Por Antonio Sánchez García
“No hay dato que señale con exactitud cómo fue que empezó todo, en qué sitio y hora justa, y la identidad de quien o quienes lo iniciaron”. Mirtha Rivero, La rebelión de los náufragos.
La de Pandora, en realidad, no fue una caja. Fue una tinaja de forma ovalada que Zeus, padre de los dioses del Olimpo, llenó con todos los males del mundo, salvo un bien: la esperanza, tinaja que entregó a Pandora como regalo de bodas en su enlace con Epimeteo, hermano de Prometeo. Buscaba Zeus, vengativo como todos los dioses, saciar su sed de venganza causada por la ira que le provocara el robo por parte de Prometeo del fuego divino para dárselo a los humanos. Avivada su curiosidad por la prohibición de los dioses de no destaparla bajo ninguna circunstancia, Pandora, arquetipo de la femineidad al fin, contravino la orden, destapó la vasija, de la que emergieron todos los males que asolan a la humanidad desde entonces. Sin otra contraparte que la esperanza.
Recordé el mito al escuchar el mensaje de mi querido y admirado amigo Miguel Rodríguez, quien, al recordarnos los empeños de dos de los miembros de la Comisión de Finanzas de la Asamblea Nacional –Henry Ramos Allup y Luis Enrique Oberto– por condicionar el necesario respaldo institucional para darles sustento legal a los créditos por él obtenidos tras trabajosos esfuerzos, con dudosas y delictivas contra prestaciones, aceleraron las condiciones de la crisis con el fin de empujar la inhabilitación y el proceso urdido por sus compañeros directivos de AD y COPEI para derribar a Carlos Andrés Pérez. Hundieron así a Venezuela en la más grave crisis de su historia, que aún sufrimos y cuyo desenlace, transcurridos casi treinta años, aún nos es incierto.
Fueron ambos, Oberto y Ramos, quienes, a la cabeza de las direcciones de los dos partidos entonces sostenes esenciales del sistema de libertades y el Estado de Derecho, Acción Democrática, y COPEI, abrieron la Caja de Pandora que resguardaba todos nuestros males. Ellos, sin dejar ni una sola esperanza. Pues sus militancias, comprendiendo la esencia del mensaje adeco copeyano al defenestrar a CAP e incluso expulsarlo del partido que tanto le debía desde los tiempos en que fuera secretario privado de Rómulo Betancourt, corrieron a sumarse a las huestes del caudillo vengador. Si esas masas de electores tradicionalmente alineados con sus partidos hubieran respaldado a Henrique Salas Römer, otro hubiera sido el decurso de nuestra historia. Pero las direcciones partidistas, los dueños de los medios –casi sin excepción– y el aparato mediático del establishment, capaz de moldear las emociones, rencores y sentimientos de sus audiencias, lo dispuso así: había llegado el tiempo de la venganza, del pase de facturas, de las retaliaciones. El venezolano panteón de sus semidioses había dictaminado que en la cabeza de Pérez debían vengarse todas las afrentas y recurrir a la ralea de ladrones y asesinos que terminaron conformando el gobierno de la traición. Corrieron los jueces de la ignominia, azuzados por los notables Ramón Escobar Salom, José Vicente Rangel, Arturo Uslar Pietri, a dictarle sentencia en el juicio más escandaloso de la historia judicial de Venezuela. Como lo catalogara el abogado Alberto Arteaga Sánchez, fue el juicio más contrario a derecho de la historia de nuestra judicatura. Motivado por una inextinguible llamarada de odio y de rencor. “Vuelvo a Caracas a hacerme cargo de la Fiscalía”, cuenta Oswaldo Álvarez Paz que le confesó en París Ramón Escobar Salom. “Lo tumbaremos”. La daga de la traición la había puesto en sus manos el propio Carlos Andrés. Bien pudo haberle dicho al ser condenado: “anche tu, Bruto”.
Las ignominias, traiciones, venganzas y crímenes urdidos para hundir a Carlos Andrés Pérez, sin siquiera saber o aún sabiendo que con ello abrían la verdadera caja de Pandora de los males que arrastramos desde la fundación de la República, aún esperan por su dilucidación. La rebelión de los náufragos, de Mirta Rivero, es hasta hoy el más serio y documentado esfuerzo por dar con sus claves y pormenores. Pero las revelaciones de Miguel Rodríguez, el brillante ministro de economía de Carlos Andrés Pérez, descorrieron las cortinas de quienes empuñaron el arma fratricida. Está por escribirse la verdadera historia de nuestro parricidio.
Antonio Sánchez García es filósofo, historiador y ensayista.