Tan extraviados, conmovidos y enfermos han quedado los chilenos después del asalto incendiario de su barbarie castrocomunista desatada a partir del 18 de octubre del 2019, tan abrumados por la capacidad destructiva carente de todo sentido nacional de sus jóvenes estudiantes y las nuevas generaciones protestatarias —de primarias a bachillerato, de clase baja, clase media y clases altas, capaces de devastar sus estaciones de Metro, sus comercios emblemáticos, sus modestos abastos y almacenes, sus escuelas e incluso sus parroquias e iglesias, aterrorizando a su perpleja, ignorante y sorprendida élite política, incluido un mandatario náufrago en sus diez años de soledad— que aún no terminan las vacaciones de verano y ya tiembla el establecimiento político con lo que cabe esperar del terror estudiantil reciclado a partir de la reapertura de escuelas, colegios y universidades. Marzo y la vuelta a clases se han convertido en la imagen de lo temido. Son los Idus de Marzo.
Es prueba de que el despliegue de una muchachada inconsciente, pero irresponsable, hamponil, voluntariosa y segura de la absoluta impunidad con que podía proceder en su siembra de terror y barbarie, respaldada por unos derechos humanos hechos a la medida para permitir la destrucción social y el asalto al poder de democracias consolidadas —no por azar en manos de marxistas tiranófilas formadas en las escuelas del comunismo soviético como Michelle Bachelet— ha alcanzado el súmmum del arte de la guerra: poner a temblar al enemigo con solo asomar las bayonetas. El non plus ultra del arte de la guerra, según Sun Tzu: vencer al enemigo sin causar bajas humanas. Con una diferencia abisal, que debiera avergonzar al Estado Mayor de las otrora gloriosas Fuerzas Armadas de Chile: sus enemigos no son soldados y oficiales bolivianos, peruanos y argentinos provistos de acorazados, submarinos, aviones a reacción y potentes tropas de infantería: son lo que en buen caribeño llamamos “pendejos”, unos “carajitos” provistos de bombas molotov, lapiceras, reglas, compases, escuadras, libros de estudios y cuadernos de clases. Movidos cual títeres por los marxistas y seudodemócratas del patio, ellos mismos absolutamente incapaces de montar una insurrección como las espontáneas de los Idus de Octubre: comunistas, socialistas, miristas, frente amplistas. Con los que acobardaron a un presidente que ronca en las alturas de la banca mundial, pero que esta vez salió arrodillado a pedirles perdón; unos carabineros asustados por tener que repeler ataques de adolescentes, antes impensables; unos ejércitos capaces de trepar el Morro de Arica para aplastar a sus enemigos perubolivianos y zanjar de raíz el mal del castrosocialismo allendista en unas pocas horas a punta de bombardeos y ataques de tanques artillados, hoy acorralados en sus cuarteles; unos diputados que hurgaron en sus armarios para encontrar la fórmula del armisticio —una convocatoria a un plebiscito para decidir de una absurda constituyente—; y unos políticos del más alto nivel que se negaron a aceptar que el origen de dichas escaramuzas, incendios y destrozos eran parte de la sempiterna estrategia de asalto al poder estatal por parte del castrocomunismo cubano y su Secretaría América, debidamente auxiliados y financiados por la dictadura venezolana dirigida por el colombiano Nicolás Maduro e incluso invadidos por sus hampones debidamente “migrados”. Con la secreta o abierta complicidad de los grandes medios internacionales, como El País, de Madrid y Le Monde, de Paris. Incluso del New York Times. Y, muy desde luego, los cerebros de las dictaduras de Rusia, China y el ISIS.
Debo aclarar lo siguiente: fui militante y dirigente del MIR. Cincuenta años de destierro me enseñaron a valorar y defender con todo mi ser los regímenes de libertades democráticas como los menos malos de todos los sistemas políticos. Creo que en su defensa, los núcleos aún sanos de una sociedad deben usar todos los medios a su disposición para aplastar en ciernes a quienes los amenazan. Es la hora que ya está sonando en Chile. Los Idus de Marzo deben ser enfrentados con rigor, con disciplina, con dureza. No hacerlo constituye una traición a quienes quisieron que Chile fuera lo que ha llegado a ser. De uno y otro bando.