Por Gerardo Garibay
Se acabó Juego de Tronos, uno de los eventos televisivos más importantes de la historia, por su trama, sus batallas y su violencia, pero sobre todo por sus diálogos, especialmente los de Tyrion Lannister, que son verdaderamente brillantes.
Ayer, en el episodio final, Tyrion nos regaló una de las explicaciones más claras y concretas de las tiranías, en la escena de su conversación con Jon Snow, explica el proceso mental detrás de la locura criminal de Daenerys, la madre de los dragones, que inició su camino buscando la libertad de los oprimidos y terminó carbonizándolos por cientos de miles en las calles de King’s Landing.
Las palabras de Tyrion valen oro. “A donde quiera que va, personas malvadas mueren, y la aclamamos por ello. Y ella se vuelve más poderosa y más segura de que es buena y de que tiene razón. Ella cree que su destino es construir un mundo mejor, para todos.
Si tú lo creyeras, si realmente lo creyeras ¿no asesinarías a quien se interpusiera entre tú y el paraíso?”.
Si colamos disfraces ideológicos, detrás de los grandes tiranos, aquellos capaces incluso de cometer genocidios, nos encontraremos justamente con este delirio: la idea de que el paraíso en la tierra está al alcance del gobernante, y que este tiene por lo tanto no solo el derecho, sino la obligación de aplastar a todos aquellos que se oponen a la plena felicidad del mundo.
Así, para ellos toda discrepancia se convierte en una traición imperdonable, que solo la muerte puede compensar, y a cada paso del camino se repetirán –a sí mismos o la propia gente a la que aniquilan– “todo sea por el paraíso”.
Así Robespierre con su “la virtud sin terror es impotente”. Así Lenin y Stalin con su dictadura del proletariado. Así Hitler con su nueva Berlín y su gran Alemania.
Así también los tiranzuelos de medio zapato en todos los niveles del gobierno y de la política. Aquellos que justifican todas sus bajas acciones con la supuesta altura de sus intenciones, convencidos de que por cumplir su destino todo vale y toda naturaleza o libertad humana ha de sometérseles.
Thomas Sowell lo explica en su libro Conflicto de visiones. Hay líderes que entienden que la libertad y la naturaleza humana no están al alcance de la voluntad del soberano, y que, por lo tanto, la ley debe encuadrarse a partir de esas limitaciones. Otros más, como Daenerys, asumen que los seres humanos son barro en sus manos, meras herramientas inagotablemente manipulables, con las que el gobernante puede construir la plena felicidad de todos, para lo cual ningún precio en sangre será demasiado alto.
Pregúntenselo a ustedes mismos: si usted lo creyera, si realmente lo creyera, ¿no asesinaría a quien se interpusiera entre usted y el paraíso?
Recuerden también, sin importar que sea de izquierdas o derechas, progre o conservador, religioso o ateo, “moral” o hedonista, quien les ofrezca el cielo en la tierra siempre terminará imponiéndoles el infierno, el llanto, la sangre y la muerte.
Pocas cosas matan más que la Utopía.
Gerardo Garibay Camarena es editor de Wellington.mx, columnista en diversos medios digitales y autor de los libros “Sin medias tintas” y “López, Carter, Reagan”.