Por Cristian Vasylenko
Lo que Argentina necesitaba desde el principio, es decir, desde diciembre de 2015, o, a más tardar, en la apertura de las sesiones legislativas de marzo de 2016, era un comunicado directo por parte del presidente Macri que incluyese claramente:
- La condición en que se encontró al Estado (estragado)
- Diagnóstico estratégico: estamos hundiéndonos
- Objetivos estratégicos: convertirnos en un país sano y normal
- Plan estratégico, en el siguiente orden para no desfinanciar al Tesoro (es decir, mantenernos a flote requiere «sudor y lágrimas»)
- Plena vigencia del estado de derecho, como señal inmediata
- Inyección del shock de confianza
- restitución inmediata de la libertad de expresión por y en todos los medios, lo que sí se hizo
- restitución inmediata de todos los derechos de propiedad, excepto de libre acceso a las divisas, y solo por corto plazo. Esto último fue hecho de forma inoportunamente anticipada
- progresiva apertura al comercio internacional, hasta la apertura total
- escarmiento: en brevísimo plazo, meter presos a todos los delincuentes que depredaron la cosa pública; la expresidente para empezar. El mensaje aquí es «el esfuerzo vale la pena»
- drástica reducción del gasto fiscal total, de aproximadamente 50 % del PBI.
- reestructuración de la deuda internacional
- reducción paulatina de la presión fiscal en la medida que se reducen las demandas del gasto, empezando por los ilegales aranceles sobre las exportaciones; en paralelo, rediseño de todo el esquema impositivo.
- progresiva liberación del mercado cambiario.
- En Argentina, 8 millones de personas en el sector privado son coactivamente obligadas por el Estado a sobrellevar la carga de mantener a 45 millones de personas, de las que alrededor de 17 millones son adultos en edad de producir pero que no trabajan, y casi 4,2 millones -casi 10 % de la población total- son empleados del Estado en sus tres niveles: nacional, provincial y municipal. Para lograr esta «proeza», el trabajador medio se ve coaccionado por el Leviathan a trabajar entre 7 y 9 meses por año para alimentar a esa oligarquía política
- cabar de una vez por todas con semejante subversión de valores, y mediante la oportuna, masiva, adecuada e inteligente comunicación al público, a fin de informar y generar presión sobre los políticos en el Congreso, e incentivos para facilitar su aceptación
- rediseñar el Estado -no hacerlo más eficiente, como se dijo que se hacía, porque eso es perfeccionar lo que no debe hacerse
- solicitar, en ese temprano momento, la inmediata asistencia del FMI para financiar la implementación del mencionado rediseño del Estado
- seleccionar entre todos los funcionarios por antecedentes y concurso público por oposición
- en paralelo, plan de retiros voluntarios
- además, identificación de todos los agentes, especialmente los carentes de especialización profesional, de los que debe prescindirse. El Estado no es una agencia de empleos
- desvinculación operativa de esa masa, con plan decreciente de remuneración según el siguiente esquema tentativo: 100 % primer año, 50 % segundo año, 25 % tercer año, a producir desde el cuarto año en adelante. Para ello se implementa un plan múltiple de instrucción y capacitación en la especialidad de elección del interesado, a fin de que a la finalización del mismo, obtenga salida laboral
- modificación y purga de todo el sistema previsional, eliminando la estafa del esquema Ponzi que representa el eufemísticamente denominado «sistema de reparto» (para repartir lo que no hay, se le robó primero a alguien); las dobles y triples jubilaciones; la pléyade de jubilaciones de privilegio; las jubilaciones sin aportes; la pléyade de retiros por invalidez, en un país que no ha padecido guerra alguna ni catástrofe que justifique semejante cantidad de «inválidos». Como ejemplo, 115 % del total de habitantes de un pueblo de la Provincia de Santiago del Estero, goza de «pensiones por invalidez».
- reinstauración del sistema de retiro con capitalización, con lo que simultáneamente se genera un genuino y virtuoso sistema de ahorro en un país como Argentina (que carece de ahorro) y, por lo tanto, de la consecuente inversión. Aquí cabe aclarar que carecemos de ahorro e inversión propios, no porque el argentino sea desconfiado por naturaleza, sino porque tenemos casi 85 años de terrorífica experiencia de banco central con banca fraccionaria, causantes por definición del ciclo económico, del dinero-basura, y de la inflación
- modernización de toda la legislación labora.
Con este plan, implementado como se detalla, nadie va a «incendiar el país», porque a nadie le falta nada -para ello se solicitó la asistencia financiera del FMI desde un principio-. Con el ahorro propio generado por el sistema de retiro con capitalización, se posibilitan inversiones con capital local lo que, junto con el resto, baja el costo del capital y atrae a la inversión extranjera directa (IED). Con las inversiones en la economía real se genera demanda adicional de trabajo a tasa creciente, lo que hace real la transferencia de exagentes improductivos del sector público, hacia el sector privado productivo.
Pero claro, para todo esto se requiere pensamiento sistémico y estratégico. Pero no se requiere ser ningún genio: nadie efectúa estos diseños en soledad. En Argentina tenemos varios equipos de excelencia, en algunos de los cuales he participado en discusiones de trabajo de las que aquí he intentado sintetizar lo aprendido. Por si el amable lector se lo preguntara, sí, al presidente Macri le fueron acercadas en mano al menos 7 propuestas de este tipo de planes -la que más me impresionó es la del tandem Javier Gerardo Milei y Diego Giacomini-.
Durante un cierto ensayo de la Orquesta Filarmónica de Berlín, cuyo magnífico director titular era a la sazón el Maestro Wilhelm Furtwängler, aquella era dirigida por su maestro asistente. Hasta que repentinamente percibió que la calidad interpretativa de la orquesta superaba en mucho su dirección, así que levantó su vista para ver qué ocurría: el maestro Furtwängler en persona avanzaba hacia el podio. Una maravillosa manifestación de genuino liderazgo. La sola presencia de un líder genuino (no carismático) mejora la performance de sus dirigidos. Sin encuestas. Tal como se verifica en la realidad con directores técnicos de equipos de deportes, con gerentes generales, con capitanes de buques o aeronaves, con comandantes en jefe de tropas militares, la excelencia es el prerrequisito. Aprendamos nuestra lección: solo hemos de mejorar como nación, cuando nos demos un estadista que nos dirija hacia el progreso mediante el esfuerzo de todos -aparato estatal incluido- como equipo.
Cristian Vasylenko es magíster en Finanzas Corporativas; investigador y analista político y económico, y asesor de empresas.