Por César Oropeza:
Se hace necesario organizar una jornada para dejar de seguir a los influencers de la traición. Sus bonitas y engoladas voces, aún suenan perfectamente moduladas en la pantomima que a efectos de comprensión llamaré los “Medios Libres” de Venezuela.
Ellos gozan aún del respeto de la “gente de bien”, de la mala pobreza del este y del aspiracional sifrinismo de la Doña —que, venida a menos, por merma económica o por la edad, no se ha enterado de que existe el Internet (más allá del Prodavinci y el caraotero)—.
Ellos aún reinan en la mente y opinión de quien por alguna razón se conforma con las noticias amañadas que se gestan en la mente del perverso en la falsa oposición y consiguen cuna en el seno explotado de las presentadoras de la TV y otros tipos de pre-porteras.
Ellos son la voz que el ciudadano amaestrado repite sin cesar haciendo viral pensamientos prefabricados.
Ellos son los portadores del brief que cada semana, reunidos para “conspirar”, se reparten entre tragos de fantasía, canapés criollo/importados —propios de la gente de la Caracas bonita—, y de “esta torta que está divina” (¡dame el teléfono de la señora ya!).
Muy encopetados son seleccionados por alcurnia —o numero de seguidores– como propagadores de la cartilla que mantiene el sistema girando engrasadito a punta de brunches, cenitas, cocteles y arrejuntes de todo tipo, donde las mimosas o los coñacs se aceptan o se rechazan dependiendo de si “Mañana hay programa” o de si “Tengo pauta temprano”.
Todo eso es así porque entre la gente linda no existe tal cosa como un grupo de tarifados (al menos no en la parte de abajo) sino más bien unas “tácitas cofradías” y muchos “acuerdos de colaboración”. Tampoco existe en realidad el peer preasure, porque todos vivimos de esto mismo… ¿O no?
A ver si me explico: en la mesa en que se comparte la agenda, una de tus tantas tías putativas está conversando de tú a tú con “el eterno candidato” y tú, con mucho cariño, le sirves más lomito “pero poquito porque estoy a dieta”; o tal vez un whisky “pediatrico, que estoy tomando antibióticos”, a tu padrino —ganador, varias veces, del premio de literatura que lleva su mismo nombre–.
El mesonero de la Casa Mar te llama por tu nombre de pila (porque te ve desde chiquito). El anfitrión, y dueño de casa no necesariamente se sabe tu nombre, pero no hace falta porque siempre se puede dirigir a ti por tu nickname del Twitter. Así todo queda en familia. Sí, familia. Una muy grande y poderosa.
Iniciaciones, rituales de paso y hasta obras maestras (como las que ellos publican diariamente en las redes sociales), son requeridos en estas logias que te convierten a los ojos —y en los picos– de las pericas cafetaleras, en “famoso”, que a veces sí lo eres para los parámetros locales, o en “intelectual”, que es algo un pelito más complejo a menos que el título sea sólo otorgado por comparación. En tal caso, con tanto iletrado tal vez el mote aplique. Lo cierto es que hay que dejar de seguirlos. ¡Pero ya!
Dejar de seguirlos es imperioso porque cuando el tweet que se burla —en 140×2 caracteres– de la inteligencia del público viene de una cuenta de dos millones y pico de seguidores, pero produce sólo ciento veinte RT’s —en general negativos–, no hay que ser analista de redes ni community manager para notar que la cosa ya no les está funcionando como es.
Tal vez es un tema de algoritmos, pero no hay echo chamber que los salve de una verdad que tienen que escuchar: “Si siguen vendidos a la agenda, mermará vuestra popularidad, y con ella vuestros ingresos”. Y más temprano que tarde más de uno —probablemente los que menos acólitos y followers tengan–, tomarán las mimosas pero pasarán en la agenda, porque al final su negocio es el de la popularidad.
La ciudadanía está aprendiendo (lenta la coño de madre, pero aprendiendo) y el “y tú que propones” ha bajado su frecuencia dando paso a otro tipo de interacciones (mentadas de madre más que todo). Si bien nos cuesta ponernos de acuerdo en temas más complejos, creo que en esto podemos estar claros: mamagüevadas como las de lo que yo llamo “La agenda Éxitos”, no vale la pena calárselas.
Les propongo propagar por sus redes una listica de mamertos, colaboradores, jaletis y opinadores tibios que deberíamos dejar de seguir (no sean tímidos en nombrar a los sospechosos habituales, para que los demás tengan que ser creativos. Usen los arrobas por favor).
Please, evítenme a mí, por ahora, la poco elegante tarea de señalar directamente con mi dedo purulento a tantos amigos, panas y colegas. Miren que peos feos ya me he ganado bastantes por mis posturas incómodas.
¡Unfollow masivo ya! (empezando por mí, que ya estoy molesto).
César Oropeza es un director de cine y escritor venezolano. Autor de las novelas I Love Zombies y Sueño con Chávez: una extraña comedia de ciencia ficción. Puedes seguirlo en @ElPerrote