.
Esto hay que sumarlo a la malentendida movilidad social, que obviamente depende de las decisiones que los individuos vayan tomando, por lo tanto la movilidad puede ser hacia arriba o hacia abajo. En Chile, la población creyó que esto era un sistema automático de ascenso, en que el mayor crecimiento económico significaba movilidad inmediata independiente de la capacidad de esfuerzo y motivación de cada individuo. Esto desconcierta a muchos pues la mayoría espera que la riqueza se reparta por defecto a ellos.
La solución del gobierno ha sido igualar a las personas a costo de todo, pues si el crecimiento no ha podido distribuir la riqueza de una manera más igualitaria, entonces hay que hacerlo desde el Estado.
Los datos muestran que Chile es más rico, es más equitativo, es más igualitario pues hay más y mejor acceso a bienes y servicios, pero la percepción es que ese crecimiento no llega a todos de manera igualitaria, entonces el descontento surge porque no todos son ricos o tan ricos como quisieran, pese a que el país crece.
Las reformas propuestas por el gobierno tienden a igualar de manera artificial a las personas, pues pareciera que la confrontación con quien está mejor es indeseable, entonces se gestaron reformas como la educacional, que intenta lograr que el Estado esté más presente en la educación eliminando, entre otras cosas, el lucro, que aunque queramos negarlo, produce una sana competencia por ofrecer el mejor servicio. Se implementa una reforma tributaria para cubrir los costos de la reforma propuesta en educación, lo cual estanca la economía y el crecimiento económico. La reforma laboral eterniza los monopolios sindicales haciendo que los empleadores lo piensen dos veces antes de seguir contratando.
La concepción de políticas públicas no considera los datos que muestran que Chile es superlativamente superior en casi todos los aspectos a sus pares latinoamericanos. Se desea igualar y se hace dentro de un esquema forzoso en donde el único resultado es una igualación material hacia abajo.
Chile se ha izquierdizado y corre hacia más Estado y menos individuo, condenando a miles al asistencialismo, el cual está destinado a colapsar cuando la masa crítica necesite de él. Esto a largo plazo sería igualdad, pero a costa de la difícilmente ganada riqueza. Este es el legado de Bachelet, que en estos momentos debe estar desconsolada viajando a los funerales de Fidel Castro, su inspiración y quien le recuerda en qué se basa su sueño para Chile… Igualdad así sea en la pobreza.