Por Cristian Vasylenko
Del análisis sistémico sabemos que el emergente de todo sistema complejo -toda sociedad lo es- resulta de la compleja interacción de todos sus componentes. Y ese emergente es, por definición, contraintuitivo. Por caso, “2 + 2” solo resultaría “= 2” por impensable casualidad. Por lo tanto, no hay tal cosa como «sentido común» o «sabiduría popular».
Ello no implica que, por todo lo contraintuitivo que sea ese resultando, no vaya a repetirse, exhibiendo uno de los posibles patrones de conducta del sistema complejo. En eso anda el emergente sistémico de la sociedad argentina, haciendo gala de su suicida patrón de conducta.
Resulta completamente contraintuitivo suponer que, después de padecer al peronismo (y todas las variantes que se le hayan querido asignar a esta denominación, derivada del apellido de su «fundador») por 73 años, de los cuales 35 estuvo en el gobierno (lo que no significa que permaneció inactivo o pacífico el resto del tiempo. De hecho, en 2001 perpetró el derrocamiento del gobierno denominado «de la Alianza», provocando al país toda una catástrofe de largo plazo) resulta completamente contraintuitivo suponer, decía, que el emergente sistémico de la sociedad argentina rebase amor por esta grosera forma de fascismo, con toda la intolerancia corporativa, prepotentes formas coactivas, y violaciones contra los derechos de propiedad que la caracterizan.
Mi abuelita (de familia europea) decía «vuelta la mula al trigo». Es intelectualmente agotador vernos ante la necesidad de abordar esta patología, de forma circular en el tiempo. Procuramos siempre la vuelta a la misma desgracia, no constituye otra cosa que una conducta social psicopatológica. El síndrome de Estocolmo es cosa de niños, comparado con este patrón de conducta masoquista y autodestructiva. Pero atentos, señores profesionales de la psicología y de la psiquiatría, porque el asunto no concluye allí: coincidiendo con lo observado ya por varios analistas internacionales, el mismo sistema complejo que produce este terrorífico patrón de conducta, produce simultáneamente otro emergente antagónico. La rabiosa queja contra las dolorosas consecuencias que su propias elecciones y conducta le infligen; le propinan; le asestan. Si no me equivoco, este tipo de conductas era denominado por un tal Sigmund Freud como «neurosis»; que es social en este caso.
Pues sí, ya hemos escrito hasta el cansancio sobre este asunto. Síndrome de Estocolmo; la hipótesis de la Reina Roja; «hemos hallado al enemigo, somos nosotros». Y no nos cansamos de buscar siempre al culpable, a ese «enemigo externo», en términos de Peter Senge. Pero claro, mientras no efectuemos un genuino ejercicio de reflexiva introspección, continuaremos sorprendiéndonos por, y enojándonos con «esa maldita mala suerte», contra el capitalismo salvaje, contra el neoliberalismo, contra la desigualdad del ingreso, contra la globalización, contra el pretenso cataclismo ambiental, contra todo.
Por allá por mediados de noviembre, antes de que asumiera siquiera la actual corporación política (que reemplazara electoralmente a la anterior corporación política, la misma que posibilitó y financió su regreso) en una columna titulada Resurgen viejos vicios, anticipé lo que ahora fue aprobado por nuestros legisladores bajo la forma de ley ya promulgada. Desde luego, no he sido ni remotamente el único analista con esa presunta «capacidad visionaria». Solo se trata del «¡Otra vez sopa!» de una niña muy conocida en Argentina.
Pero no se vaya, que aún falta lo mejor. Estimado conciudadano argentino: si usted es de los que ostentosamente continúa a la caza del enemigo externo, y todavía no se enteró de que había un señor llamado Erich Fromm, hágase un favor y vaya a cualquier librería que se respete, y pida El miedo a la libertad. Más allá de que yo no comulgue con la ideología de Fromm, le sugiero que aborde la lectura en un ambiente previsible y contenedor, que le ayude a amortiguar el terror que le sobrevendrá al reconocer sus propias conductas tan detalladamente descriptas, y analizadas sus causas, esas causas. No sabemos vivir sin autoritarismo, sin estrago doloso, sin intolerancia. Es más: lo necesitamos. «Para los nuestros (la oligarquía política), todo; para los otros (el sector privado productivo, en especial la agroindustria), ni justicia».
Siendo que todo este circuito es vicioso hasta el hartazgo, ¿por qué insistimos en plantearlo desde toda arista que percibamos, desde todo ángulo que se nos ocurre? Porque nos es imprescindible este combate preventivo denominado «batalla cultural», en defensa y difusión de las ideas de la libertad a fin de que, a pesar del acostumbramiento de décadas y del bombardeo ideológico, nuestro mayor tesoro -nuestros hijos y todas las generaciones por venir- puedan aspirar a desarrollarse en una sociedad desde todo punto de vista saneada. Debemos continuamente originar la buena semilla. La siembra es hoy.
Cristian Vasylenko es magíster en Finanzas corporativas; investigador y analista político y económico, y asesor de empresas.