
Una reciente noticia no ha recibido la atención que se merece. O, por lo menos, no por las razones adecuadas. Después de haber sido una de las pioneras y de mantenerse por más de un siglo, la empresa General Electric (GE) salió del índice Dow Jones Industrial Average, que incluye en su medición los precios de las acciones de las treinta empresas industriales más importantes de los Estados Unidos. Es decir, GE dejó de estar en este selecto grupo después de más de cien años de haber pertenecido a él.
El anuncio mereció atención mediática como un reporte más de lo que sucede en el mundo financiero. Algunos, incluso, la presentaron como una noticia que demuestra la profunda crisis por la que atraviesa ese complejo industrial. Otros, seguramente, aprovecharán el hecho para criticar al capitalismo o generar alarma sobre la economía actual.
Ni la atención debida ni por las razones adecuadas. En general, las noticias relacionadas con el mundo empresarial merecen unas pocas reseñas en los medios masivos de comunicación y unos análisis densos, llenos de especulaciones y datos – muchas veces irrelevantes, destinados al público especializado. No obstante, en todos los casos persiste un profundo desconocimiento de la dinámica empresarial y de su importancia social.
Las empresas se convierten en noticia es para mantener la narrativa que se ha construido en torno a ellas y para corroborar la percepción generalizada como máquinas de explotación o de destrucción. Por ello, las únicas noticias que “venden” son aquéllas en las que hay violaciones a los derechos de los trabajadores, participación de empresas en conflictos armados o en corrupción, responsabilidad en graves afectaciones al medio ambiente y casos similares.
Como si la actividad empresarial se redujera a eso, a ser una molestia, un problema para la sociedad. Pero lo dicho: estas son las noticias que venden porque eso es lo que parecen creer las mayorías.
En una actitud casi paternalista, las únicas que se salvan de esa imagen son las empresas pequeñas. A estas unidades tampoco se les reconoce su importancia ni se entiende su dinámica: se les trata como si fueran incapaces, como si requirieran de tratamiento especial y no de un entorno favorable a su crecimiento, en competencia.
Por lo anterior, aún en países como Colombia, muchos aún creen que las empresas “deben” pagar más impuestos, con el fin de reducir las “injusticias sociales” y que éstas tasas deben depender del tamaño de las compañías: entre más grandes, es decir, más exitosas, más impuestos deben pagar.
La lógica detrás de estas propuestas es cercana a la de la existencia de las actividades de la mal llamada responsabilidad social empresarial: supuestamente las empresas deben devolverle a la sociedad algo que aparentemente le han quitado.
Mero desconocimiento
Refleja desconocimiento porque esas visiones parten de no reconocer lo que es la actividad empresarial, en qué consiste y cómo se lleva a cabo. Se asume que las empresas “nacen” exitosas o que siempre lo serán. Esto es resultado, tal vez, de la aproximación mecanicista, walrasiana de la economía, que se caracteriza por no explicar lo importante de las actividades económicas (la formación de precios o la acción humana en incertidumbre, por ejemplo), sino que éstos se asumen como parámetros y se prefiere asumir la existencia de estados inexistentes (por lo inalcanzables), como el del equilibrio.
En esta visión, no se puede explicar el porqué de las ganancias o pérdidas de las compañías y las diferencias entre ellas. Tampoco se reconoce la importancia, la centralidad en la acción empresarial, de la toma de decisiones de unos individuos en un periodo para comprobar la validez de sus anticipaciones en un periodo futuro. Desconoce esta visión, entonces, el componente de apuesta, de especulación, inherente en la acción empresarial, así como en la mayoría de acciones humanas, como muy bien demostró Ludwig von Mises.
Al haberse difundido la creencia de que lo importante de la economía es la búsqueda ya sea del equilibrio de los mercados, ya sea de la competencia perfecta, se abrió la puerta a la justificación de ideas equivocadas como la de precios justos, injusticia social y/o la obsesión por la desigualdad material, dejando de lado la de la pobreza. De estos conceptos fue fácil pasar a la intervención estatal, afectando, incluso a los motores de la creación de riqueza, las empresas, con regulaciones, prohibiciones y cargas tributarias.
Claro que tal vez los menos molestos fueron los empresarios mismos. No hay que confundir su importancia (la actividad empresarial) con sus intereses inmediatos: a pesar de las regulaciones, prohibiciones y cargas, las empresas reciben también protección y recursos por parte del Estado. Así, dejaron de concentrarse en la ardua competencia en el mercado para extraer recursos por decisión política: es decir, rentas.
Sin embargo, un caso como el de GE de la semana pasada debería llevar a reconocer todo lo mencionado. La actividad empresarial merece ser reivindicada. Así podremos entender que es falso que las empresas, así sean multinacionales, tienen poder o que, por ser grandes y exitosas, existirán siempre como por inercia. Las empresas se deben a los consumidores, cuando actúan en competencia, sin ayuda o intervención del Estado. Por ello, les importa tanto la reputación, como demuestra el caso reciente de la desaparición anunciada por Bayer de la marca Monsanto.
Además, no solo se deben, están subordinadas a los consumidores, sino que toman sus decisiones en situación de incertidumbre y con el limitado conocimiento e información de los individuos que las crean y dirigen. Esto nos llevaría a entender que esas decisiones pueden ser equivocadas, que se cometen errores y que nunca dejan de tomarse, así pasen siglos. La cuestión es siempre dinámica, nunca estática.
Reconocer lo anterior, les quita las imágenes, ambas románticas, de ángeles o demonios. Las empresas son necesarias, entre otras, porque representan la organización para la actuación en el mercado (máxima expresión de la cooperación entre individuos). Pero también son contextuales: resultan de las reglas del juego de la sociedad en las que son creadas y dependen de las decisiones que toman los individuos.
La noticia de GE demuestra la dinámica del mercado, el que nunca está garantizado el éxito y la capacidad de cambio que solo en este proceso se genera.