Chile hoy sufre un conflicto interno generado por una aparente causa mapuche (grupo indígena de la zona centro-sur), y digo aparente con toda intención, pues si bien los terroristas se identifican como tal, y alegan que su violencia solo se ajusta a una legítima reivindicación territorial, la verdad es que en un 80 % estos grupos extremistas están formados por chilenos y extranjeros izquierdistas.
La verdadera guerrilla que este grupo de terroristas pseudomapuches empezó, ha afectado a cualquier persona decente, principalmente de la zona de la Araucanía, y esto incluye a chilenos de ascendencia europea y chilenos de ascendencia mapuche o mixta. Y es que en diversas consultas y sondeos los mapuches se sienten parte de chile, pero se identifican con su etnia. La gran mayoría de los indígenas que viven en comunidades apoyan los esfuerzos históricos para integrarlos porque les ha significado una entrada a la modernidad. Es cosa de mirarlos y analizar seriamente la situación. La mayoría de ellos vive como cualquier otro chileno plenamente integrado y con beneficios sociales.
En caso de preguntarles si desearían volver a un estado colonial donde se les permitía vivir a su usanza sin ser molestados o si desean formar parte del Estado de chile con lo que ello implica, eso incluye la ley, pero también los beneficios de la modernidad que ellos no crearon, sino que llegó con la colonización, la respuesta es mayoritariamente a favor de la integración; y en la práctica ya forman parte de la nación chilena tanto en su comportamiento como en su expresión lingüística. No hay diferencias más que las fenotípicas que pudieran diferenciar a un chileno con ascendencia indígena de otro sin esa ascendencia.
¿Qué justificación pueden tener estos grupos terroristas entonces para destruir, quemar, violentar y arrasar con todo a su paso? No hay respuestas simples, porque se manejan varias teorías, como, por ejemplo, lograr territorio autónomo e independiente del Estado de Chile. En este caso, sería un Estado más comunista que indígena, pues la mayoría de quienes conforman estos grupos no son mapuches o son mestizos que ven en la radicalización y en causar terror un liberador de sus propias tendencias destructivas y la posibilidad de hacerlo impunemente, ya que se amparan en una pseudocausa.
La destrucción ha sido evidente: quemas de camiones, casas, fundos, iglesias de distintas denominaciones con gente adentro, matanza de animales y personas y otros actos terroristas. No es una lucha por la independencia del estado mapuche, es la búsqueda de un Estado comunista instalado, como según su teoría debe ser, a través de las armas, y si es necesario usar un pretexto indígena para lograrlo. Es ese acomodamiento típico del izquierdista que puede disfrazarse de lo que sea para lograr su objetivo, y su método favorito siempre será la violencia.
Frente a una situación así, lo primero que debe hacer un Gobierno serio es buscar la seguridad de sus ciudadanos, aquellos que financian al Estado para que los sueldos de los tres poderes del Estado sean pagados. Por lo tanto, en el fondo, el Estado es un empleado de los ciudadanos y, por ende, debe buscar su mayor beneficio, no solo su menor mal. Con esto en mente, no debe dejarse pasar un asunto tan serio como el terrorismo sostenido, anunciado, vociferado y exaltado por los mismos terroristas. Es lícito que un Estado busque reducir a cero el índice de violencia, y es lícito que al ver cómo sus ciudadanos se deben someter a la violencia y el terror que estos grupos generan, el Gobierno responda con todo el rigor de la ley y si es necesario, como lo es en estos casos, utilice a su ejército que precisamente existe para resguardar la seguridad nacional, ya que la policía con toda su inteligencia y dedicación no da abasto para enfrentar este cáncer.
Lo que hace el Gobierno de Michelle Bachelet en cambio es simpatizar con los victimarios y no con las víctimas. Justifican el actuar de los terroristas porque creen el pobre cuento del pueblo abusado por la historia y no entienden que el problema del pueblo mapuche no es la historia ya, sino la intervención del Estado en sus asuntos no dejándoles progresar e integrarse plenamente. Esto se ve en reglas tales como la imposibilidad de vender terrenos a personas no mapuches. El Estado le dice al mapuche, sin sutiliza alguna, que lo considera tonto e incapaz de velar por su propio bienestar. Esto les genera atraso y pobreza, pues no pueden ser plenamente parte del mercado.
La simpatía que este Gobierno izquierdista tiene hacia los terroristas hace que, hoy por hoy, las víctimas estén seriamente pensando en la paramilitarismo, pues el Gobierno se deja chantajear y manejar por los violentistas.
Los terroristas que quemaron tres iglesias con personas adentro y con clara intención de matarlos, han cumplido, por esa obvia razón de su peligrosidad, prisión preventiva y, además, se les aplicó la ley antiterrorista, la cual agrava su crimen. Lo lógico es que el Gobierno defienda esa postura, debido a que estos son criminales peligrosos que buscan hacerle daño a la ciudadanía. Pero este Gobierno es ilógico, y frente a una supuesta huelga de hambre de más de 100 días, la cual es absolutamente desacreditable solo con la evidencia visual (los huelguistas no están ni demacrados ni siquiera han perdido peso), la presidenta y sus secuaces simplemente ofrecen su mano a torcer. Es que su compasión se dirige hacia los criminales, no hacia las víctimas. Su preocupación es por mantener una imagen internacional de que en Chile se vela por los derechos humanos (de los criminales al menos) y así ella puede asegurar cargos en el exterior, pero se olvida de los derechos humanos de las víctimas que han perdido todo por el daño causado. Nada importa y se le obliga al poder judicial a cambiar las medidas carcelarias y suavizarlas, esto implica que no se les aplique la ley antiterrorista que la izquierda detesta.
La violencia parece haber revelado quién es quién en Chile. En tiempos donde se necesita decisión contra el terrorismo y el crimen, la izquierda simpatiza con él, dejando a las víctimas absolutamente desamparadas. Chile sin Dios ni ley.