
Después de leer a Lenin y sus postulados en el libro “qué hacer” donde explica los pasos para instalar la revolución, no cabe duda de que estos principios están vigentes para una importante parte de la población. En el mundo político de Chile no solo están estos postulados tan vivos como cuando se escribieron, sino que, en un esfuerzo por llevar esa revolución a la práctica, se han adoptado cómodos disfraces que parecen encajar perfectamente con la democracia tan despreciada por el sistema de ideas que la izquierda representa (socialismo y comunismo).
Como pocas veces en la historia de Chile, la mayoría de los candidatos a la presidencia defienden ideas que son consideradas válidas por el hecho de ser ideas y porque Chile es un país libre, pero cuya implementación acabaría en la supresión de la libertad. Traducción, son ideas liberticidas que utilizan los mecanismos de la democracia, los subterfugios lingüísticos que esta provee, para sustentar su existencia misma. Es que la democracia permite que se hable en contra de las mismas libertades que se supone que defiende, tiene esa apertura para todo tipo de discurso y eso tiene un valor incalculable pues para quienes creemos en la libertad, todas las ideas pueden ser implementadas si tienen una capacidad para ejercer la persuasión.
No debería haber problema alguno con lo que alguna postura proponga, excepto que el dilema comienza cuando la libertad defiende la expresión, incluso de aquellas ideas que la limitan y en algunos casos la suprimen. Es una paradoja liberal en que, si bien se reconoce el derecho de la libre expresión y de la libre proposición de ideas, muchas de estas serán contrarias a la libertad que se intenta defender en el mundo liberal y que ha sido responsable del desarrollo de las naciones.
Es algo desconcertante ver las noticias nacionales estos días y comprobar que existen candidatos que abusan de las ventajas de la democracia para hacer gala de una supuesta superioridad moral basada en los valores democráticos, mientras la misma ideología que sustentan tiene como objetivo la supresión de la libertad que proporciona la democracia. Beatriz Sánchez, candidata presidencial del Frente Amplio, coalición de partidos de ultraizquierda, hizo insinuaciones moralistas utilizando un supuesto aprecio por la democracia al señalar a un panelista de televisión, Sergio Melnick, como un colaboracionista de la dictadura militar que hubo en chile desde 1973 hasta 1990, ya que este último fue ministro del régimen. Su aseveración implicaba un veto, pues sugería que ella no participaría del programa del cual Melnick es parte, ya que sería un conflicto moral para ella compartir espacio con un participante de la dictadura.
No es necesario entrar a defender a Melnick, debido a que él perfectamente puede hacerlo solo si quisiera. Colaboracionista o no, en un país libre, donde hay certezas de la inocencia del comunicador con respecto a derechos humanos, no hay ningún impedimento moral para negarle participación en los medios.
Más allá de ello, Beatriz Sánchez y todos quienes pontifican sobre los valores democráticos en su sector, olvidan que la libertad de la cual hacen uso no fue producto de una férrea defensa programada por la izquierda, pues este sector ya se comportaba como dictadura antes de Pinochet. Los disidentes o discrepantes eran llamados momios. Hay cientos de miles de relatos de personas insultadas y vejadas a diario, amenazadas incluso por no ser parte activa del régimen socialista encabezado por Allende. La libertad estaba al final de la lista y el bienestar colectivo se transformó en la conveniencia de los amigos del partido que eran los primeros en extender las manos para recibir del Estado las reparticiones de lo recientemente expropiado. Múltiples fueron los discursos del expresidente Salvado Allende donde exaltaba la toma del poder por medio de las armas y reconocía que, de no haber ganado las elecciones por la vía establecida, estaba dispuesto a llamar a la violencia a sus seguidores.
El socialismo a la chilena con sabor a vino tinto y empanadas que tanto evoca la izquierda y que ilustran como el mejor de los gobiernos del país, no tenía escrúpulos para acabar con la democracia si fuera necesario en pro del control total del estado. El individuo solo sería un daño colateral.
Puede que haya diferencias con ese modelo y el que plantea Beatriz Sánchez y su sector, pero me atrevo a decir que estas distinciones radican en el disfraz democrático que utilizan, ya que Allende no tenía reparos en reconocer que la vía armada no le molestaba, mientras que hoy el Frente Amplio y la ultraizquierda en general esconden su totalitarismo tras el veto moral a quienes discrepan con ellos, también lo disimulan con los derechos humanos de terroristas que no tienen asco de quemar iglesias, camiones y a quien sea necesario en defensa de una supuesta reivindicación de derechos territoriales indígenas. Si esto tuviera sentido, el mundo entero debería volver a los límites existentes en la época de las cavernas. También disimulan su absolutismo al ponerse al lado más opuesto de Pinochet, cuando de haber estado en su lugar, también habrían coartado libertades y quizás más que él.
El trasfondo del veto a Sergio Melnick nos da la idea real de los valores que ostenta la izquierda. La pregunta es ¿quién más no califica como suficientemente moral? ¿Quiénes serían los próximos dignos de veto? ¿Cuál es el límite y quién lo establece para determinar el nivel aceptable de discrepancia? Es en estas sutilezas, donde intentan parecer superiores moralmente, en las que los izquierdistas demuestran de qué están hechos y cuáles son sus verdaderos valores. A cien años de la revolución comunista rusa, aún hay quienes aplauden el totalitarismo, aunque lo intenten disimular.