En estos momentos se desarrolla en Asunción, Paraguay, la 44° Asamblea de la Organización de los Estados Americanos (OEA), con representantes de 39 países.
La ciudad se preparó realizando la limpieza correspondiente, el lavado de cara de siempre. La asamblea, que termina mañana, no habría sido más que otra reunión de burócratas —costosa, soporífera e intrascendente— si no fuese por dos grupos que rompieron con el protocolo usual.
Anteayer se celebraron dos manifestaciones simultáneas frente a la sede en torno a una declaración de no discriminación que sería tratada hoy por los representantes, pero una sola de ellas fue violentamente reprimida sin motivo alguno. Parecía ser un mensaje del gobierno de Horacio Cartes: “No me arruinen la fiesta”.
El otro suceso ocurrió ayer, cuando la estudiante venezolana Ana Karina García hizo uso de la palabra para pedir explicaciones a los diplomáticos y representantes de la sociedad civil. En un emotivo pronunciamiento, expresó indignación por el silencio cómplice que ha ejercido la OEA ante la violación de derechos humanos en su país por parte del régimen de Nicolás Maduro, e instó a todos los presentes a alzar su voz por el pueblo venezolano. Ya venía denunciando en los medios paraguayos que Venezuela compraba la complicidad internacional con chequeras.
María Teresa Romero en su columna para PanAm Post, se preguntaba si algún país tomaría la posta para arrojar al tapete la cuestión de Venezuela, pero tal vez no sea ningún tecnócrata de alto rango sino el coraje de esta estudiante lo que impulse el hecho de que “ni el actual gobierno de Venezuela ni otros países latinoamericanos miembros de la organización podrán negarse tan fácilmente a que se realice una reunión extraordinaria en su seno para evaluar el cada día más grave caso venezolano”.