La semana pasada, un reconocido caricaturista colombiano denunció que unas supuestas amenazas de muerte en redes. Uno de los emisores de aquéllas, Ariel Ortega, es una excusa para observar, en un individuo, los efectos de una sociedad politizada.
El señor Ortega parece ser un personaje sin mayores ambiciones personales que vivir –morir y hasta matar, si es posible– por el partido al que pertenece. Más exactamente, por los líderes políticos a los que apoya. En un apartado del artículo en el que se hace un perfil de este señor, se señala que luego de haber perdido su candidato hace algunos años, Ortega quedó muy afectado.
¿Cómo alguien puede quedar afectado por la victoria o la derrota de un candidato? Eso demuestra tener un gran vacío en las demás dimensiones de su vida. Este vacío, claro está, no está limitado a estos fanáticos políticos, sino que también se refleja en esos personajes que, habiendo abandonado la complejidad de sus vidas, viven, sufren y se emocionan por las victorias o derrotas de un equipo deportivo o por un artista.
El problema es que, a diferencia del deporte o de la farándula, la política, al tener un alcance general en toda sociedad, y debido a que, como resultado de esta misma causa, se considere que existen muchos asuntos, cada vez más, que se deben solucionar por la vía política, el fanatismo en este ámbito puede tener mayores efectos perversos.
El fanático de marras fue expulsado del grupo político al que tanto ama, adquirió la (in)fama porque su obsesión lo lleva a odiar a los contrarios, no tiene éxito ni profesional ni económico…en fin, una vida lamentable para cualquier individuo que tenga ambiciones más allá de sus visiones políticas.
El punto es que parece ser que los impulsos gregarios de los humanos nos impulsan a buscar pertenecer a grupos sociales. Esto forma nuestra identidad. Pero también existen personalidades que hacen que la cuestión no se quede en la formación de quiénes somos a partir de cómo nos ven los demás, sino que creen que solo son en relación con los grupos a los que pertenecen. En este sentido, son personas que abandonan todo interés por su desarrollo individual, por dedicarse a los intereses colectivos a los que pertenecen.
Si para un individuo esto es negativo, en una sociedad los resultados de este proceso que denomino politización pueden ser nefastos. Cuando en una sociedad los individuos valoran más que cualquier otra cosa el ámbito político podría hablarse de politización. Este proceso no es necesariamente reflejado por una mayor participación en los procesos políticos (incluidos los electorales) ni por una mayor confianza en las organizaciones políticas (el Estado, los partidos políticos, los grupos de presión, etc.) sino que tiene que ver con el lugar que los asuntos políticos tienen de manera agregada en una sociedad.
Este fenómeno no es sino la multiplicación por n de los móviles y expresiones de acción de personajes como Ortega: zombies cuya única motivación es la defensa de partidos o de líderes políticos. Al ser esas acciones contradictorias con la vida en sociedad, los efectos no solo son negativos sino nefastos.
Un primer efecto es que en una sociedad así, los individuos no tienen mayor interés de promover mejoras en productividad: dedicarse a los temas políticos y su discusión es algo altamente improductivo, pero requiere de tiempo que se les quita a otras actividades que podrían generar impactos positivos para los demás.
Un segundo efecto es que problemas tradicionales, como el de la discriminación, se perpetúan en una sociedad altamente politizada. La inclusión de minorías no se hace por la virtuosidad de líderes de así lo exijan, ni porque un día los ciudadanos amanecen siendo mejores seres humanos y deciden olvidar las diferencias, sino porque las diferencias dejan de ser importantes en comparación con otras variables. Esto solo sucede en sociedades en donde predomine la impersonalidad. Pero el carácter impersonal de una sociedad solo es resultado del ámbito del mercado, único escenario en el que los intercambios se dan no por quién se es sino por razones de necesidad e interdependencia.
En una sociedad politizada es imposible hacer esto: la política funciona categorizando a los individuos en grupos específicos y en la profundización de las diferencias entre esos grupos. Cuando la política es tan relevante, la individualidad se abandona en favor del grupo. Esto no solo impide la disminución de problemas como la discriminación sino su profundización.
Como tercer efecto, y relacionado con los anteriores, en una sociedad politizada solo se pueden profundizar los odios y las contradicciones. Las contradicciones porque de eso viven los grupos políticos. Los odios porque, como demuestra el caso de Ortega, el contrario deja de ser un individuo que piensa diferente para convertirse en un enemigo al que se debe eliminar.
Un cuarto efecto es que, en general, se genera una sociedad de individuos irresponsables. La política es tan importante que se considera que a través de ella todo se puede –y se debe solucionar. Por ello, los individuos comienzan a considerar que todos los problemas son culpa de sus enemigos y la forma de solucionarlos es, no solo eliminarlos, sino que esto lo pueden hacer los líderes políticos. Es un proceso de externalización de responsabilidades y de culpas.
Un último efecto es que a la larga se obtiene una sociedad altamente atomizada. No individualista: atomizada. El exceso de politización genera todo lo contrario de lo que se busca en primer lugar: se eliminan las posibilidades de cooperación y ésta es reemplazada por el afán de cada individuo de rapar lo que pueda de los demás a través de la manipulación estatal.
Colombia ha sido una sociedad altamente politizada y, al parecer, las elecciones que se avecinan no son la excepción. Ojalá algún día los ciudadanos se dieran cuenta que lo que importa es sus vidas y no la obra de teatro que es la política ni lo que sucede con los actores, los líderes políticos. Pero es más fácil creer que eso es importante. Así, no se tiene que enfrentar la responsabilidad de llevar una vida real.