Iberoamérica observó asombrada la máxima escalada de la violencia continental, justo en la más prospera economía de la región. El origen es externo –la violencia la inició y escaló una ultraizquierda al servicio del castrismo, vía Foro de São Paulo– y únicamente un completo idiota –de los que son, o los que se hacen– dudaría que la escalada fue ordenada por La Habana y planificada en el Foro de São Paulo, como de La Habana salió la de finales de los 1980 y principios de los 1990. Además, no lo ocultan, lo ostentan.
Y eso explica mucho, pero no explica todo. La agitación y propaganda socialista teledirigida por el castrismo y sus satélites –en el poder, oposición y crimen organizado– requiere tres cosas para esto:
- Larga y profunda zapa ideológica que haga del socialismo en sentido amplio –en sumisión al castrismo– hegemonía cultural.
- Causas de insatisfacción manipulables –causadas y/o empeorados por políticas socialistas moderadas– para movilizar una intelectualidad amaestrada y unas masas desorientadas, como marco del terrorismo urbano de baja y media intensidad.
- La ausencia de respuesta, política y cultural a la zapa intelectual previa. Y, además, la desorientación ante el ataque en los políticos a los que les toque enfrentarlo, inevitable cuando son –abierta o solapadamente– socialistas moderados. Son suficientemente moderados para pasar por “derecha” y suficientemente socialistas para carecer de discurso propio ante una hegemonía cultural filo castrista.
Eso explica lo que ocurre –y lo que ocurrirá– en Iberoamérica. En Chile vemos un esfuerzo de la ultraizquierda –con complicidad de la izquierda moderada– para argentinizar la política chilena: asegurar mediante la agitación callejera y violenta el derrocamiento de cualquier presidente que los resista, paso previo a la argentinización del Estado chileno. Pretenden la destrucción del sistema de pensiones por capitalización individual y del modelo chileno de apertura, libre mercado, ahorro e inversión de capital productivo, del que ha logrado un nivel de vida creciente para todos –especialmente para los que salieron de la pobreza– mediante el trabajo, la inversión y el Estado limitado. La imposición del modelo argentino: 20 millones de dependientes del subsidio clientelar, sobre menos de ocho millones de contribuyentes fiscales. Economía sobrerregulada, desarticulada y descapitalizada. Pobreza, desigualdad y dependencia.
Es lo que buscan para Chile: la argentinización como camino hacia la venezolanización. Sumisión a La Habana. Hambre y miseria. Dominio del eje del crimen organizado, marxismo revolucionario y terrorismo internacional. Pero sus grupos político-criminales locales –aunque destructivos– son poco numerosos. Los delincuentes que les refuerzan espontáneamente “pescando en río revuelto” tampoco son numerosas. Numerosas son protestas paralelas, manipuladas por la conspiración, y numeroso es el malestar que sirve para justificar o disculpar la violencia.
¿De qué se quejan los chilenos? No los pocos al servicio de La Habana. No quienes incendian al país. No los oportunistas que buscan rédito político atacando a la policía y las FF.AA, que cumplen ante la violencia criminal la única función legítima del Estado, si acaso existe. No quienes pretenden derrocar a Piñera para hacerse del gatillo de la extorsión por agitación callejera, cuando pierdan elecciones. No esos, también chilenos, sino los otros chilenos comunes y corrientes. De pobres a clases medias, la mayoría: ¿de qué se queja?
Pues aunque los salarios en Chile son los más altos de la región –por eso el país atrae inmigrantes– el nivel de vida es mejor, hay más oportunidades, menos regulaciones asfixiantes, mejor calidad institucional, y más seguridad personal que en el resto de Iberoamérica –sin considerar la Araucanía donde la insensata debilidad del Estado ante el terrorismo de baja y media intensidad fue combustible del incendio actual– los chilenos se quejan de inseguridad, “salarios de hambre” y alto costo de la vida, en el país más seguro, de mayores salarios y menor inflación de la región.
Ciertamente en los últimos años la economía crece más lentamente. En consecuencia, los salarios se estancan. Disfrutan de los mejores servicios de Iberoamérica, pero en un país al borde del desarrollo son malos y caros. Y aunque demasiados no quieran entenderlo, se quejan de los efectos de las reformas socializantes del segundo gobierno de Bachelet. Pagan un Estado que alcanzó aceleradamente un tamaño que la economía chilena no puede pagar sin sufrir las consecuencias. Y serían quejas muy legítimas, si no reclamaran más veneno como cura del envenenamiento, y si Piñera no se hubiera rendido ideológicamente, esperando así evitar verse forzado a rendirse políticamente. Eso es no conocer al enemigo.
También se quejan de la inexistencia de la magia. Del que ahorrando en fondos de pensión, poco, y dejando de hacerlo por años, obtienen pensiones bajas. O de que la inseguridad se incremente mientras justifican ideológicamente a los delincuentes. Paradojas de la hegemonía cultural socialista. Poquísimos le hicieron frente en la batalla de ideas. Esos mismos pocos que advirtieron los resultados de las reformas bacheletistas sobre crecimiento, inversión y salarios, como los que hoy apoyan el restablecimiento del orden público. Los que exigen someter a la justicia a todos y cada uno de los autores intelectuales y materiales de una destrucción insensata y costosísima. Se quejan del que tantos de sus compatriotas se nieguen a ver elementales relaciones de causa efecto, entre la demagogia socialista y la desaceleración del crecimiento, y entre el FSP y la violencia continental.
De eso, se quejan unos y otros chilenos. Con ninguna, alguna o mucha razón. Según de qué se queja cada cual en Chile. Y sobre todo, de lo que defienda como solución a esas angustias. Dificil de entender fuera de Chile. Incomprensible, por ejemplo, para venezolanos con salario mínimo de dos dólares mensuales, precio de un litro de leche al mes –y nada más– en medio del hambre –aunque nada cueste viajar en el derruido metro en Caracas– que se quejen tan amargamente en un país con salario mínimo de más de 400 dólares mensuales. Pero así es. Y créalo usted o no, se juega en Chile una de las claves del futuro de Iberoamérica.