Duele decirlo, pero lo que vive hoy Venezuela es una peculiar guerra civil cuyo resultado puede ser adverso para quienes luchan por la libertad. Sí, es un enfrentamiento donde no caben los compromisos, donde uno y otro bando parecen estar decididos a luchar hasta el final. Pero es peculiar porque uno de los dos bandos está armado hasta los dientes, con un enorme ejército y una fuerza policial implacable, dispuesto a quedarse en el poder por cualquier medio y el otro, en cambio, está atomizado, desarmado y no tiene un liderazgo capaz de entender a plenitud lo que sucede.
Pero una parte de él, de la gente que no quiere seguir viviendo en la miseria y la dictadura a las que los llevó el socialismo del siglo XXI, está decidida también a luchar hasta el final. Son los jóvenes que algunos llaman ya “la resistencia”, los miles de muchachos que se enfrentan a la represión con valentía y coraje, porque saben que bajo el régimen actual no tienen el más mínimo futuro.
- Lea más: Misión del Parlasur viajará a Venezuela en junio para constatar crisis
- Lea más: Almagro exigió al defensor del pueblo de Venezuela pronunciarse sobre “letal”represión a manifestantes
Los dirigentes políticos de la oposición a Maduro son, básicamente, pacifistas y legalistas. Lo cual es bueno, claro está, porque la violencia siempre trae desastrosas consecuencias y porque el apego a la ley fortalece las instituciones de una República. Pero, para quien conozca las verdaderas características de la dictadura venezolana, la estrategia del pacifismo y de la lucha legal es un camino que solo conduce hacia el fracaso. Así lo han demostrado los hechos: la dictadura se ha ido fortaleciendo en las casi dos décadas que han pasado desde que, en unas infaustas elecciones, el teniente coronel Hugo Chávez se adueñó del poder.
Participé, entre 2002 y 2004, de algunas de las instancias con que la inepta oposición de aquel tiempo trató de librarse del chavismo. Y dos cosas recuerdo todavía muy bien, dos debilidades que aún hoy, más de una década después, todavía están presentes en el pensamiento de muchos líderes de la oposición: su renuencia a distanciarse ideológicamente del socialismo y su obstinada resistencia a comprender la naturaleza del enemigo que tenían enfrente. En el primer sentido hay que destacar que, en ningún momento, se hizo una crítica seria al control de cambios —arma con que el gobierno de Chávez comenzó a adueñarse de la vida económica del país— ni a la forma en que se gastaban los ingresos del petróleo en programas sociales demagógicos y politizados. Hubo quejas, lamentaciones y denuncias, pero nunca una propuesta alternativa coherente y viable.
En cuanto a las estrategias para terminar con el régimen de Chávez el pacifismo de la oposición buscó inspiración en ejemplos históricos que nada tenían que ver con la situación que se vivía entonces y que aún hoy se vive. Sí, la lucha pacífica del Mahatma Gandhi dio resultados positivos, aunque lo hizo después de 25 años y gracias al debilitamiento del Imperio Británico luego de la Segunda Guerra Mundial. Pero Inglaterra no era un Estado totalitario y socialista, sino una democracia liberal que en definitiva aceptó con madurez el hecho de que no podía seguir manteniendo una colonia como la India. Lo mismo puede decirse de la larga lucha que, en Sudáfrica, encabezó Nelson Mandela, cuyo partido, el Congreso Nacional Africano, nunca renunció a la violencia y apeló a ella en innumerables ocasiones.
Lo que no entendieron ni entienden todavía los líderes de la oposición venezolana es que el régimen que existe en Venezuela está muy cerca de la dictadura comunista de Cuba o la que tuvieron la Unión Soviética o la China de Mao. Contra este tipo de regímenes de poco o nada valen las marchas o las protestas pacíficas: son gobiernos que acuden enseguida a la represión, que no tienen el mínimo respeto por la ley o las instituciones —a las que cambian según su conveniencia—y que están dispuestos a permanecer en el poder sin importar los medios que utilicen para sostenerse.
Solo los jóvenes de la resistencia, los que arriesgan su vida y su libertad ahora mismo en una lucha desesperada, han entendido el calibre de los enemigos que tienen frente a sí. Ellos despliegan todo su ingenio en un combate desigual y tienen el apoyo, explícito o implícito, de una amplia mayoría de los venezolanos. Pero no de toda la oposición: algunos de sus líderes tienen el desenfado de criticarlos, como si ellos ofrecieran algo más que seguir en el vano intento de combatir por medios legales a una dictadura brutal.
El futuro, lo sabemos bien, está abierto a muchas posibilidades y realmente no puede predecirse. Pero las guerras civiles pueden perderse o ganarse y, en las actuales circunstancias, creo que es equivocado dejarse llevarse por un optimismo exagerado. El régimen de Maduro no caerá por su propio peso y los tiranos de Venezuela no renunciarán al poder si no se los derrota en una lucha que, por desgracia, puede resultar muy larga, sangrienta y devastadora.