Cada vez que tengo una discusión con algún defensor de la revolución cubana, termina diciéndome algo como: “en Cuba, por lo menos, los niños no se mueren de hambre como en Colombia”. Bueno, los esclavos no mueren de hambre, a su amo le interesa que vivan y sigan trabajando para él. Sin embargo, ¿quién quiere vivir toda su vida como un esclavo? En Suiza los niños no fallecen por desnutrición pero, contrario a Cuba, en ese país la gente sí es libre. Ese sí es un ejemplo a seguir, no el régimen de esclavitud que algunos se empeñan en defender por más aberrante que sea.
- Lea más: Cuba acusa a EE. UU. de querer seguir perjudicando su economía
- Lea más: Huber Matos y su desencanto con la Revolución Cubana
La revolución cubana fue, sin duda, uno de los hechos más importantes del siglo XX en América Latina. Sobre todo por lo que significó para el socialismo y las ideas de izquierda al animar una vigorosa oleada de proyectos revolucionarios que se fraguaron en casi todos los países de la región: desde Argentina hasta México, Fidel y los barbados de la Sierra Maestra, inspiraron a toda una generación de jóvenes que estaban dispuestos a dejar sus vidas por emprender el camino socialista.
Casi 60 años después es más que evidente que los resultados de la dictadura castrista son lamentables; millones de cubanos debieron exiliarse para salvar sus vidas y su dignidad, miles murieron por defender sus ideas políticas, otros tantos han pasado décadas enteras en cárceles o han sido perseguidos y acosados por los servicios de seguridad.
En el ámbito económico el panorama no es menos desolador, la destrucción de la propiedad privada y de la libertad comercial, no han tenido otro efecto que el de derrumbar casi por completo el aparato productivo del país. Y los pocos sectores que lucen prósperos, como el turístico, solo sirven para garantizar, con divisas extranjeras, la continuidad del aparato coactivo del régimen.
No obstante, y a pesar de las evidencias, los defensores del castrismo insisten en que los tristes resultados que en términos de libertades afrontan los cubanos, y que para ellos no son más que actos bondadosos de sacrificio en beneficio de la sociedad, son compensados por un supuesto Estado de bienestar que les garantiza todo tipo de beneficios sociales, y que, según ellos, hacen que Cuba sea una verdadera utopía socialista que, pese a la oposición del ‘imperio’, es hoy un ejemplo para el resto de Latinoamérica.
Ponen como evidencia su sistema de salud y educación, e incluso, los logros de sus deportistas. Finalmente, ante las dudas y las críticas, echan mano del ‘embargo’ y acusan a Estados Unidos de impedir que el paraíso isleño sea aún más idílico.
Uno de los retos que implica tratar desmontar los mitos del ‘paraíso de Fidel’ es la ausencia de estadísticas confiables. En el tema de salud, por ejemplo, los extraordinarios indicadores de cobertura y calidad, que a menudo son usados por la propaganda izquierdista, carecen de validación independiente. Sería muy inocente creer que en un país donde no existe la libertad de prensa, donde expresarse en contra del gobierno puede llevar a alguien a la cárcel, se puede ejercer una auditoría seria de las cifras del sistema de salud.
Lo cierto es que los pocos informes independientes que se han podido realizar en Cuba sobre el tema, ayudan a dibujar de manera más realista la situación; según reportes del Instituto War and Peace, los hospitales “generalmente no son bien mantenidos, y están cortos de personal y medicamentos”, mientras que María Werlau, directora de la ONG Archivo Cuba, señala que “La sanidad en Cuba es pésima para el ciudadano de a pie, debido a la falta de recursos. Existe un apartheid que favorece a la élite gobernante y a los extranjeros que pagan en dólares, mientras se les niega atención médica a los presos y algunos disidentes por motivos políticos”.
Mientras los médicos y especialistas cubanos trabajan en un régimen de semiesclavitud, donde ganan apenas entre 16 y 23 dólares mensuales, los delincuentes en el gobierno ‘exportan’ la mano de obra de estos profesionales a países como Venezuela, obteniendo del trabajo de sus compatriotas, que tienen como esclavos, una de sus principales fuentes de ingresos.
Para convencerse de que la realidad del sistema de salud cubano está lejos de ser ideal, basta hacer una búsqueda en Youtube, donde hay abundante evidencia gráfica de las deplorables instalaciones a las que los cubanos de a pie, sin ninguna conexión con la ‘realeza’ castrista, deben acudir.
Otro de los temas que ha sido por décadas motivo de ‘orgullo socialista’, es la supuesta alta calidad de la educación cubana. Este mito, como el anterior, no resiste el más elemental análisis crítico; mientras la educación primaria y secundaria son poco más que sistemas de adoctrinamiento marxistas, de enardecimiento patriótico y de adulación a las figuras centrales de la revolución, las universidades son centros de formación de burócratas, totalmente desconectadas de las necesidades del mundo actual y en las cuales hace falta, para entrar a las mejores carreras y a las mejores universidades, el estar relacionado con las élites burocráticas del Estado y además demostrar una profunda convicción ideológica.
Por otra parte, como señala el periodista Yusnaby Pérez, es falso que la educación en Cuba sea gratuita; si bien los estudiantes no deben pagar matrículas mientras cursan su carrera, una vez graduados están obligados a prestar el ‘servicio social’, que tiene una duración de tres años para las mujeres y de dos para los hombres, período en el que perciben un irrisorio salario de nueve dólares. En caso de que algún estudiante incumpla con este requisito, el Ministerio de Educación, de oficio, le invalida el título. De manera que la ‘educación gratuita’ no es tal, se paga con creces a través de trabajos forzados.
Sobre el deporte, otro de los baluartes propagandísticos del castrismo, basta decir que a pesar de los éxitos del deporte cubano, que acumula más de 200 medallas en los Juegos Olímpicos y es una de las potencias latinoamericanas en diversas disciplinas, lo cierto es que multitud de deportistas abandonan los hoteles y buscan exiliarse en cada país donde acuden a algún evento.
En los más recientes Juegos Panamericanos, para citar solo un caso, al menos 28 deportistas cubanos abandonaron su delegación y solicitaron asilo en Canadá, situación que evidencia el nivel de desesperación que viven los atletas.
En otras palabras, y para ponerlo en términos marxistas, la salud, la educación y el deporte cubanos, las joyas de la dictadura, están fundamentadas en la explotación, la coacción, la reducción de las libertades individuales, pero además, sus brillantes resultados no son los que los informes oficiales pretende hacernos creer. No hay tal, Castro no tiene nada de que enorgullecerse.