
Vuelve a discutirse la situación venezolana en la Organización de Estados Americanos – OEA. El gobierno de Nicolás Maduro está obsesionado por evitar que pase una resolución de condena a su dictadura.
En el momento de escribir está líneas no se sabe aún si los esfuerzos del sátrapa rendirán fruto o si al fin habrá una declaración contundente en contra de este gobierno. Más allá del resultado, sin embargo, este hecho sirve de excusa para observar el papel de organizaciones que, como la OEA y Naciones Unidas, tienden a ser vistas con exceso de desconfianza o de esperanza, según la posición ideológica del observador.
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Tiendo a considerar que este tipo de organizaciones son escenarios de encuentro para los Estados y que, por esa vía, facilitan la consolidación de relaciones pacíficas entre las naciones. Pero considero que asignarles funciones adicionales puede ser hasta contraproducente.
Espacios de encuentro para gobernantes es algo positivo porque las relaciones entre Estados son en realidad entre individuos y esos individuos, como cualquier otro, mejora sus percepciones y expectativas cuando tiene intercambios cara a cara con otros seres humanos, en lugar de considerarlos, en abstracto, parte de un grupo, de una nación o de un país. Sobre otras funciones, así como un Estado no puede solucionar problemas como el de la pobreza o de la discriminación, mucho menos puede hacerlo una organización internacional.
Y no es solo que no pueda por la difícil supervisión en la puesta en marcha de los programas que para ello se formulen o por las consecuencias anticipadas y no anticipadas que esos programas desencadenen.
El principal problema está en la naturaleza de esas organizaciones. Su carácter de burocracias internacionales hace que sean proclives a tener dificultades en el cumplimiento de sus funciones y en los incentivos para realmente estar interesados en solucionar lo que supuestamente deben solucionar.
De igual manera, estas organizaciones generan incentivos perversos en la acción estatal. Por ejemplo, uno de los peores incentivos, del Fondo Monetario Internacional – aunque por esta razón casi nunca es criticado – es que puede disminuirles a los gobiernos la necesidad de tener comportamientos macroeconómicos responsables. Ante una situación de crisis, los gobernantes saben que pueden acudir al Fondo; que si este no los rescata, pueden culparlo por su indolencia; y cuando los rescata, pueden criticar las condiciones que “les imponen”. Es más, en el momento mismo de la crisis, se pueden exteriorzar las culpas: la crisis fue causada por el Fondo, por las políticas que promueve o defiende, sean las que sean.
Además, como es evidente en el caso de lo que sea que pase en esta Asamblea de la OEA, las decisiones que se toman son políticas. A nadie le interesa en realidad lo injustificable de un régimen como el venezolano y su impacto en las vidas de millones de seres humanos. Lo que interesa es el cálculo político y la habilidad.
El juego es de votaciones, de conseguir los votos necesarios y de hacerlo a través de esfuerzos diplomáticos y hasta del chantaje, económico o de cualquier tipo. Eso no sucede solamente en la OEA. Todas las organizaciones internacionales presentan las mismas características. ¡Escuela de la elección pública en acción!
En el fondo, el hecho de que estas organizaciones sean creadas por Estados y para Estados les genera dos problemas adicionales. De un lado, son altamente estatistas. En su burocracia, decisiones y acciones no existen sino los estados. Del otro, son promotoras del estatismo. Para cualquier problema, como resultado de su visión estado-céntrica, la respuesta inmediata de estas organizaciones es acudir a los estados y exigir más acción estatal. Todos los temas se abordan desde una perspectiva estatista sin ninguna consideración adicional. Desde el tema del desarrollo, la pobreza, la desigualdad, las migraciones, los derechos humanos, todos son abordados a través de los mismos lentes.
Por todo esto, además de lo que dije antes, consideraba a estas organizaciones incapaces de generar – y de estimular – cambios reales al interior de los países. Creía que su acción, en caso de existir, sería inútil.
Pero había dejado por fuera una variable que aparenta ser determinante. Como lo demuestra el caso de Venezuela, incluso los peores gobiernos, parecen estar interesados en mantener una reputación positiva en el ámbito internacional. No existe otra explicación para el afán del gobierno de Maduro por impedir una votación que, en realidad, no tiene impacto “real” y, mucho menos, emanada de una organización que hasta hace muy poco era considerada irrelevante.
Las organizaciones internacionales tienen muchos problemas y son causantes de muchos otros en las dinámicas internacionales, pero posiblemente han servido como límite a un, de otra manera ilimitado, estatismo que, al fin y al cabo, es una característica de la forma como se institucionalizó el ejercicio del poder, en todos los niveles, desde hace muchos siglos.
Paradójicamente, las organizaciones intergubernamentales, estatistas por excelencia, parecen servir como un freno a este por medio de su impacto en una fuente de autoridad – ¿de poder? – no objetivo como es la reputación.