Hasta ahora el debate acerca de la salida del Reino Unido de la Unión Europea (Brexit) se ha concentrado en las razones de la decisión y en el futuro inmediato. El problema es que la evidencia no es suficiente para apoyar de manera contundente ninguna de las visiones.
No sabemos de manera contundente cuáles son las razones que tuvieron aquellos que apoyaron la salida. Esta decisión pudo deberse a que los ciudadanos quieren que su país tenga un destino sin las limitaciones de Bruselas o a que quieren aislarse del resto del mundo y adoptar posturas xenófobas.
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Algunos se han concentrado en la “demografía” de la elección. Que la decisión demuestra una ruptura entre aquéllos con mayor educación (que votaron en contra de la salida) y los de menor educación (en favor). Que la decisión demuestra una ruptura entre los más jóvenes (en contra de la salida) y los más viejos (a favor). Aunque el ejercicio de mirar quiénes votaron por cuál opción sea interesante desde el punto de vista de los datos, no nos dice mucho desde el punto de vista analítico.
Para hacerlo, es necesario introducir juicios de valor que no necesariamente son reales. ¿Quién tiene la razón? ¿Quién tiene mayor legitimidad? ¿Los jóvenes o los viejos? ¿Los ciudadanos urbanos o los rurales? ¿Los más o los menos educados? Como se ve, la respuesta a estas preguntas requiere de juicios de valor que, por serlo, evitan que haya una comprensión real del fenómeno. A lo sumo, la descripción de la demografía de la elección es eso: una descripción.
Lo interesante es reconocer que, en los agregados, existen tendencias que reflejan las ideas sobre las cuáles se construye la forma como individuos, que pueden agruparse en diferentes grupos, ven los fenómenos sociales. Así, por ejemplo, podría decirse que los más jóvenes y los más educados creen que la Unión Europea les genera beneficios.
De esta manera, lo importante de esta elección, como cualquier otra, refleja el estado de las ideas imperantes.
Y las ideas imperantes también explican los fenómenos que desencadenó la decisión. Que las bolsas del mundo estén cayendo o que la libre esterlina y el euro se estén depreciando no quiere decir que la decisión tomada esté equivocada o que sus consecuencias vayan a ser funestas. Lo único que reflejan estos hechos es que los inversionistas creen que así será.
Pero es una cuestión de ideas y no de realidades. Por eso, es importante ver cómo, en el plano de las ideas, el Brexit afectará en el futuro.
No es automático que la eventual salida del Reino Unido vaya a mejorar las condiciones económicas, sociales y políticas de este país o que las vaya a empeorar. Eso dependerá de las decisiones que se tomen en el futuro. Si este país decide cerrarse al comercio internacional e incrementar los controles a la inmigración, los efectos serán negativos.
Así, sin quedarnos en lo superficial y que poco podemos analizar, como las causas de la votación, su demografía o los efectos futuros, ¿cómo podemos interpretar este hecho?
Tal vez lo más importante del Brexit sea que, por primera vez en muchos años, tenemos la posibilidad de enfrentar las ideas imperantes frente a la realidad.
La decisión es un golpe a la idea, proteccionista y facilista de los estados, según la cual solo a través de la integración – que no es sino un punto intermedio, mediocre, en el continuum entre libre comercio y autarquía, se pueden alcanzar objetivos como la paz entre Estados o el crecimiento económico.
La salida del Reino Unido también cuestiona la idea según la cual la integración solo se puede hacer a través de la creación de pesadas e intervencionistas burocracias supranacionales. Vamos a ver si en realidad el Reino Unido deja de comerciar con la Europa continental, como piensan algunos, o si deja de haber intercambios políticos y sociales, como hasta ahora.
En el fondo, que el Reino Unido abandone la UE pone en perspectiva la idea de que los cambios, cuando existen anclajes, son imposibles o indeseables. La pertenencia al proceso de integración más avanzado del mundo es un anclaje. Las caídas de las bolsas demuestran que decidir dejar de pertenecer se considera como algo indeseable o peligroso. Pero vamos a ver. Si se toman las decisiones correctas, el cambio no tiene por qué ser negativo.
Si la decisión que tomó un poco más de la mitad de los británicos que decidió salir a votar se complementa con decisiones futuras adecuadas, podremos comenzar a cuestionar otras ideas ancladas como la de la necesidad de la existencia de bancos centrales o la de la supuesta necesidad del control económico por parte del Estado.
Es normal que los cambios abruptos generen temor. Pero en muchos casos, estos cambios pueden ser positivos en el largo plazo. El Reino Unido tiene experiencia en esto. Ojalá esta ocasión sea un hito adicional.