“Estoy a favor de bajar los impuestos bajo cualquier circunstancia, por cualquier excusa y por cualquier razón, siempre que sea posible”. Lo dijo Milton Friedman y haríamos bien en seguir su consejo. Pero no deberíamos olvidar que el premio Nobel de Economía advertía de que su apuesta generalizada por bajar impuestos tenía una única condición: que las reducciones fiscales fuesen “posibles”.
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Donald Trump viene de proponer una ‘revolución fiscal’ que acierta en las intenciones, pero falla en lo concreto. El presidente de Estados Unidos ha puesto encima de la mesa una reforma tributaria que dispararía el crecimiento, la inversión y la creación de empleo… pero la aplicación de las rebajas anunciadas por el mandatario también generaría un agujero en las cuentas públicas, de manera que los impuestos que ahora podrían bajar terminarían subiendo el día de mañana para compensar el déficit asumido.
La Casa Blanca propone duplicar el mínimo exento del Impuesto sobre la Renta, para que los primeros 24.000 dólares que ganan las familias estén libres de pagar dicho tributo. Además, Trump y su equipo defienden una simplificación del número de tramos del impuesto directo por excelencia, hasta llegar a tres escalones comprendidos entre el 10 y el 35 %. Por otra parte, el gobierno apuesta por recortar agresivamente el Impuesto de Sociedades, para llevar el tipo general del 35 al 15 %. Para este tributo, Trump también se ha mostrado partidario de aprobar una exención fiscal a la repatriación de beneficios obtenidos en el extranjero. Pero la Casa Blanca también ha puesto encima de la mesa otros recortes impositivos, como la reducción de los impuestos al ahorro del 24 al 20 % y la abolición del Impuesto de Sucesiones, que quedaría suprimido por completo.
El problema es que, si se aplican los planes de Trump, el déficit fiscal de Estados Unidos va a aumentar en USD$325.000 millones, de acuerdo con las proyecciones dinámicas que ha elaborado al Tax Foundation. Por tanto, se hace preciso buscar fórmulas que hagan “posible” la aplicación de los recortes impositivos planteados por el presidente.
Por un lado, hay diversas partidas de gasto que pueden ser revisadas a fondo:
– En el departamento de Defensa, volver al presupuesto anterior a las guerras de Afganistán e Iraq permitiría ahorrar USD$150.000 millones de dólares y respetar la propuesta de campaña del nuevo presidente de Estados Unidos, que abogó por un menor intervencionismo militar en el extranjero.
– En clave educativa, replegar el fuerte aumento de gasto aprobado por George W. Bush y continuado por Barack Obama tiene todo el sentido del mundo, ya que estos mayores desembolsos no han arrojado mejores resultados académicos. Este ajuste presupuestario permitiría ahorrar USD$40.000 millones adicionales.
– También merece la pena evaluar la conveniencia de mantener la actual estructura federal en campos como el transporte, la vivienda o la energía. En suma, estas rúbricas suponen alrededor de USD$135.000 millones de gasto, de manera que una ronda de ajustes orientada a eliminar subsidios y programas ineficientes podría aflorar cerca de USD$70.000 millones de ahorro adicional.
– Otro campo que puede ser revisado es el departamento de Salud, en el que las reformas introducidas por Obama entre 2008 y 2016 han elevado el gasto federal de USD$800.000 millones a USD$1,1 billones. Derogar la impopular reforma sanitaria e introducir un marco liberal en este campo debería ser suficiente para lograr importantes ahorros. Como mínimo, esto permitiría volver a los niveles de 2008, con el consecuente ahorro de USD$300.000 millones.
En suma, todos los ajustes planteados supondrían USD$560.000 millones menos de gasto federal. Puede parecer una suma significativa, pero en realidad se traduce en recuperar los niveles presupuestarios del año 2008, cuando Washington manejó USD$3.370 millones en vez de los USD$3.950 del pasado ejercicio. Por comparación, hace veinte años, el gasto federal rondaba los USD$2.400 milloneS.
Pero, como la reforma triutaria de Trump supone USD$325.000 y no USD$560.000 millones, bastaría con aplicar poco más de la mitad de los recortes sugeridos anteriormente. De manera que, en la práctica, solo se trata de devolver los niveles de gasto federal a las cifras del año 2014. ¿Tan difícil es recortar apenas tres años el nivel de desembolsos del gobierno federal? Si los republicanos van en serio y quieren hacer realidad la ‘revolución fiscal’ que ha propuesto Trump, un ajuste así no debería ser un impedimento.
La economía de Estados Unidos ha caído en un nivel de crecimiento anémico que pone en riesgo su prosperidad futura. En los últimos diez años, la calificación del gigante americano en el Índice de Libertad Económica ha pasado de 81,2 a 75,1 puntos, un descenso que ha expulsado al país del Tío Sam del top diez mundial. La tasa de crecimiento se ha estancado en el entorno del 2 %, lejos del 4 % observado en los años 80 y 90. Aunque las cifras de paro no son malas, las de participación laboral sí lo son. Y los salarios acumulan años de moderación, un golpe a las expectativas de las clases medias.
No es momento de medias tintas, sino de reformas valientes. Trump ha puesto encima de la mesa una interesante ‘revolución fiscal’ y ahora llega el momento de que la Casa Blanca, el Congreso y el Senado la hagan “posible”, quizá rebajando los planteamientos, pero también identificando recortes de gasto que permitan una reforma agresiva, como defendía Milton Friedman.