¿La prosperidad de una nación es una función de las virtudes sociales de su pueblo? De ser así, ¿cuáles serían las virtudes sociales que promueven el desarrollo económico?
En 1989 el politólogo Francis Fukuyama publicó un ensayo titulado “¿El fin de la historia?”. Su argumento central fue que con el colapso del comunismo la democracia liberal quedaba como la única forma de gobierno compatible con la modernidad socioeconómica.
Para desarrollar este artículo me baso en su libro Trust (confianza), para argumentar que el futuro económico de Cuba requiere terminar con una cultura de desconfianza.
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Cuando yo estudiaba economía internacional en los 1960 las explicaciones ofrecidas sobre la prosperidad económica de una nación se movían por las líneas de la geografía, clima, fertilidad del suelo, dotación de recursos, cultura, religión, ética de trabajo, y más. Las virtudes sociales, como la confianza, no se estudiaban.
Hoy se entiende que instituciones políticas y económicas libres requieren una sociedad civil independiente y dinámica, que depende de los hábitos y ética de las personas. Aparte de las habilidades y conocimientos, el capital social de una nación tiene que ver con la habilidad de las personas para interrelacionarse y confiar en los demás.
En sociedades con oportunidades limitadas para asociaciones libres y voluntarias, como Cuba, las personas no pueden desarrollar las bases para confiar en los demás. Quienes no confían en los demás cooperarán solo a regañadientes bajo sistemas ineficientes de regulaciones formales impuestas coercitivamente.
En las antiguas sociedades comunistas hábitos como la excesiva dependencia del Estado, la incapacidad de comprometerse, o la aversión a cooperar voluntariamente, han contribuido a retrasar el crecimiento de las economías de mercado y la consolidación de la democracia.
En nuestro hemisferio, en Cuba y en Venezuela, virtualmente no existen grupos sociales independientes entre la familia y el Estado. En esas sociedades las obligaciones morales y los lazos sociales tienden a restringirse a la familia. Fuera de la familia inmediata las personas no confían en los demás ni experimentan un sentimiento de responsabilidad hacia otros.
En la América Latina democrática los negocios tienden a ser de propiedad familiar y de una relativamente pequeña escala comercial. Existe un rechazo cultural a buscar fuera del círculo familiar y traer para cargos elevados a mánagers profesionales en los que no se confía.
Bajos niveles de confianza resultan también en bajos niveles de lo que Fukuyama llama “civismo espontáneo”. Este se mide en cosas como la proclividad de las personas a maltratar áreas comunes, o a mantener limpios los espacios públicos.
Las sociedades dominadas por desconfianza social generalizada se caracterizan también por una actitud casi esquizofrénica, donde las personas desconfían del gobierno, pero simultáneamente creen que es necesario un gobierno fuerte para controlar a sus conciudadanos. Esas manifestaciones son evidentes en América Latina.
La confianza y valores similares, como decir la verdad, incrementan la eficiencia de los sistemas económicos. Los sistemas de libre mercado requieren fundamentos legales como instrumentos comerciales, contractuales y garantías a la propiedad privada, donde la confianza funciona como lubricante del sistema social.
Fukuyama argumenta que todo tiene que ver con las instituciones. Cuando me señalan que los cubanoamericanos han sido muy exitosos en Estados Unidos, yo destaco que sí, lo hemos sido, pero valiéndonos de instituciones prestadas de la sociedad americana.
La Cuba poscastro deberá desarrollar sus propias instituciones democráticas y orientadas al mercado. Y, como es evidente en el comunismo, la proliferación de normas institucionales para regular las relaciones sociales engendra disfunción social.
Existe una relación inversa entre reglas y confianza. Mientras más las personas dependen de reglas para regular sus interacciones, menos confían en los demás. La dotación de capital social de una sociedad es crítica para el desarrollo económico. Y seis décadas de reglas totalitarias han agotado las reservas de capital social de Cuba.
Una nación con bajo capital social tendrá mayoritariamente compañías pequeñas e ineficientes, y sufrirá también de corrupción generalizada y administración pública inefectiva. La tragedia es que una vez que el capital social ha sido consumido tomará generaciones reponerlo con una cultura de “civismo espontáneo” y responsabilidad personal.
El popular eslogan “No Castro, No Problem” es solo parcialmente correcto. También será necesario terminar con la cultura de desconfianza para lograr la promesa de desarrollo económico.