
Desde mucho antes del Estado moderno, surgido apenas tras la paz de Westfalia en 1648 –y rápidamente excedido, como nunca antes en la historia, de sus límites naturales– todo poder gobernante –denominémosle Estado, o no– enfrentó amenazas extraordinarias y temporales a la paz y seguridad públicas mediante estados de excepción, restringiendo parcial y temporalmente ciertas libertades civiles. Sugiere ceder libertad efectiva a cambio de seguridad ilusoria está la naturaleza humana. Por ello pensadores liberales siempre analizaron seriamente el alcance de cada tipo de excepción y el cómo evitar que el poder gobernante abuse de poderes excepcionales y logre incluso aferrarse a ellos permanentemente.
Libertad, seguridad y efectividad
Demasiados intentan aprovechar hoy la angustia por seguridad a cualquier costo para vender el humo del Estado ilimitado. Pero un Estado limitado, ideal tradicional del liberalismo, responderá mejor a lo excepcional que cualquier otra fórmula de gobierno existente, mucho mejor que Estados excedidos y sobreexigidos desde antes. Un poder gobernante limitado a sus funciones propias, seguridad, defensa y orden público, es más ágil ante situaciones excepcionales porque puede concentrar y reorientar recursos materiales y humanos más rápida y eficientemente, como una economía más libre será más ágil para adaptarse a la emergencia y lo que siga.
Además, sociedades con Estados limitados son –o tratan de ser– democracias republicanas e institucionalizar economías de libre mercado. Así disfrutan –más que cualesquiera otras– del Estado de Derecho. Libertad de prensa, opinión e información, que en los primeros momentos de una epidemia serán de vida o muerte. La economía de libre mercado crea y ahorra más riqueza –más ampliamente distribuida– y favorece la cultura de responsabilidad individual. Recursos y responsabilidad significan madurez en individuos y sociedades. Y madurez para enfrentar adversidades –ordinarias y extraordinarias– se traducen en mejores condiciones materiales y morales.
Los limites efectivos de la excepcionalidad
Como quiera que las neolenguas en boga los designen, los Estados de excepción deben limitarse única y exclusivamente a restringir parcialmente las pocas libertades que cada tipo de emergencia específica exija. Al excederse pierden efectividad y legitimidad, en proporción al grado del exceso. Por ejemplo:
- censurar información garantiza la generación y difusión de más rumores al tiempo que inicia una creciente desconfianza en la información oficial;
- controlar precios incrementa la escasez, detiene la poca producción en curso, desarticula la menguada capacidad de distribución, y empuja lo poco disponible a mercados negros ante el inevitable fracaso y corrupción del racionamiento;
- E incautar y afectar propiedad privada –más allá de lo estrictamente indispensable, y eso con garantía de real indemnización completa– garantiza daños irreversibles que se prologarán mucho más allá de la emergencia y a mayor costo material y humano.
Intelectuales liberales de todos los tiempos entendieron que la guerra exige restringir la libertad de prensa, pero advirtiendo los peligros del exceso de censura. Friedrich von Hayek, en Camino de Servidumbre, admite medidas restrictivas ante emergencias sanitarias, pero advierte que hay que considerar los costos sociales y económicos presentes y futuros. Una epidemia no es una guerra contra un enemigo inteligente que usa espionaje, propaganda y desinformación. Hablamos de guerra contra la enfermedad por la concentración y movilización de recursos públicos y privados extraordinaria. Pero el enemigo no es inteligente y derrotarlo no requiere censura. Por el contrario, exige tener y mantener libertad de información, con todo lo que ello implica.
Censura y pandemia
Empecemos por el principio. El mundo enfrenta la pandemia del virus chino porque un Estado totalitario censuró temprana y arrogantemente toda información sobre el surgimiento de la amenaza. Médicos que informaron en China del peligro –a tiempo para contener la epidemia en su lugar de origen– fueron censurados, vilipendiados y encarcelados por el totalitarismo encabezado por Xi Jinping. Se negó la realidad en nombre de “la armonía social”. El régimen totalitario dijo a la población que “difundían rumores falsos” quienes advertían a tiempo –desde noviembre y diciembre– y luego fomentó celebraciones del año nuevo chino. Por transmitir la verdad sobre la epidemia, detienen al periodista independiente Li Zuehua el 26 de febrero. El partido y el Estado afirmaban que no se podía contagiar de persona a persona, forzando a no tomar precauciones en los servicios sanitarios. Eso mató al médico Li Wenliang, quien a más gente logró informar del peligro en las redes sociales de internet chinas, antes de ser censurado, arrestado y vilipendiado.
Estado liberal y estados de emergencia
Un hecho materialmente indiscutible es que las sociedades con Estados sobredimensionados y por ello sobreexigidos desde antes de la emergencia, estarán materialmente peor preparadas para enfrentarla en tres aspectos:
- sus Estados elefantiásicos y omnipresentes deberán frenar gran parte de sus funciones, de las que depende materialmente buena parte de la población empleada directamente e indirectamente por el Estado, al tiempo que reorientan sus dispersos y mal controlados recursos hacia lo que la emergencia realmente requiera. Fue una pérdida de tiempo y desperdicio de esfuerzo que cuesta vidas;
- mientras mayor porcentaje del PIB gasta un Estado, menos recursos ahorran e invierten personas y empresas, y en peor condición material están los ciudadanos en particular y la sociedad civil en general para enfrentar la emergencia (y la recesión que seguirá);
- y lo más importante, esos Estados gobiernan sobre lo que crearon mediante el prolongado adoctrinamiento –abierto o sutil– las poblaciones moralmente peor preparadas para la adversidad.
Es difícil que enfrenten una pandemia como adultos quienes fueron adoctrinados por generaciones en la dependencia del Estado y la renuncia a la responsabilidad individual, los que por generaciones creyeron que el Estado sería la única fuente de su ilusoria seguridad y olvidaron que hay adversidades inevitables. Hablamos de los hasta ayer exigían su “derecho” a una infancia eterna y un Estado que los protegiera de todas las adversidades de la vida, y de la posibilidad misma de sentir angustia. Para colmo, adoctrinados para creer en apocalípticos peligros inexistentes o sobredimensionados. Esos son los que hoy chocan con un peligro real, sin capacidad material, emocional y moral para enfrentarlo.