Por Rodrigo Norambuena
Los impuestos son una imposición desde el poder político y no una voluntad deliberada por parte de los ciudadanos. San Mateo, quien en la época romana tenía la tarea de recaudar, antes de volcar su vida de lleno al evangelio, era temido y rechazado: sólo podía ejercer su autoridad con la bayoneta y la espada, esto es, mediante la violencia y las armas.
Para la mayoría de los chilenos, quienes ven con cierta lejanía el fenómeno de ser despojados mediante impuestos –o, tributos–, esta realidad les es ajena: su percepción sobre la función que ejerce la autoridad en sentido vertical y coercitivo resulta casi nula.
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Los chilenos sienten que pagan poco o nada. Al menos así lo demuestra la encuesta que realizó UC-Adimark en 2014: mientras 28% de los encuestados declaró no pagar impuestos, 55% cree que paga “algo”, “muy poco”, o simplemente cree “que no paga nada”. La realidad de las cosas se encuentra un tanto más lejana.
Al revisar la estructura tributaria, podemos sostener que el IVA (Impuesto al Valor Agregado) asciende a un 19%, y que recordemos, grava también la venta de libros. El impuesto a la renta personal hasta hace un año llegaba a un insoportable 40%. Asimismo, el impuesto específico es elevadísimo. El impuesto corporativo a las empresas tampoco escapa a la voracidad estatal, teniendo que enfrentar un 27%, y que en un comienzo pretendía llegar a 35%, contemplando un aumento desde 20% a 25%, más la retención de 10%, que lo llevaba a 35%, realidad contraria al porvenir de países abiertos al cambio global como lo son Inglaterra y Canadá, quienes pretenden reducir este mismo a 18% para el período 2017-2018.
El rol de Milton Friedman
Milton Friedman, quien supo diluir transitoriamente los planteamientos keynesianos, nos sugirió que hiciéramos lo que los países ricos hicieron para hacerse ricos, y no lo que hacen ahora que ya son ricos. Pues, si tienes un alto ingreso per cápita al año, digamos, por sobre los 40 mil dólares (nuestro país ronda los 22 mil), podría un Gobierno darse el lujo de brindar ciertas “garantías sociales” con cargo a los contribuyentes, aunque el perjuicio a largo plazo sea mayor. No es el caso de Chile, un país de ingresos medios que exporta exclusivamente commodities, es decir, materias primas, fundamentalmente cobre y celulosa.
La consecuencia de alzas impositivas sobre diversos aspectos de la acción humana es tremendamente perjudicial. El capital es fugaz, fluye en un abrir y cerrar de ojos, y tan solo con un llamado desaparece de un territorio geográfico determinado.
Si Chile no quiere a los empresarios, pues bien, ellos enviarán su capital a países donde los incentivos estén bien puestos y sus instituciones sean predecibles, y no que vayan al fragor de los vientos de marea de los vociferantes de siempre. Lo anterior, evidentemente, redunda en un menor dinamismo económico debido a la fuga de capital. Por otro lado, los inversionistas y mercaderes que deciden seguir con sus firmas privadas, afectados por la estructura de costos en sus empresas (tasa de primera categoría, contribuciones laborales, impuestos especiales, etc.) se ven obligados a presionar sus precios al alza, ¿y quién cree usted, amigo lector, que asumirá las consecuencias? Está claro, el consumidor.
El problema es que uno difícilmente podría darse cuenta si a la hora de comprar no hay una diferenciación entre el coste real del producto a adquirir y los gravámenes tributarios, puesto que, de ser así, se tornaría una amenaza patente para los gobernantes la legitimidad de cobrar impuestos.
De este modo, las empresas ponen la cara ante el país y el verdadero villano, el Estado, se esconde tras la capa de superhéroe. Pero esto no para aquí, está también el impuesto indirecto por concepto de IVA: impuestos específicos a las bebidas (alcohólicas y saborizadas), timbres y estampillas, a la herencia, derechos de aseo, entre otros tantos.
Como se puede advertir, la propia esencia del Estado es la de controlar lo más posible esa tendencia intrínseca del ser humano a intercambiar. Y lo es, dado que la clase política entiende perfectamente el botín que lo espera, y que éste depende en buena medida de la estructura tributaria.
Los políticos, muchas veces, sin tener la más mínima preparación en asuntos como el Derecho Constitucional, la Economía o la Historia, se dan la vida en la miel buscando reconocimiento social y estatus, y la etiqueta de aquel que “busca cambiar las cosas” y, en no pocos casos, “refundar el país”. Para buena gracia de todos, la tendencia ha ido cambiando hacia una posición de escepticismo, no obstante, “el ahora sí que sí”, termina siempre por prevalecer e hipnotizar al pueblo que se compra el cuento del nuevo salvador providencial una y otra vez.
Entre Marx y Hugo Chávez
Movimientos “nuevos” de declarada inspiración marxista como Izquierda Autónoma y Revolución Democrática, vienen a reivindicar vestigios de la vieja teoría de Carlos Marx, aquella que fue deshecha y refutada en su totalidad por el economista austriaco Eugen von Böhm-Bawerk: gravar “progresivamente el capital” era una de las intenciones del filosofastro alemán.
Resulta curioso, a la luz de los hechos, que Marx haya decidido dejar inconcluso su magnum opus “El Capital”, cuyo primer tomo se publicó en 1867, y no haya sido sucedido por los otros dos tomos que efectivamente existían, sino hasta mucho tiempo después.
¿Serán los descubrimientos subjetivistas en materia económica de William Jevons y Carl Menger lo que lo condenaron a perpetuo silencio? No sería nada extraño, pues tuvieron que transcurrir tres décadas, lo dijimos, para que su amigo Engels en 1894, ya fallecido Marx, publicara las ediciones y vieran la luz pública. Es evidente que a esas alturas, el fallecido autor al ver que se venía abajo la teoría clásica ricardiana del valor, repensara y guardara silencio monumental frente a la famosa tesis de la “plusvalía”.
El profundo odio a la libertad económica, política e individual, por parte de la doctrina igualitarista que pregona el actual Gobierno de Chile, es lo que se pretende restituir, pues “seguir la tarea de Chávez” y “el legado de Allende” es una de sus prioridades.
Siempre es un ínfimo número de activistas que, luego de una larga militancia juvenil y adoctrinamiento en las llamadas “bases”, al momento que consiguen con efervescencia puestos en el Gobierno, deciden hablar en nombre del pueblo.
En síntesis, los impuestos deben reducirse en todo orden, circunstancia y latitud, por dos razones. La primera, tiene relación con una cuestión fundamentalmente ética: la ética de la autoposesión, el individuo tiene el pleno derecho a los frutos derivados de su trabajo y a la posesión sobre sí mismo y a elementos externos. La segunda razón es eminentemente práctica, pues el aumento de imposiciones económicas (desde el poder que supuestamente responde a sus intereses y aspiraciones) desencadena siempre en vacas flacas.
Es la inversión aquello que propicia nuevos puestos de empleo, competitividad, y escenarios amigables para el desarrollo de todos, no solamente para los grupos de interés que pretenden vivir a costa del Estado, o mejor dicho, vivir a costa de todos nosotros: los contribuyentes.
Rodrigo Norambuena es estudiante de Ingeniería Comercial y miembro de Sector Privado, una organización social que apunta a promover el respeto a los derechos de propiedad a través del activismo callejero en Chile. Síguelo en @NorambuenaRod.