Chile está enfrentando una crisis tremenda estos días pues la mitad del país se encuentra bajo fuego con más de 36 focos de incendio.
Hasta el presente, el principal problema del país no era el fuego, ya que por geografía no eran frecuentes, pero desde hace unos pocos años, cada vez nos encontramos con incendios incontrolables para los cuales nadie parece tener solución.
Cuando Michelle Bachelet asume su segundo gobierno, recibe un país con un crecimiento de aproximadamente un 5 % sin contar que detrás de esas extraordinarias cifras había un método, una forma de hacer las cosas que implicaba que aún en la bonanza, se practicaba la prudencia fiscal, el ahorro mesurado y la disminución de la deuda (no olvidar que para la reconstrucción, Chile debió vender bonos soberanos que fue pagando metódicamente acompañando esa responsabilidad con políticas certeras de crecimiento).
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Muchos alegarán que en realidad, el gobierno anterior de Sebastián Piñera, tuvo la suerte de tener un alto precio por las materias primas que Chile vende y que por eso tuvo más crecimiento, pero ese análisis simplista dista de estar completo.
El país fue entregado con una alta calificación de rentabilidad, responsabilidad y una muy baja calificación de riesgo. En esas condiciones, era posible empezar a determinar prioridades.
Los gobiernos de izquierda tienden a entender por prioridades largas listas de deseos ideológicos no reconociendo que la palabra priorizar significa enfocarse en lo urgente postergando incluso lo importante.
Urgente era hacer previsión para mejorar la seguridad ciudadana (eso incluye eliminar el terrorismo en la Araucanía), urgente era ahorrar porque se venían tiempos difíciles para las materias primas y todo mundo lo sabía, urgente era gobernar con expertos y no con amigos que llenaron el aparato estatal de sus camaradas y combatientes que de otro modo en el mundo privado no podrían prosperar por falta de talento y competencias.
De haberse ahorrado, sería posible tomar decisiones más libres teniendo los recursos para hacerlo en torno a cómo operar bajo los incendios que apremian al país.
No es lo mismo decidir sobre una tragedia cuando no se tiene un céntimo que cuando se tiene cierto margen económico. Lamentablemente el gobierno izquierdista de la nueva mayoría se dedicó a despilfarrar cada centavo acumulado, a dilapidar toda la fortuna que con dificultad se juntó en los buenos tiempos.
Se dedicó a priorizar caprichos ideológicos que en nada mejoran la vida de los chilenos, tales como una reforma constituyente, que ha costado millones en adoctrinamiento mediático, en logística, pero sus resultados fueron miserables porque a la gente no le interesa, y no le interesa porque no es prioridad. La constitución no les cambia en nada la vida.
El gobierno se dedicó a reformas que frenaron de golpe la inversión. No es fácil ser optimista cuando te suben los impuestos, ponen trabas a tu emprendimiento por teorías igualitaristas que ya han sido probadas fracasadas, pero desean imponerlas igual, no es fácil quedarse a invertir en un país donde cada vez se te demoniza más por tu prosperidad en vez de animarte a seguir prosperando pues tu éxito arrastra a otros a una mejora de vida, no es fácil quedarte y entusiasmarte a invertir en un país donde dicen que te cambiarán la constitución y dada la ideología socialista que impera en el gobierno, bien podrían comprometer la propiedad privada y con ello los resultados de tu esfuerzo.
El freno económico deterioró el perfil económico del país en menos de tres años y hoy está al borde de la recesión.
Con mediciones cuestionables y sospechosas, el gobierno intenta defenderse diciendo que los números no son correctos y que ellos manejan lo oficial. Que no es tan malo el panorama, pero luego personalidades de la industria exclaman que ya no queda ni un centavo. Frente a eso, la credibilidad baja bastante.
Con las deudas hasta el cuello, con las calificaciones de riesgo en alza y con el país hipotecado hasta la otra generación, es difícil tener libertad de reacción frente a desastres tan devastadores como los incendios de la zona central que ya han consumido 120.000 hectáreas.
Un gobierno con tantas malas decisiones acumuladas, no puede sino sentarse a formar comisiones para ver cómo enfrentar el problema sin realmente poder enfrentarlo, solo puede esperar que el fuego cese casi por si solo y que los medios disponibles alcancen porque no hay dinero para más. No se hizo previsión, no se planificó, no se priorizó el imprevisto y ahora se combate como se puede, esperando recibir ayuda desde el extranjero.
Parece que las prioridades trastocadas responden a quien gobierna y su séquito de aspiradoras de recursos estatales. Al parecer ya es tan desesperada la situación pues ya no se puede devolver el tan necesitado dinero robado por miles y miles de funcionarios innecesarios y fantasmales, que la inercia es mejor que cualquier cosa que pudiera hacer Bachelet y compañía.
No da lo mismo quien gobierne. No se puede esperar que alguien que despilfarra los recursos que no le costó ganar, sea buen líder durante una crisis. No se puede esperar que quien recurre a mesas de trabajo cuyos resultados jamás se utilizan o se usan parcialmente sin efectos reales (ver caso de comisión Engel y comisión Bravo) esté a la altura de sucesos inesperados como una ola de incendios.
La raíz del fuego es tema para otro análisis (que si fueron negligencia de forestales o fueron terrorismo panificado como alguna vez lo anunció un grupo de comuneros mapuche, etc.) pero el punto es que el fuego está y hay que combatirlo.
Solo queda esperar la ayuda, contar con la solidaridad de los chilenos hacia bomberos, que en el país son voluntarios. Bachelet suspendió su viaje a la cumbre CELAC para quedarse a gobernar, esperemos que la inepcia no termine por consumir el país.