Releo por enésima vez un libro que desató el odio irracional de una intelectualidad acostumbrada a la repetición complaciente de sus propias mentiras. En pleno siglo XX fue quemado públicamente la Universidad Central de Venezuela. Misma en que se intento sin éxito linchar a su autor. Del Buen Salvaje al Buen Revolucionario, de Carlos Rangel, un gran libro que despertó tal odio en estas tierras, y mucho más allá.
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Rangel describió la paradoja Latinoamericana –empezando por lo inadecuado de la palabra Latinoamérica para Hispanoamericana– la de un conjunto de naciones que al independizarse sumaban la mayor población, capital, infraestructura, y disponían de las organizaciones culturales más avanzadas del continente.
Eso ante las asombrosamente pobres, débiles, despobladas e incultas 13 colonias inglesas que al norte alcanzaran poco antes su propia independencia. Paradoja inexplicable que en apenas medio siglo, ya despuntaran los Estados Unidos como primera e indiscutida potencia del Continente, mientras Latinoamérica se hundía en la pobreza, el atraso y la impotencia.
Fue y sigue siendo insoportable esa paradoja para una intelectualidad de tinterillos que rumiaban su resentimiento de secretarios de folclóricos caudillos. Con el tiempo lograrían, refugiándose en vetustas Universidades vivir más “honrosamente” a costillas del tesoro público, rumiando su envidia e impotencia. Unos pocos verdaderos intelectuales se atreverían a rasgar los velos que otros tejieron pacientemente con mitos recurrentes e internamente contradictorios. La luz de tal verdad es insoportable para esa intelectualidad, y la opinión pública por ella formada.
Rangel explicó descarnadamente esos mitos y desmontó la trama de mentiras tejida para justificarlos. Desde la adopción de la falsa tesis del “Buen Salvaje” de Rousseau, precisamente donde el francés eligió creer que existían salvajes que por su alejamiento de la civilización desconocían sus males y vivían en pacifica y feliz armonía ajena a la propiedad y la moral. Aquí donde todos sabían que no desconocían los indígenas ninguno de los males a los que la ignorancia de Rousseau los declaro ajenos.
El buen salvaje de Rousseau mutó en el revolucionario marxista por la leninista teoría de la dependencia. Ante la evidente falsedad de la profecía de Marx, sobre un proletariado que no dejaba de mejorar su nivel de vida desmintiendo al profeta, Lenin presentaría la salvadora teoría de la explotación de las colonias y las naciones atrasadas por los poderes occidentales.
Que incluso en dichas colonias, el proletariado prosperase más y más, que la presencia de los capitales imperialistas subiera aceleradamente los sueldos donde llegó, que el comercio libre favoreciera a pobres y ricos, pero más a los pobres. O que los EE. UU. se transformaran en potencia como importador neto de capitales con una balanza negativa de más de un siglo, entre muchas otras evidencias contrarias, en nada los afectó.
El leninismo dio en un clavo imprevisto. La justificación del fracaso propio como supuesta responsabilidad de otros. Esa justificación popular a lo largo y ancho del tercer mundo, es el mayor aporte original latinoamericano a la cultura global. Y no es tan original, ni exclusivo del tercer mundo. Es muy similar a mitología de unos europeos ante otros, ante Gran Bretaña principalmente. O de Europa ante los EE. UU. llegado el momento. Nombro países pero hablo de sus respectivas intelectualidades. Son mitos nacionales que pierden importancia en dónde se adoptan las instituciones que causan desarrollo y la mantienen donde no.
Aunque la reacción fuera de rechazo fanático, desdén arrogante y ceguera voluntaria –o voluntariosa– la mayor tragedia que la obra de Rangel reveló fue que la negación permanece mientras mutan sus mitos justificadores y compensatorios. La gran tragedia de la paradoja Latinoamérica es que no hay paradoja, aquella riqueza dependía del mercantilista privilegio y la barroca cultura era atraso y decadencia, salvo por notables excepciones.
Un imperio –decadente por sus contradicciones internas– tuvo la capacidad de diseñar e imponer hasta el más pequeño rincón del territorio en que “no se ponía el sol” la presencia efectiva de un Estado desmedido, interventor de precios, producción y comercio. Y claro, más abundante en reglamentos que en producción y comercio.
Un Estado rico en una sociedad pobre es lo que el poderoso imperio de Felipe II impuso hasta el último rincón en que fundar un poblado sin permiso de la corona ocasionaba el ajusticiamiento del osado. Tal cultura enseñaban aquellas universidades, y entendían aquellos libertadores. Hacendados, formados por generaciones en la obediencia a un Estado tan desmedido como el que nos sigue ahogando hoy.
Por cierto que allí donde la presencia de la corona británica, en ciertas colonias de su más temprano y relativamente pequeño imperio se impuso y tuvo el poder de regular y modelar casi tanto como la española, vemos similar atraso que en Hispanoamérica. No fue así en las 13 colonias del norte pues la débil presencia de la corona en aquellas colonias del Norteamérica y la relativa debilidad del despotismo en el propio suelo ingles hizo la diferencia.
La potencia únicamente surgirá ahí donde la corona no pudo imponer su asfixiante presencia, donde el autogobierno de un pequeño y muy limitado Estado colonial propio permitió que se desarrollara un pueblo rico. Esa es la clave de lo que parece una paradoja sin serlo, y sería la clave de la solución al atraso y debilidad en el que nos han sumido las mentiras de nuestra inepta intelectualidad y las instituciones que nos empobrecen.
Es el camino que nos señaló la obra de Carlos Rangel hace tantos años, y que unos pocos verdaderos intelectuales han seguido en estas tierras. Pese a la miseria que nos causaron y nos sigue causando, los Latinoamericanos amamos repetirnos esas mentiras y odiamos a quien muestre la verdad. Superarlo exige apreciar la naturaleza de los valores culturales, morales y el Derecho sobre las que se desarrolló el capitalismo liberal, aquellas de las que carecemos los pueblos que jamás hemos logrado superar el mercantilismo y nos empeñamos en retroceder a la barbarie del socialismo.