EnglishEl ascenso del nacionalismo islámico, representado por el Estado Islámico, deja una letanía de preguntas: ¿qué motiva esta depravación?; ¿es este tipo de terrorismo un anuncio de lo que se viene?; ¿sus responsables aplican la doctrina islámica o se apartan de ella?; ¿por qué identifican a Estados Unidos con el “Gran Satanás”?
El asunto de temas tan sensibles requiere de mucho cuidado; como mi tío filósofo suele decir, “es complejo”. De hecho, hemos publicado un debate aquí en PanAm Post para explorar al menos una de estas preguntas claves: ¿es el Islam una amenaza para Occidente?
Muchos observadores, escépticos de los comentaristas de los medios, comenzarán a preguntarse por dónde comenzar para comprender qué es lo que está sucediendo. Aquí es cuando entran en escena Bernard Lewis —profesor emérito angloamericano de la Universidad de Princeton, a punto de cumplir 100 años— y su libro La crisis del islam: Guerra Santa y Terrorismo
Publicado en 2003, un amigo me lo dio durante mis años universitarios, y allí quedó, acumulando polvo. Los hechos de los últimos años, sin embargo, lo añejaron como a un vino fino que mejora a medida que pasan los años. Sus contenidos adquirieron mayor importancia, y me decidí por entregarme a su lectura.
La crisis del Islam logra ofrecer un punto de partida conciso, y contesta preguntas generales que muchos observadores probablemente se hayan hecho respecto al islamismo. Su impecable edición lo hace fácil de leer y entender — aunque con una pizca de jerga académica.
Lewis no huye de las cuestiones menos agradables de la doctrina islámica. Detalla ejemplos de antiliberalismo, como la pena de muerte por apostatar, según decreta la sharía, la ley islámica. A partir de la valoración del profeta Mahoma como un líder religioso y político al mismo tiempo, explica por qué la separación entre la Iglesia y el Estado es tan problemática para los musulmanes.
Para Lewis, hablar de fundamentalismo islámico es un nombre inadecuado, ya que cualquier tipo de evolución en la interpretación del Corán aún debe arraigarse. Por el contrario, la “divinidad literal y la inefabilidad (…) son dogmas básicos del Islam, y aunque algunos duden de ellos, nadie los cuestiona”.
Pero eso no prueba que el islamismo, la virulenta corriente nacionalista y política de la religión, obedezca a la tradición islámica. Ya sea que esté basado en el Corán o no, sus crueles adherentes muestran una mayor tendencia a ignorar, minimizar, e incluso a aceptar las muertes de personas inocentes.
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Lewis recorre la historia para mostrar que esta corriente surgió tanto del pragmatismo y la coincidencia como de la doctrina, y su actual forma es nueva y está adaptada a las necesidades de estos tiempos. Sin embargo, con el ascenso del salafismo en la rica Arabia Saudia, está rigurosa forma del Islam es ahora la que recibe mayor financiamiento y la más enseñada alrededor del mundo. También prevalece en La Meca, el destino para los peregrinos islámicos.
La mayor fortaleza de La crisis del Islam es también su mayor debilidad. El estilo de Lewis es frío, para ser lo mas objetivo y neutral posible. Esto transite un rigor académico y construye la confianza con el lector, pero al mismo tiempo carece del impacto y la importancia que generan muchos otros libros sobre la materia. Solo al final se saca los guantes, aprieta de alguna manera el acelerador, así que en su gran mayoría no se trata de un libro apasionante.
Lewis reconoce un “resurgimiento de la lucha religiosa que comenzó en el siglo VII para dominar el mundo”, que sugiere que ninguna concesión territorial o política podrá saciar a los islamistas. Incluso anticipa una “larga y amarga batalla” y un futuro oscuro, con epicentro en las regiones islámicas del mundo.
Pero eso es todo: no hay soluciones, planes, ni está claro como abordar el problema, más allá de la vacía afirmación de que Occidente “puede hacer mucho para ayudar”.
El acotado ángulo del contenido del libro pudo haber sido diseñado para evitar intimidar al lector. Aquellos que lleguen hasta el final podrán sentir que están mejor informados, pero se quedarán con las ganas de más.