Por Víctor Hugo Becerra*
Durante muchos años, OXFAM se creyó la dueña absoluta de la buena conciencia y los propósitos justicieros.
Sus campañas en contra del capitalismo, la desigualdad, los paraísos fiscales, los transgénicos, por más impuestos o las políticas de género, pagadas con masivas contribuciones privadas y de gobiernos, le convirtieron en una especie de Meca del progresismo.
Hasta hace unos días, cuando el periódico The Times de Londres reveló cómo el staff comisionado por OXFAM —para auxiliar en Haití durante la emergencia tras el terremoto de 2010—, prostituía menores de edad, a quienes pagaban con los fondos caritativos que había recaudado, muchos de ellos subvenciones gubernamentales europeas.
El escándalo tomó la fuerza de un huracán: pruebas de que OXFAM ocultó evidencias y protegió a los culpables, les dió una “salida digna y en fases” e incluso los recomendó con otras ONGs; la revelación de otros 87 casos de abuso sexual al interior de la transnacional de la felicidad, tan solo el año pasado; la comprobación de casos similares en Chad, en Sudán y hasta en la misma Unión Europea.
Gastos suntuosos de su personal pagados con fondos caritativos; el encarcelamiento de su flamante presidente internacional, en Guatemala, a resultas de otro caso de corrupción; acusaciones de exfuncionarias de la ONG sobre casos intestinos de acoso sexual y laboral sin castigo para los culpables.
En fin, la constatación de una política de delincuencia, abuso y encubrimiento organizados al interior de la ONG británica, y que va más allá de las responsabilidades personales de los implicados.
¿Será muy arriesgado decir que la indecencia revelada en los intersticios de OXFAM podría ser una consecuencia directa de sus posiciones ideológicas?
En 1944, Friedrich A. Hayek, premio Nobel de Economía 1974, publicó un libro seminal: Camino de Servidumbre.
En él, Hayek advirtió que un sistema tendiente a la planificación y el control estatales inevitablemente degenerará en la servidumbre impuesta por el autoritarismo y la corrupción.
Como bien señaló entonces el pensador austriaco, cuando un poder se propone planificar toda la vida económica, debe ser consciente de que sus ideas y políticas le llevarán, tarde o temprano, a asumir poderes represivos y totalitarios, y a abandonar toda moralidad.
Así, el poder atraerá a su seno a los individuos más inescrupulosos y menos respetuosos de los derechos de los demás.
Es decir, a aquellos que prefieren utilizar la jerarquía y la autoridad en lugar de la cooperación y la persuasión, la fuerza en vez del intercambio, y la arbitrariedad y el abuso indiscriminado por sobre las reglas de juego imparciales y la ley.
Así, OXFAM pavimentó su propio camino de servidumbre, y lo hizo recorrer por los desfavorecidos que supuestamente decía ayudar y proteger.
Por eso apenas sorprende que la gran cantidad de personajes, instituciones, medios, universidades que tradicionalmente coreaban y amplificaban cada nuevo documento de OXFAM en contra del mercado o las empresas, ahora guarden silencio sobre el escándalo.
Muestran así, indirectamente, que la agenda de muchos de ellos es la de una ideología del odio, no la de la verdad o la decencia.
Al respecto, en estos días he preguntado, vía Twitter, a los tradicionales activistas y académicos mexicanos en favor de la “justicia” y la igualdad su opinión sobre el caso: Carmen Aristegui, Elena Poniatowska, Lydia Cacho, José Merino, Jenaro Villamil, Lorenzo Meyer, Genaro Lozano, Epigmenio Ibarra y muchos más, varios de ellos colaboradores de la propia transnacional de las buenas conciencias (y hasta con derivaciones potencialmente riesgosas hacia la campaña presidencial de López Obrador).
Todos fingieron demencia y guardaron silencio, excepción hecha de Sergio Aguayo, quien me comentó que había otras prioridades, y Gerardo Esquivel, autor predilecto de OXFAM, quien profirió algún insulto, antes que argumentar.
Incluso, artistas “progresistas” como Gael García Bernal o Macaco, embajadores mexicanos de OXFAM, han hecho mutis y escondido la cabeza, sin aprender de los ejemplos de la actriz Minnie Driver, el obispo Desmond Tutu o el cantante Miguel Bose, que renunciaron horrorizados y apenados a seguir representando a esa ONG con oficinas en 90 países.
Así, éstos y aquellos dieron testimonio de que artistas, periodistas y académicos metidos a activistas de las causas “buenas” y “correctas” en realidad se convierten en buenos activistas (tal vez hasta mejor retribuidos) pero en malos periodistas, malos académicos y malos artistas. Y peores seres humanos. Son la hipocresía.
¿Hasta dónde llegará el affaire OXFAM?
Aún es temprano para decirlo. El gobierno británico amenazó con cortar sus subvenciones y el Parlamento inglés tratará el escándalo esta semana, mientras OXFAM aún hace poco para facilitar el castigo de los culpables.
Quizá todo terminé en algunas renuncias y listo: asunto archivado. Pero lo cierto es que el escándalo ya pegó en la línea de flotación del más salvaje anticapitalismo.
En hora buena para los desheredados de la tierra que merecen y necesitan un mejor futuro que sólo ayudan a proporcionar el realismo, el mercado y la libertad.
*Víctor Hugo Becerra es empresario y secretario de la organización México Libertario @Mex_Libertario. Síguelo en @victorhbecerra