Por Adrián Risco Chang
La crisis producto de la rápida expansión del coronavirus ha desnudado al Estado peruano y ha puesto en descubierto tanto sus más críticas falencias como sus más reconocibles aciertos. Además, ha confirmado una característica fundamental del gobierno de turno y nos hace caer en cuenta sobre qué actores descansa la estabilidad económica del país.
Empecemos por aquello que nos puede dar un poco de tranquilidad. La economía peruana está golpeada y prácticamente ha parado en seco, sí, pero resiste mejor que cualquier otra de la región y tiene la capacidad de emprender un plan de recuperación que implica un monto nada despreciable de 30 mil millones de soles.
Esta capacidad, digna de algún ordenado estado de bienestar, no es producto del sueño de algún estadista o gobernante de turno, sino de cerca de 30 años de seguir un modelo económico. Sí, aquel modelo económico que tanto se critica, se ha basado en disciplina fiscal e inversión privada, y ahora permite tener de dónde sacar para paliar la situación actual y tener al menos un panorama no desastroso.
Pero profundicemos un poco más y veamos la fuente de ese dinero. Los Estados alimentan sus arcas sobre todo a partir de la tributación, pero en el Perú muchos están prácticamente alejados de ella. Con una tasa de informalidad de poco más del 70 %, el restante tiene que pagar por justos y pecadores. Al parecer deberíamos de detenernos a pensar un poco más para qué otros actores deben de ir esos aplausos cada noche, ¿no?
Sin embargo, la informalidad es totalmente racional en un país como el nuestro. En una realidad donde formalizarse es tan caro y donde se espera poco o nada del Estado es lógico que se prefiera estar al margen. Esto es un problema pendiente y de urgente revisión que debería de saltar a la agenda pública una vez superada esta crisis.
Ahora, un último acierto nos lleva inevitablemente a dos falencias. El acierto es haber optado por el estado de emergencia que implica el aislamiento social obligatorio y el toque de queda antes de que el número de infectados sea verdaderamente crítico. Las dos falencias, nuestro precario sistema de salud y la lógica reactiva del gobierno.
Un gran Estado implica de por sí un gran costo, ya que ni las burocracias que lo componen ni los servicios que se brindan se pagan solos. Lamentablemente, en el sector salud se ha ido postergando una necesaria reforma y modernización que ahora nos pasa factura. Habría que hacer una mirada crítica y ver si su burocracia tira ideológicamente hacia un lado, y, sin pecar quisquilloso, compararla un poco y hasta donde se pueda con la de carteras como las del MINCUL o el MEF.
Finalmente, la lógica reactiva del actual gobierno no es algo nuevo. Vizcarra sabe moverse en situaciones de crisis, de eso no hay duda, pero no es el mejor gobernante cuando las aguas están relativamente tranquilas. Podría asegurar que él lo sabe y de ahí que las altas cifras de aprobación surjan cuando las papas queman. Antes de ver al sistema de salud colapsado endurece medidas y se muestra como el líder fuerte y decidido que nuestra cultura política aún tiene fresca en la memoria.
Sería mezquino no reconocer el manejo que se está haciendo de esta situación, pero un gobierno no puede fajarse solamente en momentos críticos apelando a emociones, ya sean estas el miedo frente a la muerte o el hastío hacia la clase política. Y tengamos cuidado con las excesivas y quiméricas propuestas de “solidaridad” que nuestro nuevo Congreso hace más con sentimiento que con razón. Desfalcar económicamente al país y aumentar impuestos con saña sería un placebo desastroso. A fin de cuentas, cada uno de nosotros estamos metidos en la lucha contra el COVID19.
Adrián Risco Chang esestudiante de Ciencia Política y Gobierno con especial interés por las Relaciones Internacionales, el liberalismo y las instituciones democráticas. Actualmente es director académico del proyecto Muro Llano y redactor de política en el portal web Letras al Mango.