En el primer día hábil después del fin de semana de Navidad, mientras los argentinos todavía digeríamos el asado, la ensalada rusa y el pan dulce, el Gobierno Nacional anunció el cese en las funciones de Alfonso Prat-Gay como ministro de Hacienda y Finanzas de la nación.
En su lugar irá Nicolás Dujovne, execonomista jefe del Banco Galicia, director de su propia consultora, y columnista económico de medios como La Nación y el canal de televisión TN.
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De acuerdo con la versión oficial, la salida de Prat-Gay responde a cuestiones meramente organizacionales del manejo del equipo de gobierno. Detrás de este lenguaje, sin embargo, podría esconderse la mala relación entre Alfonso Prat-Gay, Marcos Peña y los vicejefes de gabinete Mario Quintana y Gustavo Lopetegui.
De cualquier manera, lo cierto es que a partir de esta semana, Alfonso Prat-Gay no será más el ministro de Hacienda y Finanzas de la nación y que dicha cartera se dividirá en dos Ministerios: Hacienda, por un lado, y Finanzas por el otro.
La gestión de Prat-Gay no fue fácil. Tras doce años de “populismo k” era imposible obtener buenos números para la macroeconomía en el año de la transición. Así es que 2016 termina con una inflación de 37 % anual y una caída del PBI de 2,5 %.
A pesar de ello, el ahora exministro puede colgarse en el pecho varias medallas. En primer lugar, fue el que anunció el fin del “cepo cambiario”, el control de capitales que terminó por sepultar el modelo keynesiano-heterodoxo de Cristina Fernández y Axel Kicillof. Además, fue la cara visible de la salida del default, lanzó un exitoso blanqueo y la economía está lista para crecer en 2017 con menos inflación.
De haber sido por él, habría permanecido más tiempo dentro del Ministerio.
No obstante, a la hora de librar la “madre de todas las batallas”, el Ministerio de Hacienda dejó mucho que desear. El primer anuncio para ordenar la cuestión fiscal (allá por junio) fue extremadamente tímido, proyectando una reducción del déficit excesivamente gradual, lo que despertó las primeras dudas de los inversores.
Para peor, en el proyecto de presupuesto, el gobierno abandonó la primera meta que se había fijado y estableció un sendero más gradual aún para achicar el desequilibrio de las cuentas públicas. A todo esto, el gasto como porcentaje del PBI crecerá en 2016, llevando al déficit a un 7,1 %.
Sobre este tema, Prat-Gay había expresado en su momento que “no hay ningún libro de economía que recomiende bajar el gasto en medio de una recesión” y que “lo que decía Keynes es que cuando la economía está en recesión, y la demanda privada no empuja, es responsabilidad del sector público reemplazar esa demanda”.
Lo que el exministro no mencionó es que Keynes escribió eso cuando Estados Unidos padecía deflación, el gasto público representaba el 3,4 % del PBI y el presupuesto estaba equilibrado. Es decir, Keynes no aplica al caso argentino, donde la inflación llegó a tocar el 43,5 % anual, el déficit es del 7,1 % del PBI y el gasto supera el 40 %.
Cuando la crisis es producto del exceso de gasto, la solución no puede ser keynesiana, o de más gasto todavía.
La salida de Prat-Gay es sorpresiva y puede deberse a cuestiones meramente personales. Pero es probable que el cambio implique un giro en términos de política económica.
En su rol de columnista, Nicolás Dujovne, futuro ministro de Hacienda, calificó al déficit fiscal como “la mayor incógnita macroeconómica de la Argentina” y se mostró a favor de resolverlo congelando el gasto público en términos reales y reduciéndolo en comparación con el PBI:
Si el gobierno lograra mantener el gasto congelado en términos reales por los próximos cinco años y la economía creciera 3 % por año, el gasto en relación con el PBI bajaría de 45 % a 39 % en 2021. Y si esa estabilidad del gasto permaneciera por diez años, caería hasta 34 % del PBI en 2026.
En el primer caso, la reducción en el gasto alcanzaría para eliminar todo el déficit fiscal. En el segundo, para eliminar el déficit, bajar las alícuotas de Ganancias, quitar el impuesto a los débitos y créditos y bajar los impuestos al trabajo a la mitad.
Suena lindo pero… ¿será suficiente? ¿Bastará con congelar el gasto en lugar de encontrar la forma de directamente reducirlo? Por último: ¿Llegará esta propuesta a la mesa de decisiones de la política, siempre ávida de gastar más y más?
Nuestro país necesita, al mismo tiempo, achicar el déficit fiscal y reducir la agobiante presión tributaria que pesa sobre los hombros del sector privado formal.
Para alcanzar ambos objetivos no queda otra que reducir el gasto público.
Si Nicolás Dujovne llega al Ministerio a realizar esa labor, bienvenido sea. Pero si no lo hace, o no puede hacerlo, entonces estaremos simplemente ante un cambio de caras, sin grandes modificaciones de fondo.