Por Esteban Arias Suárez
En Venezuela está ocurriendo un fenómeno de prosperidad económica que resulta engañosa, utilizable políticamente (y por ende, peligrosa para el futuro del país) y, paradójicamente, no tan real.
Primero, relatemos los hechos y pronósticos económicos. La divisa estadounidense se está generalizando y cada vez más personas acceden a ella y la comercian. Esto ha provocado que el consumo aumente y que algunas actividades económicas se reanuden como lo muestra la aparición de nuevos restaurantes y bodegones en Caracas. Por otro lado, algunos indicadores han cambiado para bien: la producción de petróleo lleva tres meses en alza después de años sin crecer y la hiperinflación se ha reducido.
Esto tiene una explicación sencilla. Debido a la inflación y a las reducciones y deducciones tributarias que sufren las empresas, en Venezuela se tiene una situación donde no se produce a precios competitivos. Esto, acentuado por la falta de movilidad laboral, lleva a que importar sea una actividad más rentable. Por ello hoy existe un boom de tiendas que importan artículos de Estados Unidos u otros países latinoamericanos.
Con lo que respecta a la normalización del dólar, esto se explica por la derogación de la política estatal de control de cambios, que afectaba las transacciones económicas que utilizaran una moneda extranjera
A pesar de estos datos, Venezuela cerró el 2019 con un séptimo año consecutivo de caída del PBI y se prevé que siga teniendo la economía con mayor inflación en el mundo durante el 2020.
Ahora bien, ¿qué impactos tiene esta situación en la sociedad venezolana? De acuerdo con Ecoanalítica, el dólar ya representa más del 53 % del total de las transacciones en el país. Pero eso no significa que esté al alcance de la mayoría. Se estima que solo menos del 40 % de la población tiene acceso a monedas que no sean los bolívares.
De ese modo, en Venezuela se está dando una segregación de facto de los ciudadanos en función de la divisa a la que tengan acceso. Generalmente, el grupo de los trabajadores mal remunerados junto al del sector informal es el más afectado.
Pero no son solo ellos. Estaba conversando con una amiga sobre las formas en como se manifiesta esta burbuja económica en su ciudad. En eso, me comenta que la luz se le acababa de cortar y que era la cuarta vez en la semana que le sucedía eso. Ello nos llevó a entender que, debido a esta sensación de mejora económica, la gente se ilusiona y no piensa en que aún existen los apagones de luz, que el agua es racionada y solo llega tres o cuatro veces por semana (y en algunos lados, una sola vez) o en que hay gente que sigue muriendo por hambre o por la torturante espera de medicinas en un hospital.
Entonces, uno podría decir: de acuerdo, las cosas no es que estén tan bien, pero al menos la situación no es peor o cada vez peor, como lo había estado siendo los últimos años. Pero, ¿es realmente así? Si analizamos qué es lo que sostiene esta prosperidad para los sectores que aún pueden utilizar el dólar como divisa, encontraremos básicamente contrabando de metales como el oro, narcotráfico y operaciones ilegales que tienen detrás secuestros, asesinatos, miseria ininterrumpida, corrupción y colusiones con el Gobierno y la oposición.
¿Vale la pena esa burbuja económica si se tiene que pagar ese costo? Y la sociedad se encuentra tan compenetrada con ese narcotráfico y terrorismo que no se puede hacer una separación específica y decidir aceptar algunas cosas y otras no por su origen. En varias ocasiones ni siquiera se sabrá de dónde provino el dinero. Además, al final, la principal prioridad de la gente es sobrevivir.
Según el FMI, la economía venezolana se reducirá un 10 % en el 2020, siendo la caída más grande entre todos los países estudiados por la entidad. En cuanto al crecimiento de restaurantes y bodegones, se contempla un futuro inmediato complicado, puesto que la competencia obligará a que bajen sus precios y con ello sus utilidades. Pero, naturalmente, estas cosas no son avaladas por las entidades del Gobierno venezolano.
Más bien, ellos empezarán a jactarse de ese aparente progreso, decorando calles u organizando fiestas. Intentarán explicar que como Gobierno ahora van a arreglar las cosas y que, por ende, no es necesario que se vayan. Y eso, a mi parecer, es una de las cosas más peligrosas que pueden ocurrir. Aprovechar la ilusión de la gente para normalizar un statu quo de baja calidad de vida es algo patológico y cínico.
De hecho, psicológicamente es algo bien triste. Es como un sistema de tortura donde se sometió a los ciudadanos a condiciones inhumanas, insufribles, que obligaron a muchos a migrar; y luego se les dio un respiro que no constituye ni el 10 % de lo que merecerían tener en términos de calidad de vida. Ello provoca que vean este pequeño momento de bonanza como lo mejor que les ha pasado, que se hundan en un conformismo fatal y se queden trastornados de modo que, en el largo plazo, desaparezca cualquier ánimo por salir a protestar y, naturalmente, toda posibilidad de lograr un cambio estructural en el país.
Y eso hay que denunciarlo.
Esteban Arias Suárez es politólogo de la universidad Antonio Ruiz de Montoya con interés en gestión de políticas públicas, política exterior, relaciones internacionales e investigación.