
Por Andrés Felipe Bernal Blanco
Después del Brexit, el “No” al Plebiscito en Colombia, las mayorías para Rajoy y la victoria de Trump en Estados Unidos, los medios y redes sociales del mundo arden sin parar. Ignorantes, brutos, insensibles, rencorosos, son los adjetivos más dóciles que se les ha atribuido a los electores que optaron por cada una de estas opciones democráticas.
El horror se ha apoderado del mundo, pareciera que vivimos en una crisis democrática jamás antes vista, y pareciera que ese es el mensaje que quieren que nos creamos. Por estos días se ha viralizado un Video de Playground, una plataforma mediática que pretende educarnos sobre los nefastos resultados electorales que se han gestado a nivel mundial.
- Lea más: Trump replantea su idea de enjuiciar a Hillary Clinton por investigación del FBI en su contra
- Lea más: Presidente de Panamá pidió a Latinoamérica y al Caribe unir fuerzas ante victoria de Trump
No ha comenzado el video y el mensaje es claro; los últimos resultados electorales del mundo son una epidemia de anomalías democráticas. De entrada se ha establecido en la mente de todos los receptores del video, que la gente ha tomado la decisión equivocada en cada una de estas contiendas democráticas.
Pareciera entonces que hay una forma correcta de votar y lo hemos hecho mal, pues ya no basta con que se marque y deposite la papeleta de forma acertada, sino que también existe una opción “políticamente correcta” por la que deberíamos optar siempre. Y en ese sentido, cabría pensar si mejor nos evitamos el circo de la democracia y nos dicen con anterioridad cuál es la persona o el resultado correcto para designarlo como ganador
De igual manera, según el video, nos hace falta mayor educación para ejercer mejor nuestro deber de votar, o en su defecto, cierto adoctrinamiento en el sistema de valores que debiera ser el correcto, se pregona entonces una reevaluación de la democracia y la necesidad de mayor participación por parte de la ciudadanía como se hacía en Atenas, cuna de la democracia.
Resulta bastante curioso, que de aplicarse el sistema ateniense de democracia, la mayoría de personas no podrían votar, y los que sí, tendrían que ser elegidos por sorteo, no por preparación o convicción. Finalmente, se acusa al sistema de mercados y el desarrollo tecnológico como artífices de estos nefastos resultados, como si volvernos los luditas del siglo XXI fuese a cambiar el mal voto de los ciudadanos.
Ante estas lecciones de superioridad moral para votar, queda hacer varias reflexiones:
Si el pueblo en su defecto es ignorante y vota mal, esto nos llevaría a pensar que en efecto hay unos destinados a gobernar y otros a ser gobernados, los primeros educados en imponer lo “políticamente correcto” y los segundos en aceptarlo sumisamente.
De esta manera, podríamos acercarnos hacia formas de democracia más aristócratas o monárquicas. No sabría hasta qué punto, estarían los defensores del voto universal dispuestos a sostener un retorno a este tipo de sistemas.
Ahora, porque será que la democracia tiene sus garantes hasta que pierden los suyos. El 2016 ha probado ser un año de resultados adversos a la izquierda, y como los vencedores no son de su gusto, lo fácil es criticar la democracia. Perder ahora es una anomalía democrática, y la gente que voto mal, lo hizo por ignorancia, por miedo y porque fueron engañados.
Javier Perez Bodalo lo plantea de una manera más simple, y es que así es la democracia, pues resulta paradójico, también para el caso colombiano y el acuerdo de paz con las FARC, que hablen de miedo los que apoyan a curules para terroristas. Los que creen que los asesinos son hombres de paz.
La victoria de Trump en Estados Unidos, el Brexit en Inglaterra, Rajoy en España, el “No” en Colombia, y una posible victoria de Le Pen en Francia, también es democracia, y es producto de una victoria de la mitad más uno, de una mayoría contra una minoría, es la dictadura de la papeleta, no de establecer como principios contramayoritarios toda clase de derechos a fin de hacerlos la opción “políticamente correcta”.
Si existe un derrotado en el 2016, es el pensamiento “políticamente correcto”. La gente ha salido a votar, y el resultado no logró ser registrado ni por los encuestadores, analistas, ni por las redes sociales.
