Tanto en Chile como en muchísimos países, sabemos que los políticos deben hacer gestos hacia toda la población de la cual puedan obtener votos y esto trasciende etnias, cultura y religión. Es bien visto dentro de todos estos movimientos políticamente correctos, que las figuras de la política asistan a distintos actos organizados por entidades religiosas en los cuales se pretende poner al país en manos de cual sea la deidad de su devoción.
En este sentido, podremos ver a distintas autoridades desfilando entre servicios organizados por la comunidad Judía, otros por la comunidad musulmana, quizá un par de eventos Bahai, budistas y otros, pero los infaltables serán los Te Deum de la cristiandad.
Tanto la iglesia católica como las Iglesias protestantes en Chile, organizan estos actos. Recientemente la catedral evangélica en Santiago, recibió un buen número de autoridades incluyendo al presidente de la República cuya asistencia es tradicional (desde hace ya bastante que los presidentes de turno asisten a estos actos)
Las críticas llegaron pronto, sobre todo a razón de la recién aprobada ley de identidad de Género que incluiría a menores de edad. La ira que esta legislación produce en particular puede que tenga argumentos muy válidos a favor y sin duda hay que escucharlos, pero si algo sabemos es que al menos no es una ley que obligue a nadie a iniciar procedimientos.
Al leer la ley se entiende que no se ha llegado a un punto en que el Estado fuerce a ninguna familia a actuar de x o y manera respecto de alguna situación de identidad de género, por lo tanto pese a los legítimos disgustos y escozor que pueda producir, no es una ley que atente contra la libertad. Es hora de leer los asuntos con calma y filtrar las innumerables noticias falsas que circulan.
Es interesante notar cómo un evento que se inició con el afán de unir a la cristiandad en un acto de chilenidad al pedir a Dios por la prosperidad nacional, se ha vuelto con cada año un escenario de recriminación política de parte de un sector que siempre muestra estar insatisfecho.
No se trata de acallar las voces de quienes creen que tienen algo que decirle al gobierno de turno, pues la libertad de expresión no solo es esperable sino deseable. El asunto es mucho más profundo. Es deseable y bueno que toda persona tenga educación y manifestación política, eso es una garantía contra el absolutismo, pero en el caso de las comunidades religiosas, si bien pueden y deben expresarse políticamente e integrarse al quehacer nacional, estas corren el siempre latente peligro del totalitarismo.
Hay una diferencia cierta entre utilizar un evento como el Te Deum para expresar molestias válidas contra el gobierno y hacerlo en otros espacios más apropiados y que no despojen a la ceremonia de su significado original, que en vez de unir a los chilenos, cada día contribuye a la división.
El peligro del totalitarismo siempre rodeará a este tipo de manifestaciones porque en el fondo se le dice a la sociedad que su moralidad es deficiente por no ser parte de dicha comunidad ni de sus estándares. De esta manera es fácil culpar a los disidentes de todo aquello que se crea está mal con el mundo y de todos los vicios, delitos y crímenes que se puedan concebir, pues estos serán producto de la desconexión con el grupo, con la comunidad y últimamente con Dios. Una vez entrando a recorrer ese camino, se irán creando largas listas de chivos expiatorios.
No es fácil razonar con turbas enardecidas por obvias razones, las turbas se orientan por iras colectivas que generalmente crean culpables por los males de la sociedad. Estas turbas siempre están adormecidas por periodos esperando líderes apropiados para ser guiadas. Estos líderes van poco a poco ganando espacio, voz, más audiencias y aquellas personas que anhelan liderazgo en ciertas direcciones, están dispuestas a seguir, potenciar y respaldar a estos caudillos, llámense ducce, fuhrer, emperador, comandante, candidato o pastor. El principio es el mismo y se llama populismo.
Es esa necesidad de poder alimentada por un ego que sugiere soluciones finales para todos los males de la sociedad en vez de reconocer en el cooperativismo una mejor herramienta compatible con la civilización y la armonía social.
El gran peligro de este populismo dentro de las comunidades religiosas, no es que expresen su molestia por el quehacer político del país, para lo cual tienen todo el derecho, sino que transforman la religión en un nuevo movimiento político por sí mismo orientando la fe de las personas ya no a Dios (que esa es la idea de la religión) sino al líder y su visión la que seguramente la mayoría comparte, pero es la reacción a los disidentes lo que preocupa.
Una de las claves de la democracia saludables, es que personas distintas hayan sido capaces de convivir en paz, respetando legítimas diferencias sin dañarse entre sí, pero sabemos gracias a la historia que cuando ese árbitro, que debiera ser imparcial y que es el gobierno a cargo del Estado, se compromete religiosamente por sobre su deber laico, las más grandes injusticias, los abusos más sórdidos y las vejaciones más espantosas se han llegado a cometer.
La sociedad sabe exactamente que esperar de la comunidad evangélica, así como de la católica y de muchas otras denominaciones y religiones. El gobierno sabe que en ellas hay una gran fuente de votos y quizás esa es una de las fragilidades de la democracia, que se presta para presiones populistas de personas muy bien organizadas que podrían llevar a los gobernantes a aplastar los legítimos derechos de otros.
Cuando se juega y abusa de esa delgada línea que separa a la iglesia del Estado, lo que le queda a la sociedad es rogar porque prime la cordura y se proteja la libertad o quizás, después de tanto criticar a esa libertad, terminarán haciendo un Te Deum memorial por ella.