EnglishLa pertenencia a una sociedad moderna exige de parte de sus miembros el involucramiento en actividades adicionales a las de la simple interacción con sus semejantes y más allá de su entorno más cercano, el familiar.
Una de ellas es la de la participación en las decisiones políticas, que no son otra cosa sino la búsqueda de la resolución de problemas que requieren de la acción colectiva. Esta exigencia no es explícita, sino que está relacionada con el sentido de pertenencia a ese grupo social. Al ser tan importante este tipo de participación, ¿debiera el Estado, en su capacidad coactiva, obligar esa participación?
La respuesta, al parecer, para algunos políticos colombianos es un definitivo sí. La semana pasada, en el marco de los debates parlamentarios que se están adelantando para una reforma política, un grupo de congresistas propuso la idea de convertir el voto en una obligación. Semejante idea fue aprobada en el primero de ocho debates en el Congreso colombiano.
La decisión de un individuo de no acudir a las urnas para expresar explícitamente su voto también es una forma de participación.
A pesar de la importancia de la participación de los individuos en las decisiones políticas en la sociedad en la que viven, la noción del voto obligatorio no solo está equivocada, sino que —para el caso colombiano— se basa en consideraciones equivocadas y solo tendrá como resultado el que las organizaciones estatales continúen en su sistemático proceso de acabar con cualquier libertad individual.
La decisión de un individuo de no acudir a las urnas para expresar explícitamente su voto también es una forma de participación. Poco importa que esta se deba a la falta de cultura política, a una forma de protesta, o incluso a una apatía por el resultado de las elecciones. El punto relevante es que en una sociedad libre, el individuo puede tomar parte en las decisiones colectivas o no. En una sociedad libre, el individuo no vive en función del Estado, sino de sus particulares intereses, deseos, expectativas y gustos.
Por esto, la noción del voto obligatorio está equivocada; ella lleva implícita la visión según la cual los individuos deben tener como principal preocupación la resolución de problemas que requieran de la acción colectiva. Y esto, sin lugar a dudas, es completamente falso.
Además, en Colombia la propuesta se ha justificado de la peor manera. Primero, sus impulsores Viviane Morales y Horacio Serpa, entre otros, representan lo peor de la tradicional clase política y del estatismo.
La medida, en el fondo, es la forma más fácil a través de la cual el Gobierno nacional y sus amigos de la coalición podrán hacer que sean aprobados en referendo los acuerdos que se alcancen en la mesa de negociación de La Habana.
Segundo, se ha hecho referencia al caso de otros países latinoamericanos como Ecuador o Argentina en los que se adoptó esta decisión en el pasado. El problema está en que la principal característica de estos ejemplos no es, precisamente, la de ser países libres.
Tercero, se ha afirmado que el líder populista de mediados del siglo XX Jorge Eliécer Gaitán defendía esta alternativa. No obstante, para cualquiera que haya leído, así sea uno de sus discursos, reconocerá que este personaje fue uno de los que logró integrar, de manera impecable, tanto las tendencias fascistas como comunistas del estatismo.
Cuarto, se ha mencionado que la medida está encaminada a la disminución de prácticas corruptas, como la compra-venta de votos. Pero, ¿cómo se puede pensar tal cosa, si al forzar a las personas que no han querido votar no se altera el hecho que estas ya no lo hacen apatía, desinterés o desconocimiento? ¿Cómo se cree que obligar a todos a votar se eliminan los incentivos para la compra–venta?
Quinto, la medida, en el fondo, es la forma más fácil a través de la cual el Gobierno nacional y sus amigos de la coalición podrán hacer que sean aprobados en referendo los acuerdos que se alcancen en la mesa de negociación de La Habana. Así, se llevarán a votación sin hacer ningún esfuerzo ni para publicitarlos, ni para que sean comprendidos, ni para debatir, ni para convencer.
El voto obligatorio no sirve para incrementar la cultura política, ni para generar más interés en los asuntos públicos que tanto nos afectan.
En consecuencia, la mencionada iniciativa es una afrenta más a la incipiente construcción de una sociedad libre en Colombia. Es una amenaza impulsada, como la mayoría, desde los políticos. Es una amenaza cuyo origen se encuentra, además de en fríos cálculos electorales, en una obsesión con la democracia de cualquier tipo, menos la liberal que respeta al individuo.
El voto obligatorio no sirve para incrementar la cultura política, ni para generar más interés en los asuntos públicos que tanto nos afectan. Esto se obtiene solo si los individuos perciben que el Estado está a su servicio y que cumple con las funciones para las cuales fue creado. El interés por participar y el sentido de pertenencia no se pueden crear por decreto.
Es lamentable que una vez más el Gobierno colombiano y los políticos de turno demuestren su desprecio por la libertad de los ciudadanos y decidan imponer sus intereses puntuales, sacrificando con ello la capacidad de decisión individual no solo en términos de qué elegir, sino de cuáles prioridades tener.