En aquellas sociedades que alcanzaron un cierto grado de desarrollo ético, destruir los valores que lo hicieron posible no es cosa que se haga de un día para el otro. Sin embargo, no debemos perder de vista que mientras lo primero es un proceso laborioso que involucra a varias generaciones, su pérdida se puede hacer de modo relativamente rápido.
Para que los “apósteles” de los antivalores tengan éxito en su empresa demoledora —cuyo resultado final es el infierno sobre esta tierra, llámese nazismo, comunismo o ese híbrido que es el castrochavismo— alcanza con que la gente no los frene a tiempo. En aquellos lugares donde las condiciones de vida, materiales y espirituales se han tornado intolerables, las personas huyen despavoridas, arriesgando incluso su propia vida y la de sus seres queridos.
Sin embargo, no es raro que durante el largo proceso que condujo a esa lamentable situación, los ciudadanos hayan sido indiferentes e incluso, festejado ciertas acciones de esos “apóstoles”.
El pastor luterano alemán Martin Niemöller, testigo del ascenso del nazismo, escribió un memorable poema describiendo cómo es que se llega a la tragedia que envolvió a su país:
“Primero vinieron a buscar a los comunistas y no dije nada porque yo no era comunista,
luego vinieron por los judíos y guardé silencio porque yo no era judío,
luego vinieron por los sindicalistas y no protesté porque yo no era sindicalista,
luego vinieron por los católicos y no dije nada porque yo era protestante.
cuando finalmente vinieron por mí, ya no quedaba nadie que pudiera defenderme”.
En forma análoga, en diversas regiones de nuestra América se están viviendo situaciones terribles por no haber frenado a tiempo a los arcángeles de la devastación y denigración de los sujetos.
Uno de esos arcángeles, con influencia mundial, es el expresidente uruguayo José “Pepe” Mujica. Paulatinamente pero sin pausa, está destruyendo el tejido moral —sustrato de las instituciones— que tradicionalmente caracterizó a la sociedad uruguaya. Una ética que permitió la convivencia pacífica entre diferentes sectores sociales. Una, que se caracterizaba por el trato respetuoso hacia los demás.
Se ha construido una imagen de “bonhomía” de Mujica. Pero es apariencia, como bien lo saben aquellos que han sufrido en carne propia su actitud despectiva. Maltrata de palabra a los que no lo adulan, piensan diferente a él o se gana la vida mediante un trabajo honesto. Menosprecia a quienes no se dejan intimidar por él. Divide a la sociedad, originando una “griet”” que será cada vez más difícil de revertir.
Se sabe que quienes están en las más altas posiciones dentro de una nación —especialmente los presidentes— deben tener una conducta irreprochable dado que son tomados como ejemplo por muchos individuos. Un gobernante respetuoso en el trato hacia los demás, fomentará ese tipo de comportamiento; y lo mismo ocurre en sentido opuesto. Es decir, ejerce gran influencia sobre los demás.
Un primer hito en su trayectoria de actitud despectiva hacia sus congéneres, tuvo lugar en 2003.
Como los uruguayos recordarán, en 2003, el trato entre los periodistas y sus entrevistados era sumamente respetuoso. Había ciertas reglas que se acataban estrictamente, que eran las que permitían que se discutiera con altura.
En ese entonces, Néber Araújo era el periodista más prestigioso del medio local. Se había granjeada su buena fama a través de un trabajo riguroso. Especialmente atractivos eran sus programas políticos, como Agenda Confidencial. Araújo se caracterizaba por su sobriedad comunicativa, su capacidad para hacer preguntas incómodas para el entrevistado en un clima de absoluto respeto.
En 2003 Mujica era senador de la República. Fue invitado a participar en Agenda Confidencial, uno de los programas con mayor audiencia. Néber recuerda que cuando “me preparé para esa entrevista tenía en cuenta que la táctica de Mujica, cuando estaba apretado, era tratar de descalificar al periodista. Lo había hecho antes y lo siguió haciendo después, y ahora con sus adversarios políticos también. Me preparé para una eventual situación de esas”, como efectivamente ocurrió. Ante una pregunta que puso a Mujica en aprietos, le espetó a Néber un ácido: “no se haga el nabo”.
Néber señala que “cuando me lo dijo pensé que si le respondía ‘usted es un viejo coprófago’, como había pensado, estaría a su altura. Un periodista no debe perder la perspectiva de que, tratándose de un político, representa a una porción de nuestra soberanía que lo votó. Y yo debía respetar a esa porción de la soberanía, aunque él no fuera consciente de la responsabilidad que tiene por representarla y de cómo debe dirigirse a los otros, a las individualidades”.
En aquel entonces, pocos —incluso colegas— salieron en defensa de Néber porque era de “derecha”, y ellos no eran de “derecha”. Además, como a tantos Mujica les resulta “carismático” o comparten sus ideas de izquierda, han hecho la vista gorda.
Contando con la complicidad o indiferencia de tantos, Mujica va esparciendo un reguero de desprecio, como demuestran los siguientes ejemplos.
Cuando estaba pavimentando el camino para llegar a ser presidente de la República, se presentaba como alguien que había superado su pasado de terrorista, sus odios, resentimientos y deseos de venganza. Esa máscara le granjeó elogios dentro y fuera del país.
Pero se han ido acumulando señales de que no sería tan así. Dividió a los uruguayos entre “cajetillas”(gente con dinero) y “trabajadores”. La connotación es que los primeros no hacen más que disfrutar de riqueza mientras los segundos se rompen el lomo de sol a sol.
Enfáticamente señaló que “acá hay fuerzas sociales. Si se quiere sacar un país productivo, ¿con quién se va a sacar?, ¿con los cajetillas de Pocitos?, ¿se va sacar con los cobradores? Se saca con los canarios (gente del campo) que laburan. Esta es la diferencia y la discuto con Dios”.
En ese entonces pocos salieron a protestar por la forma en que Mujica denigraba a los “cajetillas”, porque no eran “cajetillas”.
Esta dinámica se acelera cada vez más. Mujica exhibe con mayor desparpajo su verdadero sentir hacia sus semejantes. Recientemente en un acto político despreció a los que se ganan la vida mediante un empleo humilde. Sus palabras fueron: “nos va a pasar como a estos muchachos que trabajan en McDonald’s. Ah, tú sos el trabajador del mes, te ponen un cuadrito, ¡ja! Un porvenir bárbaro. No, ¡déjame una parrillada con el gordo de la esquina! ¡Qué me venís con versos!”.
Los izquierdistas no dijeron nada porque quien denigraba a esos trabajadores era un correligionario.
Un dato elocuente es que al tiempo que Mujica desprecia al trabajo honrado, en el documental panegírico que le realizó el cineasta serbio Emir Kustrica —premiado por la Unesco— al recordar sus tiempos de guerrillero proclama: “Es la cosa más linda entrar a un banco con una 45, así, todo el mundo te respeta”.
También es hiriente con los soldados a quienes acaba de definir como “carne con ojos con uniforme”.
Pocos alzaron la voz indignados ante esa brutalidad, porque no eran soldados.
Con sus cantos de sirena, Mujica está guiando al barco de los incautos hacia los arrecifes de la dictadura izquierdista. Incluso les previene que una vez llegado a destino es insensato rebelarse, como les dijo a los pacíficos manifestantes venezolanos cuando era atropellados por las tanquetas chavistas: “No hay que ponerse delante de la tanqueta […] Si usted sale a la calle, se expone”.
Por tanto, les preguntamos a los indiferentes: ¿quién te defenderá a vos cuando sea tu turno?