El que hable más duro y más largo en los medios ya no es el que gana. Y no todos los que votaron por Trump son racistas, o xenófobos, o fascistas, ni tampoco votaron en contra de Clinton para perpetuar el patriarcado, protomachista y heteronormativo. Si votaron por Trump, por el Brexit y por el “No” del Plebiscito, es porque ofrecían un cambio. Si votan por Le Pen, es porque la gente quiere un cambio y eso, también es democracia.
Me pregunto qué habría pasado de haber ganado Clinton. La criticada sociedad estadounidense hubiese cambiado mágicamente de la noche a la mañana, ya no sería tildados de ignorantes, incultos y racistas. ¿O simplemente no nos gusta la democracia cuando perdemos?, y cuando lo hacemos la culpa es de los demás, de ese sector malévolo de la sociedad, aquel que es reprochable, pues los que quedamos, somos los buenos, somos los de la superioridad moral.
Y en ese orden de ideas, resulta válido que nos acoja una tristeza inconmesurable porque el sistema de valores que me representa fue derrotado por personajes que no son de mi agrado. Y seguimos pensando que nuestros valores son mejores que los de los demás. Tanto así, que justificamos la tristeza de esa derrota a tal punto que tenemos que detener nuestras actividades diarias, como salir de casa, ir al trabajo, o incluso suspender exámenes parciales a lo largo del país a fin de recomponernos ante esta debacle.
Si realmente quieren culpar a alguien por Trump, culpen a los demócratas y la campaña de Hillary. Cómo es posible que la candidata más preparada y con el mayor apoyo, haya logrado perder contra un outsider, sin alguna experiencia política alguna y cuyos augurios principales le daban una probabilidad del 1 % para alcanzar la nominación del partido republicano.
Si realmente quieren culpar a alguien por la victoria del “No” en el plebiscito que se hizo en Colombia, culpen a Santos y su gobierno. Cómo es posible que un presidente a fin de legitimar un acuerdo, toma la decisión de consultar al pueblo, con mayorías parlamentarias, garantías totales de campaña y difusión, reducción del umbral y vendiendo la idea de la paz, desconozca una porción de la población y pierda.
Esto no deja entrever otra cosa más que la existencia de una élite política que ha fracasado estrepitosamente a la hora de interpretar a su país, un partido demócrata que no ofreció un cambio al país, un primer ministro que subestimo una pequeña oposición, un presidente y su gabinete de gobierno incapaces de escuchar un país.
Y a este punto, los perdedores, no han sido capaz de hacer un alto en el camino y considerar, que tal vez, solo tal vez, sus posturas, no son las de la mayoría. Precisamente porque la verdad es la de ellos, y lo demás, es un error de la democracia.
El miedo que suscita la victoria de Trump, no es Trump en si mismo, pues no importan cuántas veces lo tildemos de fascista y de Hitler, así como se hizo con Bush y demás candidatos republicanos, no importa cuántas veces lo comparemos con Hillary a pesar de ser peor candidata. Y si bien con la entrada de Trump, el índice Dow Jones tuvo su mayor alza desde el 2011 contrario a los presagios fatalistas en los mercados de valores. La realidad es otra.
La realidad del miedo, es que al final, tenemos demasiado gobierno en manos de una sola persona. Trump tendrá tanto poder, pero solo porque así lo quisieron los demócratas. En un estado altamente intervencionista, que a la vez es incapaz de brindar unos mínimos de seguridad y justicia, es claro que el populismo extremista encarnado en una persona suscite miedos.
Si el estado fuese más pequeño y las personas dependiesen menos de los políticos de turno y más bien de sí mismos, los resultados de la democracia, por anómalos que queramos llamarlos, no generarían mayor preocupación.
Mientras tanto, el que gane Trump y el que gane Le Pen, también es democracia.
Andrés Felipe Bernal Blanco es Magister en Gobierno de la Escuela de Gobierno Alberto Lleras Camargo y Politólogo de la Universidad de los Andes Colombia. Amplia experiencia en el sector público y las relaciones ejecutivo-legislativo. Analista Político y asesor en temas de conflicto armado, seguridad y defensa. Profesor e investigador de pregrado, especialización y maestría de la Universidad Sergio Arboleda. Síguelo en Twitter.