*Por Emilio Martínez Cardona
El caudillo cocalero Evo Morales acaba de proponer que el “Estado Mayor” de los movimientos sociales adscritos a su partido, la Coordinadora Nacional para el Cambio (CONALCAM), se constituya en un Consejo de Estado, de manera que las principales políticas públicas emanen, real o aparentemente, de su seno.
Esto implicaría un nuevo paso en el proceso de estatización de los sindicatos y de sindicalización del Estado que lleva a cabo el régimen evista, experimento que en términos universales tiene el nombre de corporativismo.
Aunque es conocida la afinidad del MAS con uno de los dos socialismos totalitarios del siglo XX, el marxista, evidenciada sobre todo por el alineamiento con la dictadura castrista, también son remarcables las similitudes prácticas con el otro engendro socialista del siglo pasado, el nacionalista y corporativista.
A quien le parezca extraña esta caracterización del fascismo habrá que recordarle que Benito Mussolini fue uno de los principales dirigentes del Partido Socialista Italiano, antes de crear su propia formación política, inspirada en el sindicalismo revolucionario de Georges Sorel y orientada por la máxima “Todo dentro del Estado, nada fuera de él”.
La praxis mussoliniana durante sus más de veinte años en el poder fue el dirigismo, con una economía subordinada al mando gubernamental y encuadrada en el esquema sindical que culminaba en la Cámara de las Corporaciones. En el fascismo tardío de la República de Saló, Il Duce llegó a intentar la “socialización”, consistente en el cogobierno de los trabajadores en los directorios de las empresas.
Estos hechos pueden sonar muy extraños para quienes han sido adoctrinados en el relato marxista, según el cual el fascismo era un fenómeno de “extrema derecha” y no lo que en realidad fue: un competidor por las banderas del anticapitalismo y antiliberalismo.
Volviendo al Estado Plurinacional, el corporativismo evista está, por una parte, anulando gran parte de la autonomía sindical, proponiendo incluso la erradicación del histórico “pluralismo ideológico” de la Central Obrera Boliviana (COB), que dentro de la tradicional orientación colectivista de esa entidad suponía cierto vestigio positivo de liberalismo político.
Por otra parte, es notoria la intención de sindicalizar el Estado, dándole cada vez mayores parcelas de poder a organizaciones que no ostentan una representatividad surgida del voto universal ciudadano.
Tal vez el trasfondo de esto sea la idea de emular a la Asamblea Nacional Constituyente del madurismo, elegida según criterios corporativos, con miras a que sea el aberrante “Consejo de Estado” el que lleve adelante la batalla por la perpetuación en el evismo terminal.
Una muestra más de la creciente caída de las máscaras democráticas del régimen, que a medida que ve acercarse la hora de la rendición de cuentas ante la justicia -como está sucediendo en Brasil y Argentina- devela su verdadero rostro autoritario, en el intento de aferrarse al poder a como dé lugar.