Resumiré aquí lo que sostengo en un ensayo que próximamente formara parte de un libro sobre la experiencia liberal venezolana editado por la ONG liberal venezolana CEDICE Libertad con motivo de sus 35 años. Y es que la idea de la enfermedad holandesa como causa del empobrecimiento de Venezuela no tiene sentido. Aunque la especialización en la producción de bienes de orden superior en economías periféricas puede relacionarse con ciclos secundarios más severos y distorsiones adicionales en la estructura de la producción. No hay razón para que un desplazamiento de la producción de bienes transables tradicionales y la concentración una la inversión en la producción de no transables deba mantenerse a largo plazo. Simplemente, el incremento de precio del bien de orden superior del caso –en Venezuela, petróleo– es también capacidad de inversión adicional que pudiera orientarse al descubrimiento empresarial de nuevas oportunidades competitivas en la transformación tanto dentro del propio sector petrolero como en otros, especialmente en los antes no ensayados. En incrementos de eficiencia por inversión de capital, nuevas tecnologías y superior organización algunos sectores tradicionales. En condiciones institucionales favorables a la eficiencia dinámica, la desindustrialización por enfermedad holandesa a corto plazo sería seguida de una reindustrialización más competitiva en la producción de bienes y servicios transables de mayor valor agregado que los desplazados. La ausencia de tales condiciones institucionales fue y sigue siendo nuestro mayor problema.
Nuestra curva de PIB per cápita a largo plazo presenta varias décadas de crecimiento sostenido, con altibajos de corto plazo de principios a mediados del siglo pasado. Esa tendencia al alza se ralentizó en los 60 y se revirtió en la de los 70. Ahí se inició una tendencia a la caída sostenida a largo plazo. Tal vez la única oportunidad real revertir el fenómeno fue el ajuste en los años 90 –pese a sus contradicciones internas, logró crecimiento mediante mayor inversión privada en un escenario de bajos precios del crudo– pero finalmente, ni las políticas de apertura de los 90, ni la intensificación del socialismo –en orgía de gasto populista– de la primera década de este siglo quebraron la tendencia.
De mediados de los 70 a hoy las alzas temporales en la curva –que no llegan a romper la tendencia de caída a largo plazo– dependen más del alza de los precios del crudo que a cualquier otro factor, de hecho al observar el precio de crudo en dólares ajustado por inflación desde 1970 a la fecha contra el ratio de variación anual del mismo notamos, además de volatilidad a corto plazo, y creciente distancia entre los niveles de precios con techos cada vez más altos. Si lo superpusiéramos a la curva de PIB per cápita, observaríamos una coincidencia entre precios altos del crudo, crecimiento del PIB per cápita en Venezuela durante las etapas expansivas de los ciclos.
Hay un factor causal en la economía venezolana de los años 70, con menor efecto en los 60, ausente en las primeras cuatro o cinco del siglo pasado. Una explicación sería el agotamiento del modelo que Baptista denomina “capitalismo rentístico”. Su influencia en el pensamiento económico venezolano es enorme, pero discrepo del que el modelo del que haba sea realmente una forma de capitalismo y de su metodología, en muchos sentidos premarginal. La teoría de la imputación nos dice que en valor de los bienes de orden superior se deriva del valor empresarialmente estimado de los bienes de primer orden a cuya producción concurren. La teoría de la función empresarial nos señala que la perspicacia necesaria para adelantar esa demanda y descubrir los mejores medios para satisfacerla es un componente necesario de todo proceso económico dinámico, con lo que no deberíamos tener problema alguno en denominar renta a la remuneración del propietario de un bien de orden superior, sea una materia prima o un bien de capital, en la medida que sea la parte correspondiente a la remuneración por la participación pasiva del propietario, mientras que la parte correspondiente a función empresarial pura es la que resulta remunerada con ganancia empresarial.
Tal renta puede implicar una rentabilidad importante por simple imputación en el caso del productor marginal más eficiente. La demanda de bienes de primer orden menor, al impulsar la oferta de bienes orden superior justifica la incorporación de productores submarginales cada vez menos eficientes, pero dinámicamente tiende a reducirse cuando se reduce el precio expulsando a los últimos productores marginales, lo que al reducir la oferta nuevamente tiende a incrementar el precio, por lo que la renta es, ante todo, la ganancia del productor marginal más eficiente. Quien se pueda apropiar del acceso al bien de orden superior que genere mayor renta, se apropia de la renta. El resto de agentes únicamente pueden obtener parte de esa renta por medios económicos o políticos, de los propietarios o sus arrendatarios, administradores y/o trabajadores.
Aclarado eso, es fácil entender que el problema de la renta petrolera del Estado venezolano es que tal rentismo patrimonial como fuente de ingreso del Estado es un fenómeno económico propio del mercantilismo, no del capitalismo. No puede ser incorporado a gran escala, pero sí por el socialismo, por lo que, como indiqué en 2010 en El dilema de la política monetaria, es la prevalencia de un sistema sobre otro a lo largo del tiempo lo que explicaría el alza, ralentización y caída del producto en el largo plazo. El problema de la economía venezolana nunca fue la enfermedad holandesa, porque nada impide que aquello se salde con nuevas inversiones y mayor productividad a mediano plazo. El problema fue y sigue siendo el socialismo como modelo económico; el control monopólico del Estado sobre los sectores de la economía que declara estratégicos, y una planificación central de la economía que incorpora inicialmente a los privados, controlándolos mediante proteccionismo y subsidios, para finamente descartarlos al momento de la inevitable radicalización. Ni más ni menos.