Por Andrés Henríquez
“La juventud no fue hecha para la comodidad, sino para el heroísmo”. —Paul Claudel, poeta francés.
Los estudiantes universitarios venezolanos celebran hoy su día. Lo hacen en medio de un contexto convulso, pero eso es redundar cuando se habla de la Universidad y Venezuela, una relación tormentosa desde sus inicios. La academia siempre ha sido —para bien o para mal— uno de los principales actores en nuestra historia republicana.
Hoy lo es más que nunca. La Universidad venezolana es el último vestigio de libre pensamiento del país. Aunque esto no la hace inmune a los vicios que nos aquejan como sociedad, especialmente desde 1998. Sí, la academia resiste, pero también sufre y es manoseada por los más viles intereses.
La Universidad Central de Venezuela es la más importante del país, lo que la convierte en blanco del régimen chavista y del partidismo opositor, en una lucha constante por someterla y dominarla. Los ucevistas decimos que nuestra Alma Mater es reflejo del país. Un microcosmos de Venezuela, con sus bellezas y méritos pero también con sus gravísimos problemas.
La dirigencia política universitaria es el caso perfecto para ilustrar el reflejo venezolano en la UCV. Todos ellos —salvo contadísimas excepciones— comprometidos militantes de los partidos opositores que dominan el panorama político del país. Las mismas organizaciones que —año tras año— han despreciado el apoyo de la ciudadanía venezolana y se han valido de ese respaldo para sentarse a negociar los términos de una cohabitación que solo beneficia sus intereses. No al ciudadano común, mucho menos al estudiante universitario. Solo a ellos y a sus negocios.
Jóvenes dirigentes políticos cuyo único afán es copiar la retórica y las formas políticas de sus jefes, que solo han acumulado fracasos durante los últimos veinte años. Representantes que responden solo a las directrices del partido naranja que ostenta la Presidencia Encargada de Venezuela, no a los estudiantes que los eligieron. Otros que —emulando las trampas de sus jefes adecos— tienen más de una década tratando de conseguir la licenciatura y haciéndose llamar representantes estudiantiles, estafando a la propia Universidad, a los estudiantes y a ellos mismos. Y así la lista puede continuar interminablemente.
Hoy, estos mismos representantes —por orden de sus jefes— pretenden llevar a los estudiantes universitarios a la sede de las Fuerzas Armadas en Caracas. Estudiantes desarmados a una base militar para exigir que los que sostienen la tiranía chavista depongan las armas. Después de años de atropellos, asesinatos y de fracasos de convocatorias similares. “¿Y qué propones tú?” es el mantra de los que no toleran la crítica.
He aquí mi respuesta: Yo propongo que los jóvenes dejemos de poner los muertos. No hay nada heroico en exponerse a perder la vida para luego no trascender. Yo propongo que el Movimiento Estudiantil tenga la valentía de tomar un rumbo distinto —y mejor— del que nos trajo a esta desgracia. Que de verdad se deba a los estudiantes y resguarde sus intereses, no los de quienes financian. Yo propongo que la dirigencia estudiantil interpele y cuestione a quienes llevan las riendas del país. Que les exijan cumplir con sus deberes para poder superar este negro episodio histórico. Yo propongo que seamos jóvenes de verdad y no perdamos nuestro espíritu.
Andrés Henríquez es periodista venezolano, formado en las aulas de la Universidad Central de Venezuela.