Por Manuel Ballagas
Al sur de la frontera, los latinoamericanos no pueden ser más distintos. Cantan himnos nacionales diferentes y se jactan de su identidad. Son orgullosos cubanos, mexicanos, argentinos o salvadoreños. Sin embargo, cuando vienen a Estados Unidos, pierden una patria pero no ganan otra, al convertirse en eso que aquí llaman “hispanos”, y no en ciudadanos plenos de esta nación.
¿Por qué? Misterios de la burocracia que clasifica y divide.
Lo cierto es que hay más desencuentros que coincidencias entre esos que ostentan la dudosa etiqueta de “hispanos” o “latinos”. Sus héroes no son los mismos; no bailan al son de la misma música, no se deleitan con idénticos manjares ni presienten iguales peligros. Tampoco comparten demasiadas afinidades políticas, a juzgar por los datos electorales.
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Es más, algunos, olvidados en los sondeos, no se consideran “hispanos” ni “latinos”. Son en todo caso estadounidenses que tienen al castellano como primer idioma. A la hora de apoyar un proyecto político se guían por las ideas, como corresponde a gente civilizada. Lo de la sangre y la gritería lo dejaron atrás. Con ésas, lo saben, sólo se construyen infiernos y no repúblicas.
Por eso causa gracia la alharaca que se ha formado sólo porque el Caucus Hispano de la Cámara se negó a aceptar como miembro al representante Carlos Curbelo, del 26° Distrito de la Florida. “¿Acaso Curbelo, de origen cubano, no es tan hispano como los del Caucus?”, se preguntan, asombrados, los medios de comunicación que nos gastamos.
No debieran sorprenderse tanto.
Si nuestros periodistas sólo revisaran sus propios archivos recordarían que la animadversión entre el Caucus Hispano y los legisladores Republicanos de origen latinoamericano es de larga data y poco tiene que ver con la “hispanidad” de éste o aquel. La culpa, para variar, no es de Donald Trump. Es, al menos indirectamente, de Fidel Castro.
A comienzos de 1997, los tres legisladores Republicanos que pertenecían al Caucus rompieron con éste cuando su presidente, el californiano Xavier Becerra, se empeñó en visitar Cuba, donde se reunió con el dictador comunista. Con la retirada de Henry Bonilla, Ileana Ros-Lehtinen y Lincoln Díaz-Balart, la agrupación quedó exclusivamente en manos de los Demócratas.
Como contrapeso, legisladores Republicanos de origen latinoamericano y portugués formaron en 2003 la Conferencia Congresual Hispana. Se volvió, así, definitiva y tajante la brecha abierta por los Demócratas, con su contumaz afán de levantar el embargo que un presidente de su propio partido impuso en su momento al régimen de La Habana.
Este noviembre, sin embargo, empezaron a circular rumores de reconciliación. Se decía que el Caucus enviaría cartas de invitación a los representantes Ros-Lehtinen y Carlos Curbelo, para considerar su ingreso. Pero según la revista política The Hill, hacía tiempo que ambos cabildeaban discretamente para sumarse al grupo, tan adverso a los conservadores.
No es sorpresa tampoco, porque hace tiempo que Ros-Lehtinen y Curbelo no ocultan su vocación de “moderados” y su oposición a Trump. Desde las primarias de 2016, para ser más precisos, cuando apostaron por el favorito del establishment, Jeb Bush. Ambos sangran por una dolorosa herida política y representan distritos cada vez más poblados por liberales.
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Pero las veleidades “hispánicas” de Ros-Lehtinen y Curbelo son algo más que un simple reflejo de los vaivenes demográficos o discrepancias internas que aquejan al partido del elefante. Son también un índice del oportunismo de algunos políticos, en momentos en que la nueva administración amenaza con drenar lo que llama “el pantano de Washington”.
Personajes como estos no se resignan a ver saneado su hábitat, donde se dedican, más que al servicio público, a avanzar una cómoda carrera. De ahí que les dé lo mismo militar en un caucus que en otro, porque al fin y al cabo, hispanos o no, ambos son dignas criaturas -o hasta fósiles- del statu quo, Demócratas de corazón y Republicanos solo por conveniencia.
Manuel Ballagas es un escritor de origen cubano. Ha ejercido el periodismo en medios como The Wall Street Journal, El Nuevo Herald y The Tampa Tribune. Es autor de dos novelas, un libro de relatos y un libro de memorias. Actualmente se desempeña como consultor de medios y traductor.