El pasado 9 de abril, se conmemoró en Colombia 69 años del “Bogotazo”. Este es el nombre que reciben los desórdenes violentos que, destruyeron una parte importante de Bogotá, Colombia, como resultado del asesinato del líder político Jorge Eliécer Gaitán. De esta muerte, mucho se ha especulado: quién lo asesinó o si ésta fue la causa del conflicto armado.
Más que las especulaciones, Gaitán fue convertido en un mártir. Cómo será el mito creado en torno a este personaje que el día de su muerte fue decretado el día de las víctimas.
¿A qué se debe esa imagen de héroe/mártir? Como tantos otros casos en América Latina, incluido el del actual Pepe Mujica, en estos países se cuenta la historia de manera selectiva. El requisito principal para convertirse en héroe —si no que lo diga Mujica— es saber hacer discursos y afirmar hasta el cansancio estar del lado de los más desfavorecidos, de los más pobres. Así no sea cierto.
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Con eso, los encargados de construir las imágenes en la región, los formadores de opinión —una mezcla de medios de comunicación, intelectuales, académicos (la mayoría de izquierda), políticos y algunos otros ciudadanos— tienen suficiente para edificar héroes falsos.
Pero lo que más reflejan es su propia visión —tan equivocada—de lo que es el Estado y el político, y sus propias falencias como formadores de opinión.
Dentro de las falencias la más grave es la rigurosidad. Se quedan con el discurso superficial, así como con el de Mujica, pero no profundizan en las implicaciones de lo que se dice. Se ensalzan, aún hoy, los discursos de Gaitán pero no se reconoce que en ellos, a pesar de su retórica en favor de los más desfavorecidos, en realidad solo se refleja el desprecio por ellos y un reprochable sentimiento de superioridad, tal como se deja en evidencia, si se lee con atención, en uno de los muchos retratos que se le han hecho.
Gaitán fue un líder que le hablaba a los más pobres como si fueran niños, como si fueran incapaces y como si sus prácticas fueran despreciables: ¡hasta cómo vestirse y bañarse eran recomendaciones poco amables que incluía en sus discursos!
Pero, bueno, se podría no ser tan críticos con esa superficialidad de los formadores de opinión en Colombia, en particular, y sus réplicas en la región. Esa falta de rigurosidad podría ser una de las principales causas de por qué la región no contribuye, en casi nada, al conocimiento y a la ciencia.
Sin embargo, la cosa no queda solo ahí. Esa falencia es reflejo de algo más grave que no solo afecta el que no tengamos premios Nobel o que no produzcamos aportes interesantes en casi ninguna disciplina. Tiene que ver con el cómo entendemos el papel del Estado y de los políticos.
Gaitán es tal vez uno de los personajes más estatistas en la historia de la política colombiana. Coqueteó con la derecha fascista, así como los Perones argentinos y aún hoy los chavistas venezolanos, y era un auto-declarado seguidor de las doctrinas de la izquierda comunista. Ponía en duda hasta la persistencia de la propiedad privada al considerar que sus límites y usos debían tener consideraciones sociales, colectivas.
Como si fuera poco, Gaitán criticaba el ejercicio del poder político cuando no fuera él quién lo manejara. Se consideró como el único capaz, mental y moralmente, de ejercer el poder sin corrupción y de manera efectiva. Pero ni lo uno ni lo otro: así lo demostró en su corto paso por la Alcaldía de Bogotá.
A pesar de su fracaso ejecutando, siguió criticando muy fuertemente a quiénes pasaban por el poder…siempre y cuando no fueran él. Pero esto no le impidió hacer alianzas con quien fuera para tratar de conseguir la presidencia de Colombia. Tampoco le impidió utilizar la retórica de clases sociales y plantearse como un enemigo de las élites, siendo que así no hubiera nacido como parte de ellas, por sus estudios y los cargos que ocupó fue un ejemplo de movilidad social en un periodo en el que esto era casi impensable en un país como Colombia.
Hay que analizar a Gaitán, el hombre y no la imagen que se ha creado y mantenido hasta hoy. Ojalá hubiera llegado a la presidencia del país. Seguramente nos hubiéramos ahorrado tantos mitos y falsedades. Es posible que hubiéramos descubierto el fracaso de sus ideas y no tendríamos que debatir con esos formadores de opiniones las mismas ideas equivocadas una y otra vez.
O, tal vez, como lo demuestran los casos de Chávez, Maduro, Mujica, Kirchner, Perón, Trujillo, Árbenz, Allende y los muchos otros miles de héroes falsos que se han construido, seguiríamos insistiendo en darle oportunidad a las ideas equivocadas. En América Latina no nos hemos atrevido a reconocer que el problema está en las ideas y no en quien las lleve a cabo.