¿Se podía caer más bajo? En Uruguay, estamos tristemente acostumbrados a que la respuesta sea afirmativa.
El actual vicepresidente Raúl Sendic insiste en superarse a sí mismo, y vaya que lo consigue. No hay dudas de que fue el responsable directo, junto al expresidente José Mujica, del escándalo Ancap (refinería monopólica del Estado que dio una pérdida de US$602 millones bajo su presidencia). Esta deuda es un insulto al pueblo uruguayo en su conjunto, no sólo porque resulta más que extraño que un monopolio dé pérdidas, sino porque la propia deuda fue condonada mediante rebuscadas sesiones parlamentarias —no olvidemos que la mayoría en el Palacio Legislativo pertenece a su particular coalición de izquierda.
No bastó tampoco con que saliese impune de tal ‘chamboneada’ (término jocoso que utilizase Mujica para describir el ‘error’ cometido) y ni siquiera es suficiente con que Sendic acusase a la oposición e indirectamente a los medios de querer, y cito, “hundir políticamente”.
Para el señor Sendic no solo no hay nada ni grave ni oscuro en el hecho de que un monopolio dé pérdidas de cifras inimaginables para un país como Uruguay, sino que, si alguien se atreviese a señalar lo contrario, evidentemente está equivocado y cae bajo “la vil manipulación de la derecha”.
Vinieron luego los impuestazos. Es decir, ‘condonar’ la deuda de Ancap significa, evidentemente, capitalizarla, y ésto se traduce en más impuestos –cuando, como siempre, se juró que no los habría– ya que, como el sentido común indica, el dinero hay que sacarlo de alguna parte (y esa fuente suele ser el bolsillo de todos y cada uno de nosotros). En promedio, las tarifas de servicios aumentaron un 10% –aunque el wifi que brinda la empresa estatal aumentó 26%.
Curioso, y en otro escenario sería quizás irónico, es ver cómo la izquierda realiza salvatajes imposibles a empresas mal gestionadas: ¿no era precisamente ésto lo que se le criticó siempre a “la derecha”? ¿No es éste acaso el lado más temible del “capitalismo salvaje”? Pues pareciera que no, que si lo hace la izquierda es simplemente un gesto de benevolencia infinita.
Pero esto tampoco fue demasiado. En Uruguay, todo puede potencialmente ser peor.
Me llené de orgullo cuando leí el artículo de nuestro colega Pedro García Otero en el que resumía las conclusiones de la EIU (por sus siglas en inglés, Economist Intelligence Unit) en las que Uruguay nuevamente es considerado el país más democrático de América Latina. Con el pecho inflado lo compartí en las distintas redes sociales, es cierto. Pero también con el pesar de saber la verdad de cómo es la casa puertas adentro.
No permitir que se nos asuste con monstruos de otrora es nuestra responsabilidad, primero como individuos, y luego como sociedad
Hubo dentro del oficialismo de izquierda (reitero, la mayoría parlamentaria desde que el Frente Amplio llegase al poder por primera vez) quienes se opusieron a robar al pueblo uruguayo. Hubo tres diputados (Darío Pérez, Víctor Semproni y Sergio Mier) que se rehusaron a capitalizar Ancap –y otras medidas tiránicas–, o al menos se manifestaron públicamente en su contra.
Hoy en día esos tres diputados enfrentan al Tribunal de Conducta del partido de Gobierno. ¿Es eso lo que sucede en la democracia más sólida del continente? ¿Dónde está la libertad de expresión? Si no se puede aceptar una voz distinta dentro del Frente Amplio ¡resta sólo imaginar cuánto consideran a la oposición!
Y no. No. No es todo.
El vicepresidente Raúl Sendic, probablemente el próximo candidato del oficialismo a la presidencia, dijo ayer en México, en el marco del Segundo Encuentro de la Izquierda Democrática, que los medios configuran una amenaza para la democracia.
[adrotate group=”7″]Cuando un político teme a un periodista es porque no sólo hay hedor, sino que también hay muertos. Vale recordar que la izquierda uruguaya promovió una muy controvertida Ley de Medios, es decir, eso de “controlemos lo que se diga por ahí”, les nace de adentro, de muy adentro.
Hoy, todos los uruguayos pagamos la carrera política de Sendic y los agujeros que dejó Pepe Mujica, la gran bestia pop. Hoy nos quejamos. Hoy nos lamentamos. Pero olvidaremos, como olvidamos Pluna o el “Plunagate“.
Argentina ha contagiado al continente entero de esperanza y a ella nos aferramos muchos. Pero no olvidar está en nosotros. No permitir que se nos asuste con monstruos de otrora es nuestra responsabilidad, primero como individuos, y luego como sociedad.
Ellos, los moralmente intachables, hicieron todo lo que dijeron que harían los otros. Pero peor.
Priscila Guinovart es docente, blogger y escritora. Ha vivido en Londres y Santiago de Chile, donde escribió su libro La cabeza de Dios. Una luchadora incansable por la causa de la libertad, vive en su nativa Uruguay desde 2014. Síguela @PrisUY.